Denuncian por Violencia Intrafamiliar al músico Kaskivano

[resumen.cl] A través de una publicación en redes sociales, el reconocido músico chileno Kaskivano, fue denunciado públicamente por su ex pareja y madre de su hija, por episodios de Violencia Intrafamiliar. Un caso que terminó con una medida cautelar contra Marcelo Castillo, por Violencia Intrafamiliar, fue lo que ventiló su ex pareja a través de redes sociales. “Mi nombre es Natalie Pincheira, y necesito contar mi verdad.” señala la también, madre de su hija. “Ya ha pasado más de un año del quiebre de la relación. Decidir llevar todo esto a una instancia judicial me obligó a armarme de valor y atreverme hablar. La resolución del caso desembocó en una medida cautelar hacia mí —aún vigente—, y visitas directas y regulares con mi hija bajo la supervisión de un familiar cada 15 días. En dicho proceso también se determinó que él debía seguir un tratamiento psicológico, con indicación de tratamiento siquiátrico. Sin embargo, hasta ahora, no he observado cambios, esto es algo que no ha parado y que necesito poner fin, por eso esta declaración. “ afirma. La mujer denuncia que “Como mamá y como mujer que ha vivido violencia intrafamiliar durante esta relación, quiero dejar de ser cómplice por mi silencio, silencio que a él tanto le acomodó y sigue acomodando. Quiero dejar de lidiar con el constante lavado de imagen que él hace hablando de humanidad, de conciencia, de política y quiero desmentir un entramado de historias falsas que él ha ido creando para blanquear su imagen, tanto en la esfera pública como en los círculos cercanos y comunes, donde se observan inconsistencias que nos repercuten, tanto a mí como a mi hija.” Lee la Declaración completa: DECLARO: KASKIVANO AGRESOR Mi nombre es Natalie Pincheira, y necesito contar mi verdad. Mi relación de pareja tuvo una duración de siete años con el cantautor Marcelo Castillo “Kaskivano” con quien tengo una hija y con quien viví violencia intrafamiliar. Ya ha pasado más de un año del quiebre de la relación. Decidir llevar todo esto a una instancia judicial me obligó a armarme de valor y atreverme hablar. La resolución del caso desembocó en una medida cautelar hacia mí —aún vigente—, y visitas directas y regulares con mi hija bajo la supervisión de un familiar cada 15 días. En dicho proceso también se determinó que él debía seguir un tratamiento psicológico, con indicación de tratamiento siquiátrico. Sin embargo, hasta ahora, no he observado cambios, esto es algo que no ha parado y que necesito poner fin, por eso esta declaración. Como mamá y como mujer que ha vivido violencia intrafamiliar durante esta relación, quiero dejar de ser cómplice por mi silencio, silencio que a él tanto le acomodó y sigue acomodando. Quiero dejar de lidiar con el constante lavado de imagen que él hace hablando de humanidad, de conciencia, de política y quiero desmentir un entramado de historias falsas que él ha ido creando para blanquear su imagen, tanto en la esfera pública como en los círculos cercanos y comunes, donde se observan inconsistencias que nos repercuten, tanto a mí como a mi hija. Nuestra relación comenzó y al poco tiempo nos fuimos a vivir a Santiago, como primera experiencia de este tipo para mí. Las primeras manipulaciones fueron solapadas, casi imperceptibles. A él le daba “miedo” que yo saliera. Un día salí sola a dar una vuelta por la calle San Diego, y mientras yo miraba unas bicicletas llegó llorando a buscarme porque “algo malo” me podía pasar y él no quería perderme, prefería que estuviéramos siempre cerca. Yo lo encontré extraño, porque estaba acostumbrada a recorrer sola, sin embargo encontré tierno que se preocupara tanto por mía medida que transcurría el tiempo, Kaskivano se mostraba muy aprensivo, me iba a dejar y a buscar a todos lados y me llamaba insistentemente cada vez que salía “solo para saber cómo estaba” ya que de verdad él expresaba que le tenía miedo a la muerte. Yo trataba de comprender y empatizar con su modo de sentir, sin darme cuenta de todo lo que se venía. El problema se hizo más visible cuando comenzaron las discusiones. Yo no debía enojarme, y si pensaba diferente no podía tomar espacio o salir a dar una vuelta para pensar y resolver mejor. Si había una discrepancia había que arreglarla inmediatamente, si no él se desesperaba, poniéndose nervioso y violento. El primer hecho de violencia que me permito relatar, ocurrió en Santiago. Vivíamos en un departamento y a raíz de una discusión el me encerró en la pieza, yo me desesperé, luego el entró a la pieza, me tiró en la cama, me apretó del cuello, después me metió a la ducha. Posteriormente tomó un cuchillo, gritó y se quería tirar del séptimo piso del edificio. Nunca me había enfrentado a algo así. Una vez, ya calmado, él solo pedía perdón y la eterna promesa de cambio. El pedía perdón y yo perdonaba una y otra vez. La