Comentario semanal de nuestro estimado Ruperto Concha en Radio BíoBío, donde analiza los anuncios de economistas de primer nivel en los medios de prensa, acerca del colapso de la economía estadounidense y su relación directa con la política económica del ministerio de Hacienda estadounidense.
Malas Señales 1Malas Señales 2Texto de la Cronica:
Malas Señales:
El domingo pasado prometí una crónica sobre algo que, más que una profecía, es un anuncio tan neto y tan concreto, como una señalética en la carretera.
Y, como en el caso de cualquier anuncio serio, es importante saber quiénes son los nos están haciendo las advertencias. Aquí se trata del analista económico estadounidense Aaron de Hoog, director y rditor de publicaciones de la súper empresa de estudios financieros y políticos NewsMax.
Esta empresa, dirigida por de Hoog, el viernes provocó un terremoto informativo al entrevistar al economista Robert Wiedemer, del New York Times, alcanzando una sintonía de 50 millones de telespectadores adultos y de la clase media norteamericana.
En esa entrevista, Wiedemer expuso los hechos netos y concretos que, según él, muestran como prácticamente inevitable el colapso de la economía de Estados Unidos, y también el colapso del dólar, dentro de los 10 meses que van quedando de este año 2013.
La empresa NewsMax ha alcanzado enorme relevancia en la última década y ha realizado importantes asesorías para el gobierno de Washington, principalmente en el plano internacional.
El otro personaje de este anuncio, es un importantísimo abogado, economista y experto en análisis de contraespionaje e inteligencia estratégica. Su nombre es James Rickards, y ha sido un asesor de alto nivel en delicadas operaciones de análisis internacional tanto en el campo financiero y político, como en materias estratégicas. De hecho, fue el encargado máximo de la investigación de los flujos financieros internacionales y también dentro de Estados Unidos, luego de los atentados del 11 de septiembre de 2001 contra el World Trace Center y el edificio del Pentágono.
Contratado por el Pentágono, la CIA y la Agencia de Seguridad Nacional, diseñó un sistema de decodificación y análisis de los flujos de dinero, que permitieron aclarar una gran cantidad de operaciones de lavado de dinero y de financiamiento a entidades terroristas.
Fuera de eso, es un poderoso banquero de inversiones, con una exitosa carrera de 35 años en Wall Street.
Podríamos decir que es un tipo al que conviene tomarse en serio
Pues bien, Aaron de Hoog recibió una inesperada visita de Jame Rickards. Una visita a puertas cerradas y con máximas medidas de seguridad.
Durante esa entrevista. Rickards le hizo revelaciones a lo menos tan escalofriantes como las que antes hizo Robert Wiedemer ante 50 millones de estupefactos norteamericanos. Según relata Aaaron de Hoog, Rickards comenzó por referirle por qué había tomado la decisión de revelar esos secretos.
Según le refirió a de Hoog, ya durante sus investigaciones sobre los hilos financieros detrás de los atentados del 11 de septiembre, comenzó a descubrir indicios inquietantes sobre oscuras decisiones del gobierno.
Por lo pronto, descubrió que el daño económico y financiero del ataque terrorista en Nueva York, en realidad llegó a producir pérdidas, fíjese Ud., por más de 6 millones de millones de dólares. Ello, tanto por sus efectos en operaciones importantes que se derrumbaron, como por enormes inversiones del gobierno bajo la figura de implementar la Guerra contra el Terrorismo, incluyendo el costo de las guerras en Afganistán e Irán, e incluyendo también miles de millones de dólares misteriosamente desaparecidos por las rendijas de la administración militar.
Y que ya desde la administración de Bush, continuada por Barak Obama, el gobierno de los Estados Unidos se lanzó en un vértigo de endeudamiento y emisiones inorgánicas de dólares.
Fue por esos descubrimientos que James Rickards elaboró para la CIA,sistema de convergencia e interpretación de pistas, apuntado a evitar los vacíos legales y los procedimientos turbios.
Pero sobre todo se trataba de un sistema de análisis de los flujos especulativos de Wall Street, que permitía prevenir desastres financieros.
Ya en 2005, detectó la creciente inestabilidad de la economía financiera que hacía prever una crisis inminente. Y en ese análisis detectó que la causa directa de crisis estaba directamente en la Secretaría del Tesoro, o Ministerio de Hacienda de Estados Unidos, y en la Reserva Federal.
Según Rickards, las autoridades de gobierno y los funcionarios de la Reserva Federal venían perpetrando operaciones especulativas, y contrayendo deudas mediante bonos, para responder financieramente a las demandas del gobierno, deliberadamente, sin importarles que esas operaciones tuvieran efectos acumulativos desastrosos para la economía de los Estados Unidos, y resultara demoledora para los pequeños inversionistas y ahorrantes.
Fuera de ello, esas operaciones implicaban auténticas agresiones financieras también contra otras naciones, algunas de ellas supuestamente aliadas.
