-Detective, no es claro que haya sido asesinato, pero la viuda lo denunció – le dijo la chica con casaca PDI cuando Marañón llegaba a Simpson 7, y se disponía a pasar bajo la cinta plástica que decía “ESCENA DEL CRIMEN – NO PASAR”. Se detuvo frente al pendón de la entrada: “La última novela de Diego Solimano, Editorial Luciérnaga. Presentan, Cardoch y Contreras.” La noche estaba fría, una molesta garúa se dejaba caer sobre su gabardina blanca.
-Mmm, “Piel de fango, y Asesinato en el biógrafo”, respectivamente – se dijo en voz muy baja, asintiendo con su movimiento vertical del rostro. Levantó la voz y se dio vuelta para dirigirse a la chica de casaca azul - ¿Que dijo la viuda, y los testigos?
-Estaba firmando dedicatorias de su libro, y de pronto se desplomó sobre uno de los ejemplares – la chica caminaba tras el detective que entraba a la sede de la Sociedad de Escritores de Chile, mientras lo ponía al tanto -, los forenses están analizado si pudo haber sido envenenamiento, que es lo que supone la viuda.
-Diego Solimano, “Una pequeña historia erótico policial” – Leyó en voz alta Marañón de uno de los ejemplares de la novela sobre la mesa de la entrada, había varios ejemplares sobre ella. Cogió uno de los pocos que estaban sin cobertura plástica -. No han tocado nada, ¿verdad?
-Recibimos el llamado de Soledad Pierani, la viuda, y llegamos en diez minutos. Los forenses se llevaron el cadáver, nosotros sacamos a toda la gente y no se movió nada. Testigos nos dijeron que no cambiaron cosas fuera de lo normal – Era pequeña, y miraba hacia arriba el detective que mediría más de uno ochenta y cinco -. Bueno, Intentaron revivirlo, había dos médicos en el lanzamiento y creen que fue un shock neuronal… en ese ajetreo pudo haber cambios de la escena del crimen, pero al parecer todos naturales a la situación.
-Shock neuronal… producido probablemente por envenenamiento – cerró el detective mientras caminaba hacia el escritorio, sobre la tarima del escenario, hojeando el ejemplar de la novela.
-Se tienen que haber movido algunas sillas del público con el alboroto, aunque casi todos estaban en el salón de al lado – Ella le mostró con un gesto la sala contigua, que tenía sobre su mesa bandejas de canapés, quesos y aceitunas y varias copas de vino, la mayoría ya vacías y a medio beber, y unas pocas esperando llenas en el centro de la mesa. Llevaba una libreta en la mano que leía mientras informaba al detective -. La señora Pierani conversaba con los dos escritores que presentaron la novela, Cardoch y Contreras, cerca de la entrada, y había dos personas a la espera de la dedicatoria de Solimano, una chica de veintitantos y un sobrino del escritor. El resto de la gente estaba en el vino de honor, al lado. – El detective escuchaba el reporte mientras deslizaba la vista por el salón principal, las sillas desordenadas, el escritorio, la silla del escritor y los pendones de la editorial. En el lugar sólo pululaban un par de PDIs tomando fotografías mientras hablaban con una persona, al parecer de la SECH. - La copa de la que bebía Solimano se la llevó Contreras desde el otro salón al escritorio en el que firmaba. Está en poder de los forenses, para revisar el vino.
-¿A quién le firmaba el libro cuando pasó esto? – preguntó mientras se acercaba lentamente al escritorio –. Mira, al parecer el que quedó a medio firmar no lo tocaron más, y Solimano cayó sobre él.
El ejemplar sobre la mesa tenía la tapa doblada. Marañón la tocó con cuidado para terminar de abrirla.
-Le escribía la dedicatoria a la chica que no conocían los testigos con que hablamos, los dos presentadores, la viuda, y el sobrino que aguardaba su turno para la firma.
-¿No la conocían?
-No es raro, me dijeron, había mucha gente, amigos, colegas de la Universidad en que hacía clases, y también alumnos y alumnas. Piensan que la chica pudo haber sido una de ellas… - la interrumpió el ring de su celular -, perdón detective. ¿Aló? – se alejó hablando.
