Crónica de Ruperto Concha: "Corea"

PARTE 1 PARTE 2 Hasta el viernes pasado, titulares y opiniones parecían atropellarse por pintar el terrorífico cuadro de Corea. Y de repente, ayer sábado, un silencio notable cayó sobre todo el asunto. ¿Qué pasó?... ¿Acaso se resolvió el caso?... ¿O es que de repente lo encontraron aburrido?... La verdad es que aquí en Chile y en todo el mundo, el tema de la posible guerra en Corea caló muy hondo en la opinión pública. Y prácticamente en todas las tertulias hubo intenso intercambio de opiniones e informaciones. De hecho, la gente trataba de percibir aquello que no se estaba diciendo, aquello que se ocultaba detrás de la caricatura publicitaria que hacía aparecer toda la situación como obra personal de un recién elegido caudillejo norcoreano, hijo y nieto de líderes comunistas en un régimen de la llamada “Dictadura del Proletariado”. Se trataba de mostrar que Kim Jong-un sería un líder de pacotilla, un jovenzuelo estúpido y malcriado, que estaba teniendo una rabieta de dimensiones apocalípticas. Pero hasta los más simples observadores entendían que había algo más allá de esa máscara, que ese joven líder había sido examinado y ratificado por una poderosa, desconfiada y habilísima estructura de líderes militares que habían partido enfrentando a Estados Unidos en una guerra de tres años en la que 40 mil soldados estadounidenses perdieron la vida. Y en la que, finalmente, esos americanos, vencedores de la Segunda Guerra Mundial, tuvieron que resignarse a un empate sangriento que dejó las fronteras tal como habían estado antes de la guerra: en la línea del Paralelo 38 latitud norte. Cuando estalló la Guerra de Corea, las potencias occidentales proclamaron que el conflicto se había producido porque Corea del Norte lanzó una súbita e inesperada invasión sobre Corea del Sur. Sin embargo, los historiadores que investigaron en profundidad aquel conflicto, llegaron a la conclusión de que no existían pruebas verdaderas de que Corea del Norte hubiera sido el agresor.. Entre los más serios investigadores se cuenta el doctor Oliver Lee, historiador y profesor de Ciencias Políticas en la Universidad de Hawai.. De acuerdo a sus estudios, todo indica que Estados Unidos instigó y facilitó numerosas incursiones penetrando el territorio de Corea del Norte, en una secuencia que claramente apuntaba a producir una guerra. ¿Para qué esa guerra?... Había tres objetivos gananciosos para Estados Unidos. El más directo e inmediato consistía en salvar el gobierno del odiado dictador surcoreano Singhman Rhee. Y fíjese Ud. en lo que el gran diario estadounidense The New York Times decía sobre Singhman Rhee: Textualmente, dice que el dictador sudcoreano, comillas, “sólo se mantiene en el poder rodeándose por una nube de terror policial peor que en cualquier otro lugar del mundo”. Bueno, Estados Unidos siempre ha tenido una inclinación por hacerse íntimo amigo de los peores y más criminales dictadores, desde Papá Doc en Haití, y el Tacho Somoza en Nicaragua, pasando por Idi Amín Dadá en Uganda y Augusto Pinochet en Chile. ¿Qué tiene entonces de raro que el Secretario de Estado del presidente Harry Truman, el célebre John Foster Dulles, viajara a Seúl para jurarle amor eterno a Singhman Rhee? En su reunión con el dictador en la capital surcoreana, Foster Dulles afirmó ante la prensa mundial que su amigo Sighman Rhee no está sólo. Que Estados Unidos lo respalda y lo respaldará en sus iniciativas para el futuro histórico de la Península de Corea. La verdad es que el dictador Singhman Rhee contaba con provocar una rápida guerra para capturar Pyonjang, la capital de Corea del Norte, y unificar ambas Coreas. Con ello salvaría su odiado gobierno y podría mostrarse como el Gran Héroe ante la Historia, con el fogueado y poderoso ejército de Estados Unidos. Según informes oficiales de los asesores militares estadounidenses del ejército surcoreano, durante 1949 Corea del Sur efectuó más de 400 incursiones contra territorio norcoreano, produciendo combate extremadamente sangrientos y terribles contraataques de Corea del Norte. Fue tras uno de esos ataques en que los