Tiene usted una intuición asombrosa. ¿Ha pertenecido a la Obra?...
Tenía olfato para detectar a gente del Opus hasta los años setenta.
Luego ustedes cambiaron de desodorante.
Manuel Vásquez Montalbán. “Roldán, ni vivo ni muerto”
Los motores y bocinazos de los automóviles encubrían mis pasos al acercarme. Me ayudaba ese ruido del ajetreo navideño. Caminé sigiloso, evitando resbalar en esa vereda adornada por motas de aguanieve. Años buscándolo. No me podía convencer que fuera él. Me oculté tras un cartel publicitario y en la penumbra del atardecer, pude observar al viejo sin que me descubriera. Su cuerpo largo y enjuto yacía acostado, con la cabeza reposando en un cojín despanzurrado que alguna vez debió tener colores. La barba encanecida, no lograba disimular sus rasgos angulosos y menos su nariz de águila. Era él, su odiado rostro no había cambiado tanto.
Eduardo Contreras* / Trazas Negras
El miserable se enderezó un poco murmurando mientras su diestra hurgaba en su desflecada mochila. Sacó un resto de pan, parecía no haber más comida en el zurrón. Me alegró pensar que era muy poco para soportar la noche, sobre todo una tan fría. Eran más de las veintitrés horas, y ya había pasado el último tren del Metro por debajo de la rejilla metálica que usaba como cama. No habría para él más vaharadas de aire cálido subiendo desde los equipos y ductos del subterráneo. Quizás en esos momentos añoró la calefacción del asilo clausurado el mes anterior por falta de presupuesto. La maldita crisis que retrasó mis pesquisas.
Había encontrado su pista por casualidad, después de dar por perdidos los años de visitar cuarteles de policía, repartiendo esa foto de él que recorté de aquella en la que aparecíamos los dos, recién incorporados a La Obra, posando para la pobre Ester en el día de nuestra graduación, alzando nuestros diplomas de licenciados en teología de la Universidad Católica Balagueriana, sonriendo, y pensando que nuestra amistad perduraría incluso después de que la muerte redujera nuestros cuerpos a humus y fuegos fatuos, con nuestros espíritus ya acompañando al Señor en su gloria.
Sospecho que miembros de La Obra usaron su influencia en la policía para dilatar la búsqueda. Él era muy cercano al obispo Maniere, y el prelado tenía familiares en el alto mando del brazo corrupto de la Ley. Al Opus le convenía que el incómodo asunto se diluyera en el tiempo.
Todo el mérito de haber dado con el rastro recaía en aquel hombre hediondo y mal vestido, que un par de meses atrás me había sorprendido mirando la foto de mi obsesión pegada en un poste. “Se parece a Benito”, me dijo el pordiosero apuntando al flaco y espigado graduado que aparecía en la instantánea, y luego añadió “compartíamos un rincón bajo la escalera, en el asilo del barrio de Las Tres Calles”.
Varias vueltas desde que encontré ese asilo, hasta llegar por fin a observar al supuesto Benito, que luego de comer su último trozo de pan sin desperdiciar migas, recostó la cabeza y se arropó con las mantas grasientas y oscurecidas por el smog de la ciudad contaminada. El sueño comenzó a llegarle de a poco, interrumpido a ratos por las luces del gigantesco árbol de Navidad instalado por el municipio a pocos pasos de su pocilga. Con la modorra y el trasiego arrullador de los que volvían a sus hogares con las últimas compras, se le debe haber ido quedando atrás el dolor de esa pierna que lucía gangrenada. Supuse que tendría un mal dormir, entre el frío, el dolor, el ruido, y el miedo al día siguiente.
No lo había vuelto a ver desde el día en que apuñaló a Ester. Su último recurso para impedir que ella se casara conmigo. Celos sin asidero. No se puede decir que hubieran sido novios siquiera. Fueron solo las ilusiones de él contra los deseos de ella. Luego de ese momento de debilidad y alcohol, esa única vez que se besaron, cuando él la acompañó a su casa luego de mi fiesta de cumpleaños, Ester nunca más alimentó sus esperanzas. En cambio mi relación con ella se fortaleció desde ese día en que le declaré mi amor, poco después de aquel cumpleaños.
Entonces tuve una gran idea. Tomé el puñal que por décadas había llevado conmigo, desde esa horrible fecha en que me arrebató mi mujer y la fe. Cuando me aseguré de que el infeliz dormía, me acerqué de a poco, en puntas de pie, y cuando estuve a su lado, dejé el arma junto a su mochila, envuelta en un papel, que seguramente leería, si es que llegaba a despertar alguna vez. Una nota con la que sabría que era yo quien le dejaba aquellos mensajes: el puñal como recuerdo de su crimen, cubierto por la frase que me rondaba desde que supe de las condiciones en las que malvivía mi ex amigo: “Es preferible que la pobreza sea sórdida y no mediocre”, seguida de la acotación: “Tú ahora debes saberlo bien. ¿O no?”.
Bastaba con eso. La venganza que tantas veces soñé: el puñal atravesando sus carnes magras, habría sido un regalo para el viejo en ese momento. Mejor dejarle ese trabajo a las bacterias. Creo que Dios, si es que existe, seguramente lo preferiría de ese modo.
Este cuento ha sido publicado en el quinto número de la revista que puede ser adquirida a través de su sitio web trazasnegras.cl
* Eduardo Contreras Villablanca ha publicado cuentos en revistas y antologías, entre otros en la revista Pluma y Pincel el 2005, en las antologías Plaza Italia de Mago Editores el 2006, y en ¡Basta! Más de 100 hombres contra la violencia de género de Editorial Asterion el 2012 (reeditado en inglés el año 2017). El cuento “El mate soñado” fue publicado en el libro Memoria, Participación, Democracia del INDH y el Museo de la Memoria (2013). Su cuento “Antes del anochecer” forma parta de la compilación Santiago Canalla ( Espora Ediciones 2019). Ha recibido el Primer Premio de Novela de la Municipalidad de Santiago el 2002, y el Primer Premio del concurso “Fantoches” el 2017 en Cuba. Entre 2007 y 2017 formó parte de taller literario de Poli Délano. Ha publicado las novelas Don´t Disturb: Crónica de un encuentro en Cartagena de Indias (Mago Editores, 2005) y Será de madrugada (CEIBO editores, 2015). El libro Cuentos urgentes para Nueva Extremadura fue publicado por la editorial Espora el año 2016. En el año 2019 publica La verdad secuestrada (Mago Editores – Espora) a cuatro manos con Cecilia Aravena Zúñiga. También a dúo es su novela negra Estación Yungay, en la colección “La Otra Oscuridad” (Espora -Rhinoceros, 2020).
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Imagen original extraída de Cooperativa.cl