Por Victor Martin, Psiquiatra integrante de la Comisión de DDHH Colegio Médico Regional Biobío
Los Derechos Humanos son Universales, es decir, los tienen todos los seres humanos, otorgándoles igualdad ante la ley. Los sistemas democráticos tienen como sello el respeto a los Derechos Humanos, sin distinción de origen, género, etnia, nacionalidad, lenguaje, religión, color de piel u otra condición.
Si muchos chilenos pensaban que ciertos temas no debieran ser problema en los tiempos actuales probablemente es porque la historia no ha sido motivo de su interés. Muchos creen que la historia comienza con sus padres o a lo más con sus abuelos.
El desconocimiento en historia puede llevar a peligros insospechados. Hay un conflicto que viene desde el violento encuentro de los pueblos originarios de este continente con el colonizador extranjero. Nuestro gran escritor Baldomero Lillo hace más de 100 años describe parte de este conflicto en el cuento titulado Quilapán.
En 1948, la Asamblea de las Naciones Unidas proclama la Declaración Universal de Derechos Humanos. Chile ha ratificado en su calidad de Estado varios tratados relacionados con estos temas, como la misma declaración aludida, al igual que la Convención Contra la Tortura (1987) con la firma de Augusto Pinochet, el Convenio 169 de la OIT (2008), firmado por el Secretario del Tribunal Constitucional, Rafael Larraín Cruz.
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A casi 33 años de suscrita la Convención Contra la Tortura, cabe preguntarse: ¿Cuánto y con qué eficiencia se ha aplicado la Parte 1, Art. 10, inciso 1 de dicha convención?, y ¿Cuánto de ello es letra muerta en lo que indica?: “Todo Estado parte velará porque se incluyan una educación y una información completa sobre la prohibición de la tortura en la formación profesional del personal encargado de la aplicación de la ley, sea éste civil o militar, del personal médico, de los funcionarios públicos y otras personas que puedan participar en la custodia, el interrogatorio o el tratamiento de cualquier persona sometida a cualquier forma de arresto, detención o prisión.”
Vale recordar que un reo no pierde todos sus Derechos Humanos por el sólo hecho de estar preso.
La situación actual de Celestino Córdova, autoridad ancestral del pueblo Mapuche, quien realizó más de 100 días de Huelga de Hambre en protesta para que el gobierno chileno cumpla con el Convenio 169 antes mencionado, debe invitarnos a reflexionar qué tanto entendemos sobre la universalidad de los Derechos Humanos, cuánto respetamos los tratados que firmamos como Estado y, sobre todo, cuánta letra muerta tiene nuestra legislación chilena. Hoy estamos en un momento inobjetablemente histórico, relacionado con huelgas de hambre de otros miembros del pueblo Mapuche en distintos centros penitenciarios que interpelan nuestras conciencias individuales y colectivas. Como profesionales médicos motivados por los Derechos Humanos nos preocupa la vida de las personas.
Nuestro objetivo no apunta a hacer una apología de posturas irreconciliablemente encontradas. Lo que buscamos es llamar a la comunidad a ser parte de este momento, educándose en materia de Derechos Humanos, comprender la esencia del respeto como ciudadanos ante los acuerdos contraídos como Estado, no como un gobierno de turno, sino como Estado.
Por otra parte, es importante puntualizar que las violaciones a los Derechos Humanos, como concepto, son llevadas a cabo por agentes del Estado, en Chile este concepto involucra a todos los funcionarios públicos, desde el grado más alto al más bajo de cualquier institución pública, ya sean uniformados o no uniformados.
Como médicos, no solamente apelamos al término de la letra muerta en la legislación chilena, sino que también apelamos a la generosidad de parte de quienes están en posesión del poder para poner término a un conflicto de estas características, que lo hagan a través de un esfuerzo cooperativo, que requiere de un liderazgo fundamentado en la sabiduría, que permita la cooperación entre personas tras un objetivo común, aquella sabiduría que históricamente se ha visto en los más grandes estadistas del mundo.
Las consecuencias de las decisiones que tomen quienes tienen el poder de velar por la sanidad mental de todos los habitantes de Chile, pueden ser profundas y graves y, por lo mismo, requieren de una sabiduría sin arrogancia cuando se trata de salvaguardar la integridad de los seres humanos que cohabitamos en esta sociedad. Esto no es un tema intrascendente, menos cuando hasta hace poco resonaban sentidos llamados a la unidad.
Esto podría incluso ser un ejemplo para el mundo entero.
Tener visión de país, obliga a conocer profundamente la historia.