última vez que me agredió habíamos discutido. Vivíamos en Los Ángeles, en un sector rural. Quería una ducha para salir del malestar y la tensión generada por la discusión. Cerré la puerta con llave y mientras me bañaba, manipuló la chapa, ingresó al baño, sacó la cortina a tirones, yo grité de susto y él me pegó. Yo lloraba angustiada, mi hija de dos años en ese entonces andaba rondando por la casa, ubicada en el campo, sin vecinos cercanos, donde gritar se vuelve un acto nulo, nadie escuchaba. Yo le había pedido muchas veces que se fuera de la casa. Kaskivano me decía que por el amor que me tenía si volvía a hacer algo se iría por sí solo. Nunca lo hizo. Es más: una vez saqué toda su ropa afuera de la casa, le dije que se fuera, él la entró y cuando yo volví tenía todo ordenado como si nada hubiese pasado. Si bien fue un padre diligente de hacer comida o cambiar pañales la paciencia no era lo suyo. También le pegó a mi hija de 2 años en ese entonces, le dejó la mano marcada con relieve y fue para mi cumpleaños. Tenía una conducta reiterativa de echar a perder los buenos momentos. Después de pegarle lloró, pidió perdón, decía que él no era así, que estaba presionado, estresado, que su vida era terrible, por supuesto, que lo perdonara. Esto me hace recordar con mucha rabia y dolor el miedo que sentía en la relación, de cómo se enojaba, (incluso llegó al punto de que) si íbamos en automóvil se ponía a andar a exceso de velocidad, los tres con mi hija y él diciendo que ojala nos muriéramos. A medida que pasaba el tiempo, no sólo recibí y fui testigo de violencia hacia mí y hacia mi hija, sino también hacia animales y objetos, siempre bajo un clima de constante temor frente a su temperamento impredecible Cuando decidí hacer la denuncia por VIF, él dijo que iba a reconocer todo, que me amaba, que no me preocupara porque él no me iba a hacer más daño. Después de varias audiencias, reconoce esto frente al tribunal, lo cual permitió la suspensión condicional de procedimiento. Obviamente el reconocimiento social es inexistente. Continuar hablando de consciencia social con su música y canciones feministas es mucho más fácil y cercano. Con nuestro entorno, empezó a defenderse diciendo que él me había pegado esa última vez porque yo me quería suicidar, justificando lo injustificable con mentiras, atribuyéndome además la responsabilidad de ‘provocar’ su violencia. Empezó a culparme por haber contado algo que era nuestro, como queriendo decir que la violencia era parte de la intimidad de la pareja. Siempre era la estructura, la presión, el estrés, cualquier cosa externa, la que lo sacaba de sus casillas. Obviamente negó que nos golpeó a mi hija y a mí, y sumó a esto que era yo quien no le había dado la oportunidad de cambiar, a pesar de que él se estaba “tratando” (Esto después de haber tomado varias instancias de terapia juntos, y de creer en sus “supuestos” tratamientos, que incluyen el paso por tres psiquiatras con los cuales nunca concluyó terapias). Su argumento: “aquí no hay violencia, solo una mala relación de pareja que tiene conflictos normales”. Por supuesto, no a todas las personas les dijo lo mismo. Sus versiones son diversas y variadas según sector y grado de “amistad”. Hoy, y faltando a la verdad, él cuenta que tenemos buena relación, que estamos más amigos, que la cosa está más tranquila, que tenemos amigos en común, que él está sanado, por supuesto para blanquear su imagen y no perder el título de cantautor consciente. Esto no es más que manipulación con el entorno, ya que desde que nos separamos nunca más lo vi, me quedé con la responsabilidad total de la crianza, y la comunicación telefónica que alguna vez tuvimos por nuestra hija fue cada vez peor, hasta tener que decidir no hablarle nunca más, ya que los llantos, los gritos, los malos tratos y las amenazas de suicidio, como tirarse contra los autos, nunca pararon. Cabe resaltar que esta última amenaza la hizo casi en paralelo de que recibí su primer reporte psicológico, firmado por el psicólogo que sostenía que él estaba súper sanado y apto para continuar de lo más normal. Lidiar con esa imagen pública ha sido lejos lo más difícil de todo esto, ya que su reconocimiento social está antes, inclusive, que el rigor profesional. Para concluir, quiero expresar lo difícil que fue y sigue siendo este proceso. Quedé hecha pebre y parte de salir de toda esta oscuridad es quitarme el miedo y salir del silencio, porque sí, la violencia hay que gritarla, hay que denunciarla. Son años de soportar, de querer ver cambios, de querer crear una familia, de cuestionarse. Me atrevo a dar el primer paso por mí y por mi hija y sé también que esto no es ajeno a muchas mujeres que han vivido lo mismo, y que es incluso peor, ya no pueden contarlo porque han llegado a la muerte.   Foto: http://rockaxis.com
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