surcoreanos llegaron ocupar la ciudad de Haeju, el 26 de junio de 1950, que se produjo la tremenda reacción del ejército norcoreano que en un ataque fulminante ocupó prácticamente todo el territorio, excepto una mínima zona donde desembarcaron las tropas estadounidenses que, con apoyo de sus aliados europeos, iniciaron el contra-ataque. El resto es Historia. Lo que importa en estos momentos es que la situación actual en Corea parece casi calcada de la de 1950. En aquellos años, aunque pagando un precio atroz, Estados Unidos logró sus tres objetivos básicos. Primero, mantener en el poder al dictador Singhman Rhee, comprometido a reprimir a sangre y fuego a las bases sociales, sobre todo a los estudiantes, que exigían democratización del país, y que a ojo de Estados Unidos, podrían llevar a que Corea del Sur volviera a unirse con Corea del Norte, pero bajo un régimen comunista y con apoyo de China. O sea, Singhman Rhee seguiría haciendo de perro bravo para sus amos americanos. El segundo objetivo alcanzado fue obtener que en Washington el Congreso aprobara un cuantioso incremento del presupuesto militar de Estados Unidos, en momentos en que muchos políticos consideraban que tras al triunfo en la Segunda Guerra Mundial ya no se justificaba un presupuesto militar tan enorme. Y en tercer lugar, Estados Unidos logró concretar se una vez por todas la estructura militar de la Organización del Atlántico Norte, la OTAN, con una fuerza comprometida de 50 divisiones de tropas terrestres, es decir, unos 700 mil hombres, apoyados por 4 mil aviones de combate, bombarderos pesados, caza-bombarderos, y aviones caza. Ese poderoso aparato de guerra se enfrentaba al Pacto de Varsovia, su oponente militar al otro lado de la Cortina de Hierro. Y de hecho, el que Estados Unidos y sus aliados no hubiesen podido alcanzar la victoria, resultó el más poderoso argumento para la futura política de intervención militar de Estados Unidos en América Latina y el sudeste asiático, que derivó en la segunda y aún más terrible guerra en que Estados Unidos se metió de puro intruso y salió patéticamente derrotado, dejando un saldo de casi 50 mil soldados norteamericanos muertos, y abandonando, en una fuga desesperada y humillante, miles de millones de dólares en armamento, vehículos, víveres y pertrechos, e incluso en barras de oro. Me refiero a la Guerra de Vietnam, en la que se metió Estados Unidos como defensor de los invasores franceses que trataban de impedir la independencia de Vietnam. Como el Congreso no estaba dispuesto a autorizar una nueva guerra que no se veía justificada, el gobierno del presidente Lyndon B Johnson inventó fraudulentamente un supuesto ataque contra dos buques de guerra estadounidenses, por parte de lanchas torpederas norvietnamitas. Es decir, una vez más Estados Unidos se fingía víctima de agresión para poder agredir a otra nación. Y un detalle interesante de estas historias es que tanto la guerra de Corea como la guerra de Vietnam fueron provocadas por presidentes del partido demócrata: Harry Truman y Lyndon Johnson. Por otra parte, ya durante la Guerra de Corea, el general estadounidense Douglas Mc Arthur. comandante en jefe de las fuerzas de Estados Unidos en el Pacífico Sur, había protagonizado un incidente tan serio que lo llevó a ser destituido de su cargo por el Presidente Harry Truman. Y ese incidente implicaba atacar a China lanzando bombas atómicas sobre sus principales ciudades. Es decir, Mac Arthur se imaginaba que Estados Unidos y sus aliados podían lanzarse a la aventura de una Tercera Guerra Mundial que se gatillaría en Corea y, obviamente, se desbordaría hacia un holocausto nuclear que sólo podría desear la mente enferma de un militar envanecido. Como fuere, desde hace ya más de 60 años, el país de los coreanos se ha encontrado bajo el signo fatídico de las bombas nucleares. En Corea del Sur, supuestamente no hay bombas atómicas. Si las hubiese, serían de Estados Unidos. En cuanto a Corea del Norte, por cierto que después de las amenazas de Mc Arthur, pasó a considerar que la posesión de un arsenal atómico equivalía a un seguro de vida. A fines de la