Refiere Aaron de Hoog que Rickards, ingenuamente informó sus descubrimientos al propio Ministerio de Hacienda. Y, por supuesto, sus informes no fueron tomados en cuenta. Se dirigió entonces al Congreso, exhibiendo sus informes ante el Senado y la Cámara de Representantes. Y también ahí sus informes fueron silenciados.
Finalmente, James Rickards resolvió entregar sus informes directamente al Pentágono, o Ministerio de Guerra de los Estados Unidos. Allí sus informes, sus análisis y sus procedimientos, fueron aceptados de inmediato, y Rickards fue invitado a colaborar con la Inteligencia Militar en las instalaciones secretas de Maryland, donde se encuentran los laboratorios de Análisis Militar.
Trabajando sobre diversos modelos computacionales de previsión, encontraron que efectivamente las principales variantes posibles conducían a resultados de una crisis económica sin precedentes.
Los panoramas resultantes fueron bautizados como un Pearl Harbor Económico para Estados Unidos. Un cuadro de guerra económica que llevaría un deterioro ruinoso de la economía, pérdidas desastrosas para la economía privada de las personas, y un colapso sin precedentes del valor del dólar.
Nuevamente, y ahora con respaldo del Pentágono, estos informes fueron presentados ante el Ejecutivo y ante el Congreso… Y nuevamente las autoridades políticas optaron por hacer oídos sordos a las evidencias que les presentaban los propios servicios de inteligencia.
Fue recién entonces que James Rickards tomó la decisión de hacer entrega de sus antecedentes a la opinión pública de su país y del resto del mundo.
Básicamente, lo que detectó Rickards era similar a lo de Robert Wiedemer. Se trataba de manipular enormes emisiones de dinero, en forma inorgánica, a la vez que se elevaba desmesuradamente el endeudamiento de Estados Unidos. En términos finales, esa política provocaría una desvalorización ruinosa del dólar, y con ello se desvalorizaría también la deuda contraída por Estados Unidos.
Igualmente, la desvalorización del dólar abarataría las exportaciones de Estados Unidos, y a la vez los países exportadores de materias primas pagadas en dólares, recibirían pagos cada vez más desvalorizados.
Es decir, se trataría de una planificación de la economía financiera, por parte del Ejecutivo, con la colaboración de la banca a través de la Reserva Federal, que, según el sueño del gobierno, llevaría a una poderosa reactivación de la economía de Estados Unidos.
Por cierto, el precio de esa reactivación tendría que pagarlo, principalmente, la masa de los acreedores que adquirieron bonos soberanos pagando con dólares de alto precio, y que recibirían de vuelta dólares desvalorizados.
En segundo lugar, pagarían el precio los países vendedores de materias primas e insumos, que tendrían que cobrar dólares desvalorizados. Y, en tercer lugar, pagarían los propios contribuyentes de Estados Unidos cuyos ahorros y jubilaciones se verían igualmente desvalorizados.
Pero los cálculos mañosos del gobierno de Estados Unidos no tomaban en cuenta, por un lado, que los países competidores, sobre todo los de economías fuertes, abandonarían el dólar como divisa de su comercio, buscando otras alternativas y acumulando reservas en oro.
Y, simultáneamente, iniciando también ellos programas de emisiones inorgánicas de dinero, con lo que mantendrían activa su economía interna y a la vez desvalorizarían sus propias monedas, adaptándolas a la desvalorización del dólar que, de ese modo, no se abarataría en el intercambio monetario comercial.
De hecho, los primero países que iniciaron esa guerra monetaria de desvalorizaciones, han sido los más cercanos aliados de Estados Unidos. Gran Bretaña, por ejemplo, ha aumentado en un 80 por ciento el volumen de dinero emitido, y con ello ha desvalorizado la libra esterlina y ha mantenido el precio del dólar relativamente alto.
El Banco Central Británico en estos momentos estudia aumentar sus emisiones de billetes en otros 25 mil millones de libras, alcanzando sus emisiones inorgánicas a 400 mil millones de libras en el curso de este año.
La semana pasada, también Japón inició una expansión monetaria, simplemente imprimiendo más billetes, con lo que duplicó su inflación y también logró evitar que el dólar se hiciera más barato en comparación con la moneda japonesa, el yen.
Otros países, como Argentina y Brasil, han aumentado también su volumen de dinero impreso, además de aplicar tasas encareciendo la compra de moneda extranjera, mientras que Venezuela y Colombia han optado directamente por desvalorizar oficialmente el bolívar y el peso, para compensar la baja de sus exportaciones.
Y, por supuesto, también el Euro se ha desvalorizado en comparación al dólar, en un intento de ganar competitividad en el mercado americano.
Esto ha pasado ya a constituir una auténtica guerra monetaria, en que Estados Unidos mantiene su estrategia que incluye el proyecto de emitir mensualmente nuevos estímulos en billetes por 40 mil millones de dólares mensuales, en forma permanente, a la vez que manipula políticamente la oferta de oro, a fin de evitar que el precio del metal se dispare rápidamente a precios sin precedentes.