Marañón mientras tanto, con sumo cuidado levantó la primera página y leyó la dedicatoria que Solimano escribía a la chica con tinta negra. “Cariñosamente para Viviana, la chica del sostén blanco con encajes”. Frunció el ceño y miró a su alrededor. Tomó el libro de la tapa doblada, y junto al ejemplar que ya tenía en su mano lo acomodó bajo su brazo. Volvió en ese momento la chica con casaca PDI. Al ver que el libro ya no estaba sobre el escritorio lo miró con el rostro de soslayo.
-Y el libro, ¿Lo sacará de ahí ya?
-Lo llevaré yo mismo a analizar las huellas, por el mensaje de la dedicatoria, mejor que no lo vea Soledad Pierani – Le pasó el ejemplar a la chica abierto en la página de la dedicatoria. Ella la leyó rápido y luego levantó los hombros.
-No veo qué tan grave es que Pierani lo lea, en fin. Ah… detective – Se irguió sacando el pecho hacia adelante para continuar, cambiando de tema -, llamaban los forenses, dicen que fue envenenado con estricnina, la viuda tenía razón. Pero la copa de vino no estaba contaminada.
-Se salvó Contreras – dijo girando su mirada pasando por sobre la pequeña chica de la PDI.
-A propósito, el escritor Contreras está afuera de la sede, bajo la garúa esperando, por si quiere conversar directamente con él.
-No, él escribe novela negra, puede tener mucha imaginación para ver cosas inexistentes. Díganle que se vaya ¿Y Cardoch no está?
- No, se fue con Soledad Pierani, con el cuerpo de Solimano y los forenses.
Volvieron ambos a mirar el escritorio con detalle Había tres ejemplares de la novela aún emplasticados, el micrófono apagado en el lado derecho y dos lápices bic de tinta azul al lado izquierdo del escritorio mirado desde la silla que usaba el escritor.
-¿Era zurdo? – le preguntó a la chica de la casaca azul
- Mmm… no lo sé. ¿Le pregunto a Contreras?
- Sí, pero espera un minuto – Acercó la vista a la mesa y vio que ambos lápices tenían la tapa mordida – .Tal vez también sabe si Solimano solía llevarse el lápiz a la boca y morder la tapa. Aunque… - Se llevó la mano derecha a la frente y la deslizó sobre la cabellera cana hasta la nuca – Esos lápices son azules, ¿verdad? ¿O son sólo las tapas?
La chica se puso rápidamente un guante de goma en su mano derecha, tomó cada uno de los lápices con cuidado y rayó sobre la palma de su mano izquierda.
-Sí, ambos son azules.
-Necesitamos uno negro – dijo él dirigiendo su vista al suelo aun sobándose la nuca con su mano derecha.
-¿De tinta negra? – Frunció el ceño mientras lo miraba -. Ah, la dedicatoria a la chica desconocida, o tal vez alumna.
Se agacharon ambos y buscaron por el suelo, alrededor del escritorio, en el lugar donde intentaron revivirlo, y siguiendo el camino que se abrieron corriendo sillas para sacar el cuerpo. No encontraron nada.
-Ya, ve a preguntarle a Contreras.
-Lo de si es zurdo y la mordedura de las tapas de lápiz. Le preguntaré también por detalles de la mujer, tuvo que haberla visto.
-Sí, pero que no te embauque con sospechas y suposiciones. – La chica de casaca azul ya iba en camino, tal vez ni siquiera lo escuchó. Marañón fue a la sala del vino de honor.
Miró desde la entrada el panorama general. Difícil saber si alguna de esas copas a medias podía tener huellas importantes. La mayoría serían de escritores, noveles y fracasados, o de profesores de la Universidad. El o la asesina programó bien el asunto, no se equivocaría en dejar ahí una huella.
Se acercó a los dos libros que quedaron sobre la mesa después del alboroto de la muerte. Se puso sus lentes sacados del bolsillo de la gabardina, tomó el primero y lo abrió. La dedicatoria parecía tener la misma caligrafía que el que recibió la cara moribunda de Solimano. Tomó una silla del rincón y la arrimó a la mesa. Abrió las dos dedicatorias y las comparó.
La dedicatoria del libro abandonado en la mesa del vino de honor era para un tal Alfredo: “Con afecto, para mi amigo y colega Alfredo”, y abajo una firma que parecía decir Solimano. La misma caligrafía, pero con tinta azul. Nada del piropo como lo del escote, obvio, pensó al releer el del libro que quedó sobre el escritorio. Miró nuevamente la de tinta negra. No había alcanzado a ser firmado: murió con el lápiz en la mano… y en la boca, pensó.
