Les contaré una historia. Cualquier semejanza con la realidad, agradeceré juzgarla en silencio. Hace algunos años, existió en Concepción un grupo religioso que rechazaba tajantemente ser considerado como una secta. Sin embargo, poseía una estructura jerárquica en cuya cúspide se alzaba un líder carismático, cuya voluntad era incuestionable y que imponía una férrea disciplina sobre sus seguidores y lacayos. No actuaban en la clandestinidad, pero en sus mejores tiempos su lugar de reunión se ubicaba en una de las esquinas más sórdidas de la ciudad. Decían predicar con el ejemplo, y parecían tan seguros de sí mismos, que una tarde se les ocurrió que todo el mundo debía pensar como ellos. Especialmente, la comunidad pecadora. Se hacían llamar “el brazo armado de Dios”.
De su líder, en cuestión, poco se sabe, salvo que fue algo así como ex presidiario, drogadicto, timador callejero, micrero de buses Lota-Concepción, o algo semejante. Lo que sí está claro es que en algún minuto de su existencia gozó de un montón de tiempo libre, en el que comenzó a manifestársele una fuerte paranoia en forma de ángeles y voces divinas, seguida de un extraño delirio de grandeza. Fueron estas “visiones” -para hablar en su lenguaje-, lo que terminó por convencerlo de que el mundo estaba tan desesperado que cualquier idea, por descabellada que fuera, tendría cabida y seguidores asegurados.
Siendo así las cosas, decidió hacerse pastor y proveerse de un buen rebaño de fieles, a quienes al principio obligaba a escuchar sus barbaridades, pero que luego, una vez domesticados o suficientemente hipnotizados, no pusieron mayor reparo en seguirle la corriente y volverse casi tan locos como él. Fueron los albores del “brazo armado de Dios”. Algo así como un Ejército de Liberación Nacional, pero en su versión psicótica. Con la salvedad, claro, de que los primeros normalmente tenían sus razones, y en cambio, este pobre diablo solo tenía la excusa de su ego.
Algunos de sus episodios más ridículos fueron ampliamente cubiertos por la prensa amarillista. Esa que, como se sabe, embrutece a la vez que entretiene. Pero para ser francos, el brazo armado de Dios se las arregló bastante bien para tener esta cobertura, y supo aprovechar al máximo sus quince minutos de fama. Según cuenta la leyenda, su líder habría llegado a ingerir sangre infectada con VIH para demostrar a sus fieles los colosales poderes conferidos a su persona por el Altísimo. En otra oportunidad, y en medio de un episodio de paranoia colectiva, el grupo habría presenciado el descenso de un ser de luz un tanto malhumorado, enviado directamente desde los cielos con el fin de hacerse de la recaudación de los diezmos. Por supuesto, no existe quién pueda probar semejantes historias, pero tampoco demasiados dispuestos a negarlas.
Lo último que se supo de ellos fue que se propusieron recorrer el mundo en busca del “Mal”, y combatirlo allí donde se encontrase. Algunos aseguran haberlos visto quemando imágenes religiosas en Río de Janeiro, en mitad del carnaval, y repartiendo biblias afuera de un Coffee Shop holandés. Sea como sea, el brazo armado de Dios no parece haberse dado por vencido, lo que demuestra que siempre hay quienes se toman más tiempo de lo debido para entrar en razón.
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