década de los 90, era ya evidente que Corea del Norte estaba avanzando a pasos agigantados en el dominio de la tecnología nuclear, y que la producción de armamento atómico era cosa de muy corto tiempo. Fue entonces que el presidente Bill Clinton, al final de su mandato, estableció contacto con el jefe del gobierno norcoreano, Kim Il Sung, y se llegó a un acuerdo por el cual Estados Unidos se comprometía a proporcionarle a Corea del Norte una cantidad de petróleo equivalente a la producción de energía de una planta nuclear de generación eléctrica, y, además, agua pesada para la puesta en marcha de plantas termoeléctricas sin uranio. En reciprocidad, Corea del Norte se comprometía a paralizar las actividades de sus plantas de enriquecimiento de uranio y renunciaba a producir armas atómicas. Bill Clinton fue sucedido por el inefable George W Bush, fervoroso creyente de que con él se iniciaba el Siglo de Oro en que Estados Unidos impondría en todo el planeta un Nuevo Orden Mundial, con sus fórmulas neoliberales respaldadas por un ejército que debía ser más poderoso que la totalidad de los demás ejércitos del mundo. Era el sueño delirante de que Estados Unidos iba a ser la nueva Roma, gobernando un imperio planetario, como lo planteaba su ideólogo Robert Kagan coautor del llamado Proyecto del Nuevo Siglo Americano, y partidario de la intervención militar en todo el planeta. La nueva ideología neoconservadora no estaba dispuesta a cumplir los compromisos asumidos por el gobierno de Bill Clinton ante Corea del Norte. No hubo envío de petróleo ni apoyo para las estaciones generadoras de electricidad a partir de agua pesada. Lo único que le proporcionó a Corea del Norte el nuevo gobierno de Estados Unidos, fue una etiqueta de miembro del eje del mal. Obviamente Corea del Norte volvió a poner en marcha sus instalaciones de enriquecimiento de Uranio. En 2006, los sismógrafos detectaron un movimiento sísmico característico de la detonación subterránea de una bomba atómica. Corea del Norte continuó detonando bombas experimentales de potencia cada vez mayor, hasta que en febrero de este año se detectó un último ensayo que revelaba una bomba atómica que según los técnicos surcoreanos tendría una potencia de entre 7 y 8 kilotones. Es decir, equivalente a unas 7.500 toneladas de nitroglicerina. Sin embargo, los analistas del gobierno de Alemania señalaron que en realidad la potencia de la última bomba atómica ensayada por Corea del Norte había sido entre 40 y 50 kilotones. Es decir, más del doble de la potencia de la bomba atómica lanzada por Estados Unidos sobre la ciudad japonesa de Hiroshima, que provocó la destrucción de la ciudad y la muerte de unas doscientas mil personas. Los servicios de inteligencia de Estados Unidos estiman que en estos momentos Corea del Norte posee entre 8 y 12 bombas atómicas, dotadas cada una de una carga del orden de los 20 kilógramos de uranio enriquecido a más del 80%. Y ese arsenal atómico, en términos muy reales, ha sido el factor deterrente que ha evitado una nueva aventura bélica de parte de Estados Unidos y Corea del Sur. Como lo han destacado los principales periódicos de Europa y Estados Unidos, el hecho de que Corea del Norte posea de veras ya su arsenal atómico, ha demostrado que ese arsenal vale más que todas las razones que ha esgrimido Irán defendiendo su derecho a enriquecer uranio con fines pacíficos. Como decían nuestros mayores, “el ladrón cree que los otros tienen su misma condición”. Es decir, los gobiernos militaristas reunidos en la OTAN, simplemente no pueden creer que Irán quiera tecnología nuclear sólo con fines pacíficos. Y si se le amenaza con un ataque masivo por Estados Unidos e Israel, es simplemente porque saben que Irán no tiene, al menos por ahora, un arsenal de bombas atómicas para responder. Sin embargo, como señalaba en nuestra crónica del domingo pasado, estamos viviendo un tiempo inesperadamente acelerado. Tanto, que ya hay algunos esotéricos que afirman que actualmente los días no tienen más que 16 horas de las de antes. Como sea, ha cambiado por completo la correlación de fuerzas militares entre Estados Unidos