Sin embargo, ya todos los analistas y asesores de inversiones concuerdan en que es posible que este mismo año la onza de oro de 31 gramos se dispare a precios entre 3 mil y 5 mil dólares.
Pese a las gigantescas emisiones de dinero de Estados Unidos, las cifras netas de la economía norteamericana no señalan una recuperación real. Incluso empresas agraciadas con enormes estímulos, como la General Motors, ha visto sus utilidades reducidas a la mitad.
En fin, el análisis de James Patricks muestra que Estados Unidos no tiene ya ninguna posibilidad de imponerse monetariamente contra las economías no sólo de Europa y sus aliados asiáticos, sino contra sus poderosos competidores que son Cina, Rusia, la India y Brasil, además de otros algo menores como Sudáfrica, Irán, Indonesia y Australia.
Las previsiones de Aaron de Hoog, de NewsMax, de James Rickards y de Robert Wiedemer, señalan que esta guerra monetaria se hará más intensa y rápida, con lo que el Gobierno de Estados Unidos, junto a los bancos de la Reserva Federal, se irán arrinconando sin posibilidades de cambiar esa estrategia fallida.
En esos momentos, señalan estos expertos, se estarán repitiendo las condiciones que desembocaron irremediablemente en las dos guerras mundiales.
Según ellos, la guerra monetaria se transformará en guerra militar y sangrienta, posiblemente lanzando a Israel contra Irán, lo que provocaría inevitablemente la intervención de China y Rusia a favor de Irán…
O bien, directamente provocado el enfrentamiento armado entra China y Japón.
En estos momentos, los temas militares están cargando las primeras planas de la prensa internacional. Por un lado, se está denunciando que, bajo el pretexto de crear escudos contra posibles meteoritos, las potencias estarían ya muy próximas a colocar en órbita satélites armados de misiles con bombas atómicas.
También están impactando las noticias sobre las defensas antimisiles que, ya en el último enfrentamiento entre Palestina e Israel, demostró que la famosa Cúpula de Hierro, de misiles interceptores Patriot y similares, en realidad tienen una efectividad del orden del 37%.
O sea, de cada cien misiles, sólo 37 son interceptados y 63 llegan a su destino. Si esa proporción se mantiene ante misiles supersónicos armados con cabezas atómicas, resulta claro que los interceptores no podrían evitar un holocausto nuclear.
De hecho, el Congreso de Estados Unidos está objetando que el Gobierno mantenga sus planes de extender sus baterías de misiles Patriot formando barreras de dudosa efectividad en caso de conflagración.
Otro tema inquietante es el retiro de toda la flota de los ultramodernos aviones de combate F-35 de Estados Unidos, tras detectarse fisuras en las paletas de las turbinas de un aparato.
Y no menos importante es la activación de los programas de construcción de aviones para la guerra electrónica, por parte de Rusia, con capacidad no sólo de interceptar y hackear las comunicaciones enemigas, sino, además, con capacidad de interrumpir y destruir las emisiones de comunicación y control del bando contrario.
Asimismo, se confirmó que Estados Unidos ya está en condiciones de producir en serie miles de diminutos drones del tipo “avispa”. Aparatitos del tamaño de un abejorro, con autonomía de varias horas, y con capacidad de espionaje e incluso de eliminar físicamente a seres humanos disparando mini misiles y pequeños dardos envenenados.
Por cierto, las perspectivas que nos señalan son harto siniestras. Incluso para Chine, donde, pese a nuestro aislamiento encaletadito, ya nos está alcanzando la guerra monetaria por la baja del precio del cobre a 3.53 dólares la libra, lo que, con un dólar desvalorizado en un 16% en los últimos dos años, hacen que en realidad Chile sólo esté percibiendo 2.90 dólares por libra, de acuerdo a los dólares que cobrábamos en 2007. Si China no aumenta sus compras, nuestro país puede quedarse desprovisto de gran parte de su financiamiento.
Pero a nivel mundial, también, cada vez cobra más fuerza el compromiso de las elites intelectuales, en busca de alternativas a este fracaso tan grande y sanguinolento de la economía y de los antes tan admirados valores occidentales.
Otro de los grandes impactos de opinión pública, en Estados Unidos, está proponiendo simplemente no tratar de salvar una economía que claramente no tiene remedio.
¿Qué hacer, entonces?...
Respirar profundo, arremangarse la camisa y ponerse a trabajar en lo realmente indispensable.
Estar asustados no sirve de mucho. Pero al menos sirve para decirise a hacer lo necesario.
Fíjese que los consejos básicos de Robert Wiedemer, de James Rickards y de Aaron de Hoog, apuntan básicamente a: Pagar las deudas y cn contraer ninguna deuda nueva. Invertir en comprar tierras agrícolas, y hacer mejores en los bienes que se tenga.
Es posible todavía que se logre evitar la guerra.
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