Tomó el otro ejemplar que estaba un metro más allá sobre la mesa, miró la dedicatoria: “A mi amiga Bárbara Villasante, con un gran abrazo… Solimano”. Tinta azul, y se dijo: Villasante, lo que no tiene de buena escritora lo tiene de guapa… y ni un piropo, ni una alusión a su escote ni a su mirada. Claro a lo mejor ese sí lo podría leer Soledad Pierani. Entró apurada la chica de la PDI.
-Detective, detective – se detuvo frente a él y enumeró con los dedos de la mano derecha. Primero: efectivamente Solimano era zurdo; segundo: sí, tenía el tic de llevarse siempre los lápices a la boca, Contreras dice que se los tenía que regalar cada vez que le cogía uno a él cuando revisaban los escritos; y tercero: Contreras dice que la chica era muy linda, y que se vestía tal como la descripción de la chica del libro, lo que es muy raro para esta época del año, le mandó decir que leyera la última página de Una pequeña historia erótico policial.
-Te dije que no le preguntaras más de lo que te ordené – le dijo frunciendo el ceño, y sonriendo.
-… Y, ¿no la vamos a leer? - dijo la chica, tomó el ejemplar dedicado a Alfredo para leer en voz alta – primero el arranque – dijo -, “Durante los últimos cinco años consideré esa breve etapa de mi vida como un sueño agridulce, un efímero huracán de inspiración que me permitió escribir la novela de Paulina, nada más ni nada menos.” – Paulina, el personaje… aunque con toda seguridad en la vida real no se llama así.
-Muy bien – dijo el detective poniéndose de pie -, ahora el final.
- “… era una mujer de pelo crespo y dorado. Guardé silencio y la miré en detalle, tenía pintado un lunar en la mejilla izquierda. Me sonrió, brillaron sus ojitos negros y se arrugó su pequeña nariz. Llevaba un vestido blanco, ceñido y escotado, vi los encajes del borde de su sostén.” ¡Es ella! – dijo la chica. El detective leyó lo mismo del ejemplar de Bárbara Villasante, asintió con la cara y una sonrisa, y dijo:
- Y hay más, algo que Contreras no descubrió… lee el párrafo siguiente – ordenó él, la chica de la PDI continuó en voz alta y atropellándose en la lectura.
- “… Por supuesto, ¿Cuál es tu nombre?... Amparo… Me entregó el libro y seguí contemplándola varios segundos. Ella permanecía con sus ojos bien abiertos, devorándome las pupilas. Bajé la mirada, fui a la tercera página, en la que aparecía la dedicatoria, tarjé ´Paulina´ y escribí ´Amparo, la chica del sostén blanco con encajes´, dibujé mi mosca en el centro de la página, cerré el ejemplar y se lo entregué.” ¡Sí, es ella! Está dentro de la novela.
-Sí pues, y como estaba todo bien planeado, será muy difícil que la encontremos – dijo sacándose los lentes para guardarlos en el bolsillo interno de la gabardina - . Leamos la novela hoy en la noche, con seguridad encontraremos más detalles sobre el personaje, y quién sabe si el móvil del asesinato.
-Muy bien detective… una sólo cosa más – Marañón la miró esperando su última sugerencia – .Tiene que reconocer que Contreras no tenía cómo haber leído la dedicatoria de lápiz negro, estaba dentro del cordón de la investigación.
-Pero debió haberlo intuido – dijo levantando el dedo índice –. Ya, por favor vaya donde Contreras, dele las gracias y pídale el número de teléfono, por si necesitamos más información – cuando la chica ya se alejaba le gritó que se detuviera – .Y dígale también otra cosa: que es absolutamente inverosímil eso de que la cajera del Biógrafo haya sido amante del asesino.
Este cuento ha sido publicado en el octavo número de la revista que puede ser adquirida a través de su sitio web trazasnegras.cl
Hugo Martínez Torres Chileno, Ingeniero agrónomo de profesión, escritor de novelas y cuentos. Dos novelas publicadas, ambas con MAGO Editores: La Solano y el tímido escote de Carolina, 2006; y Tres inviernos para Isidora, 2010. Con la primera de las novelas obtuvo mención honrosa en los Juegos Literarios Gabriela Mistral, de la Municipalidad de Santiago. Ha publicado cuentos en distintas antologías. https://www.youtube.com/watch?v=pZ45eT5X-5M .