y la OTAN y las nuevas grandes potencias encabezadas por China y Rusia. Ya se sabe que fue un sueño el sueño de que Estados Unidos pudiera ser militarmente más poderoso que todos los demás ejércitos del mundo. Según informes del propio gobierno de Estados Unidos, Rusia tiene en estos momentos alrededor de 1500 bombas atómicas de potencia de más de diez megatones, o sea más de 10 millones de toneladas de nitroglicerina haciendo explosión en un segundo. Estados Unidos confiesa que tiene más de 1500, unas dos mil de esas megatonas mal agestadas. O sea, entre ambos tienen bombas atómicas suficientes como para matar a toda la humanidad. De matarnos a todos tres o cuatro veces. Y eso significa simplemente que una guerra total con armas nucleares no tendría ningún vencedor. Peor aún, tampoco quedaría ningún vencido Eso explica por qué la estrategia sigue basándose en gran medida en la capacidad de combate de las tropas debidamente equipadas y apoyadas por armamento pesado. Y en ese sentido la Occidente tiene que admitir que no sabe casi nada sobre el desarrollo actual de la tecnología militar de China y Rusia, ni de los veloces progresos que ha alcanzado la India, mientras Brasil ya está a punto de construir su primer submarino atómico. En estos momentos, en los principales centros de análisis estratégico, hay consenso de que Corea del Norte es parte instrumentalizada del enfrentamiento entre Cina y sus aliados, versus Estados Unidos y los suyos. Las versiones entregadas por los reporteros en Corea del Sur, acerca de las opiniones prevalecientes en la gente común, evidencian que los coreanos siguen sintiéndose miembros de una misma nación, quieren entendimiento y unificación, como se produjo primero en Vietnam y después en Alemania. Los coreanos no quieren la guerra. Más aún se comprobó que Kim Jong-un dio instrucciones categóricas de que por ningún motivos sean norcoreanos los primeros en disparar. Pero enfatizó que bastará una primera agresión armada del ejército sudcoreano o de Estados Unidos, para que la réplica sea de violencia total. La semana pasada, la prensa de la OTAN lanzó versiones sugiriendo que Cora del Norte estaría lanzando provocaciones vanas pues no tiene capacidad de disparar sus misiles con ojivas nucleares. Sin embargo, ya ayer sábado se conoció el vasto plan de retirada estratégica para las tropas norteamericanas, y la aceptación como un hecho de que si comienza la guerra, la enorme ciudad de Seúl, la capital de Corea el Sur, podrá ser demolida por los misiles convencionales y la artillería norcoreana. Se ha hablado de un posible estallido militar que podría desatarse el próximo miércoles 10, y se presume que habría acciones extremadamente cruentas pero muy localizadas. Es decir, se está previendo una repetición estúpida de la guerra de Corea, que culmina con un empate bestialmente ensangrentado. Según analistas británicos, estadounidenses y rusos, detrás de esta crisis en Corea está la maniobra de Estados Unidos que ya está desplazando una enorme porción de su poderío bélico hacia el Pacífico central y sur. Es decir, tendiendo una línea de asedio en torno de China. Los chinos lo saben y los rusos también. Pero ellos no tienen ninguna prisa. Saben que Estados Unidos y Europa son potencias degradadas en lo militar, y en pleno derrumbe económico. Incluso en su edición de economía del 31 de marzo, la empresa Yahoo, de Estados Unidos, informó que los principales inversionistas están previendo un dramático derrumbe de Wall Street, sobre todo en relación por la caída de la producción industrial y la incapacidad de generar nuevos empleos al ritmo básico indispensable. El filósofo y economista Carlos Marx afirmaba que todas las guerras, a lo largo de toda la historia de la Humanidad, se han producido por motivos económicos, aunque bajo pretextos fantasiosos de carácter político o religioso. Los hechos de este instante parecieran confirmarlo. Entre el cambio climático y los chimpancés con bombas atómicas… se nos hace difícil seguir teniendo esperanzas. Crónica de Ruperto Concha: "Dinero y Guerra"

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