La nueva Constitución ya está disponible, entregada en medio de una ceremonia republicana, en el escenario más institucional posible, en el ex Congreso Nacional y con la recepción conforme del actual gobierno. Esta descripción no es antojadiza, pues marca una diferencia abismal respecto a la instalación de la Convención hace un año atrás, plena de simbolismos y promesas grandilocuentes que quedaron en nada, en fin, para ponerlo en términos simples, la Convención que pintaba para Asamblea transitó del octubrismo al noviembrismo en tan solo un año.
Por: Robinson Silva Hidalgo
Para entendernos, el octubrismo significa aquel espíritu de rebeldía que hizo estallar el panorama político chilenoy que puso de cabeza a todo el sistema reflejando al hartazgo popular traducido en sendas manifestaciones. Por otra parte, el noviembrismo es la representación del acuerdo o pacto político que, desde la institucionalidad, busca responder al desafío del pueblo movilizado. Así las cosas, sin duda el tránsito convencional es desde el intento por representar el octubrismo en el órgano constituyente a la negociación noviembrista que termina pariendo el texto que se votará el 4 de septiembre próximo.
Un elemento no menor en la ceremonia de este lunes fue la incoherencia del gobierno, pues mientras el presidente Boric pide que no se asocie el plebiscito constitucional a una evaluación respecto a su administración, lo hace tomando la palabra en la ceremonia que recibe el texto a someter al escrutinio popular, eso es dispararse en los pies en vivo y en directo, dando otro argumento a una derecha ávida por destruir todo a su paso.
Como sea, las preguntas se acumulan y definen un panorama por demás incierto. Con medios de comunicación masivos volcados al rechazo solapado, con el oficialismo insistiendo en una apuesta arriesgada que amarra el resultado del referéndum al futuro de su gestión, cada vez peor evaluada por cierto, con una derecha desesperada por no desaparecer del espectro político chileno y que infla su desempeño a punta de noticias falsas y bots de redes sociales, amén de las encuestadoras. Con un pueblo cada vez más agobiado por la inflación, por la inseguridad y la mala vida que otorga un decadente modelo económico y social. En este contexto ya no bastan discursos ñuñoínos ni embustes publicitarios progresistas.
Los meses que vienen serán ricos en discusión, aunque no se asegura el nivel de ésta. Se podría pensar que los sectores que se acercan a los enfoques transformadores se vuelquen a dialogar con un pueblo cansado y sometido al juego electoralista para evitar el avance de la derecha cavernaria. Ese acercamiento debe hacerse desde la honestidad y no desde la falsa conciencia que el progresismo ha demostrado en estos meses que lleva habitando La Moneda.
En este sentido, el llamado de Lagos y otros personeros de la denominada “centro izquierda” (vaya a saber uno que significa eso a estas alturas) presentan su opción por el rechazo o la búsqueda de un “consenso”. Esto es un gran regalo para los apruebistas, pues da la posibilidad de centrar la campaña entre la vieja política de los 30 años y la nueva constitución del futuro, no hay por donde perderse. A menos que seas parte de las denominadas “castas” de las que hablaba Pablo Iglesias en la España de los indignados.
La nueva Constitución, por último, es una batalla importante, pero ni con mucho es definitiva. Sabido es que un Congreso Nacional expectante estará más que dispuesto a la reforma del texto al día siguiente de ser aprobado y promulgado y, aun más importante, la organización de los sectores populares es una tarea más que pendiente para la transformación real, no esa de los documentos legales, sino la que impone la transformación de la realidad porque necesitamos una sociedad mejor.