¿Cuándo la pobla perdió la inocencia?

Por: Nelson Alarcón

Muerte, Delincuencia, Narcotráfico, Bandas Organizadas, Femicidio, Robo, Barrios periféricos son palabras muy usuales en los medios de comunicación chilenos en la actualidad, en ellas buscan graficar, a través de reportajes y crónicas con un fuerte contenido explícito, la realidad que se vive en los barrios más alejados y “marginales” de las ciudades chilenas.

Mucho papel y tinta se ha gastado en buscar explicaciones para analizar el proceso, aspectos como la falta de policía, mayores atribuciones a esta para “frenar” la delincuencia o la falta de políticas eficientes de Seguridad Ciudadana por parte del Estado entre otras. Un cúmulo de recetas que, pese a los esfuerzos de organizaciones y estamentos públicos (Gobierno, Paz Ciudadana, Carabineros etc.) han fracasado en solucionar la serie de problemáticas que allí al día de hoy subsisten.

No será el objetivo del análisis visualizar vías alternativas para el combate de esto, ni tampoco el estigma en el cual sectores y familias completas caen por estas (des)informaciones, sino más bien tratar de buscar aproximaciones a preguntas que rondan al reflexionar en torno a estas temáticas, las cuales podemos resumir en ¿En qué momento la población y el barrio perdieron su inocencia? ¿En qué momento se pasó del sentido de cooperación y compromiso a la desconfianza y al encerrarse en sí?

En mi opinión la respuesta está en la lógica de la exclusión social bajo la cual se impuso un modo de vivir y habitar para vastos sectores de la población. El aporte de la Dictadura y su continuación bajo los gobiernos de la Concertación, en el ámbito consistió en quitar todo el sustento social, cooperativo y autónomo de la población y transformarlo en un bien de consumo. Las políticas de acceso a la vivienda y el famoso “sueño de la casa propia” se tradujo en la práctica en el acceso a hogar masivo y en la conformación de barrios con características particulares, una de estas consistió en que aglutinó en su seno a familias de distintos sectores de una misma ciudad, generando serios problemas en la cohesión social del incipiente sector, una segunda arista radica en la lógica de construcción focalizada en sectores periféricos, normalmente lejanos a los servicios como así también al acceso a educación y salud, propiciando espacios para la generación de amenazas y vulnerabilidad. A esto se agrega que gran parte de esa masa trabajadora, al no tener opciones de empleo en el sector, se transformara en migrante temporal, que por un salario bajo y con carga horaria completa se desempeña en los sectores industriales y del comercio, desplazándose por la ciudad.

Una pérdida del sentido en Comunidad y la participación comunitaria, escenificado en la pérdidas de los lazos de confianza. El contraste entre formas de vida y subsistencia produjo desconfianza y encierro en la instancia del hogar. No es de extrañar que se planificara de esta forma, el paternalismo y los subsidios de carácter individual quitaron cualquier esbozo de sentido compartido y de pertenencia en el barrio, dando como resultado atomización y dispersión en un mismo sector, muy de la mano de la competencia por beneficios sociales por parte del Estado.

El barrio de esta forma, se transformó en un ghetto con reglas y características específicas, separadas del resto de la ciudad. Dicho fenómeno también se da en los barrios de clase alta, sin embargo aquí pesan más las lógicas aspiracionales, de confort y de búsqueda de “gente” y barrio “bien”, frase que puede resumir de buena forma el estilo de vida del chileno, una copia barata del sueño americano o más bien, el sueño chileno. No obstante sus guetos, poseen accesos a servicios propios, son una especie de mini ciudad donde no es necesario un desplazamiento mayor del área de confort.

Centrándonos nuevamente en el barrio y la población, no es de extrañar, que en este contexto de precariedad el micro tráfico y narcotráfico entraran como forma de subsistencia, así también el consumo y la dependencia de jóvenes y adultos de los sectores, con las consecuencias que implica. . Si un Estado y una Sociedad no otorgan las oportunidades y el acceso a derechos tan básicos como la Educación o la Salud digna, no pidamos después efectos positivos de dicho descuido y omisión. El aporte del Estado bajo esta lógica ha sido la criminalización y el estigma de sectores completos, así como la intervención social focalizada en los efectos más que en las causas del fenómeno.

Dicho esto una respuesta a la interrogante inicial podría ser que la pobla perdió su inocencia cuando se le impuso de forma arbitraria, ser la base social en la cual se sustenta un modelo económico y social injusto, desigual en su raíz y antidemocrático en el fondo en donde la opción de tener oportunidades se basa en “la viveza” y en la capacidad de sobrevivencia en un medio complejo.

Es aquí donde parte un contexto de constante amenaza, caldo de cultivo para los medios de comunicación siembren el terror, el miedo, el encierro en la casa, la no participación activa en la Comunidad, aspectos centrales en la desconfianza en el barrio y la población, en donde la participación y la agitación social es vista como comunismo, en donde las posibilidades de autogestión se encuentran supeditadas a los mandatos del Municipio o del Estado.

Para explicar esta (des)planificación urbana y fenómenos sociales que produce, los gurúes del desarrollo guardan cómplice silencio, los medios de comunicación masivos no tematizan. No lloremos después cuando las voces de resistencia se viertan sobre las calles, el bien público o en ataques contra la pechoña y contradictoria Democracia chilensis.

Será interesante a posteriori analizar cuál es el rol que puedan jugar las organizaciones sociales de base y la sociedad civil organizada, en la búsqueda de una mayor participación social en las poblaciones, un proceso que de verdad involucre transformación social en el territorio.

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