El proceso de elección de delegados a la Convención Constitucional y las demás elecciones realizadas el 15 y 16 de mayo marcarán definitivamente un antes y un después en la política y en la historia nacional. La contundente derrota de la derecha y de la clase política conservadora señala el fin de un modelo de dominación y de una manera de hacer política al servicio de los poderosos que colapsó totalmente en manos de la voluntad popular expresada en las calles desde el Estallido Social iniciado en octubre de 2019 y traducida en triunfo electoral en estas elecciones.
Junto a la aplastante victoria en el plebiscito de octubre de la opción del Apruebo, estos resultados electorales adquieren dimensiones históricas pues trascienden al simple balance numérico de cifras, configuran un nuevo escenario político y auguran un futuro totalmente distinto.
Las reacciones inmediatas y posteriores de la conservadora clase política y del gran empresariado han dejado en evidencia que: “No lo vieron venir”. Tal como ocurrió con el Estallido Social y las causas profundas y superficiales, de largo y de corto alcance que lo provocaron, esta expresión ciudadana tampoco la vieron venir. La política servil y los poderosos estuvieron siempre demasiado ocupados en incrementar sus riquezas a costa del esfuerzo y la explotación de las mayorías, que no le dan ninguna importancia al ser humano y a la naturaleza que existe en esas mayorías explotadas y oprimidas. Displicencia, arrogancia e indolencia que se vieron brutalmente expuestas a causa de la pandemia del coronavirus y cuyas consecuencias las han debido sufrir los habitantes del país real, de los barrios y comunas populares, del mundo carenciado.
Esta vez, pese al tremendo aviso del Estallido y puesta en alerta que significó la pandemia, de nuevo “no lo vieron venir” y persistieron en sus trampas y amañes, en sus contubernios y falacias, para tratar de salvar un sistema de dominación y un modelo de explotación que se atragantó en su propia gula, que se asfixió en su propia saciedad. Los primeros en hacerse trizas han sido las viejas piezas de utilería representadas por los partidos políticos, serviles instrumentos del poder. Los elementos más fanáticos de la ideología dominante y fundamentalistas del neoliberalismo económico, se resisten a aceptar la simple realidad de una derrota terminal y, cual serpientes sin cola, se tuercen y retuercen tratando de recomponer su capacidad de maniobra, de recuperar espacios de manipulación y de restablecer sus posibilidades de asestar golpes o mordidas mortales.
Las disputas y peleas intestinas, o entre colectividades, algunas reales otras falseadas, son sólo un espectáculo propio de la decadencia definitiva y descomposición moral de una clase política añosa y putrefacta. Los unos pueden estar –o no- más afectados por la derrota que los otros, pero en el fondo son todos de la misma calaña. Los hay quienes se dan maña para convertir en factor de noticia principal sus propias trifulcas para desplazar de la atención pública el hecho esencial de haber sufrido una aplastante derrota, la causante de sus rencillas y recriminaciones recíprocas. Y, como siempre ocurre en estos casos, resucitan cadáveres políticos anunciando las penas del infierno por el futuro que se nos viene, reaparecen los viejos agoreros del caos y del desastre, los manipuladores vocacionales, los sembradores del terror, los rancios defensores del sistema y con ello de sus propias granjerías.
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Bastante habían hecho durar sus tiempos de regocijo y de bonanza, de autoalabanzas y enriquecimiento, de abusos y manipulaciones. Lo novedoso es que fueron derrotados por una fuerza social no encasillada en ningún receptáculo de la institucionalidad. Fueron derrotados por una fuerza política distinta, masiva, dispersa en colectividades diversas y que, por añadidura, no se encasilla en los parámetros y esquemas de la actual clase política. Lo distinto es que esta vez, tal como en el plebiscito, se enfrentaron con el pueblo común y corriente que se decidió a continuar las luchas sociales del estallido en todas las formas posibles y en todos los escenarios necesarios. Lo cierto es que esta aplastante realidad se expresó en todas las instancias elegibles: alcaldes, concejales, gobernadores y, como está dicho, los constituyentes. El remezón fue completo.
De modo que eso explica las maniobras por aferrarse a las imposiciones acordadas y disposiciones impuestas en el fraguado Acuerdo por la Paz de noviembre de 2019 y refundidos en la mañosa Ley 21.200 destinada a perpetuar los fundamentos dictatoriales del actual sistema. La costumbre de no hacer caso a la voz y a la voluntad del pueblo, la costumbre de ignorar las demandas de la población, la vieja y retorcida costumbre de burlarse de los anhelos y esperanzas de los habitantes, vuelven a aflorar en las voces y alaridos de los detentores del poder, de sus lobistas y de sus sirvientes de siempre. El secuestro de la soberanía popular que debiera rescatar la Convención Constituyente pareciera ser el rehén con que se amenaza la continuidad y la democracia del proceso constituyente en ciernes.
Los negacionistas de la necesidad de transformaciones reales, los sostenedores ideológicos del sistema dictatorial y modelo neoliberal, levantaron primero su posición de rechazo a cualquier transformación de la constitución dictatorial elaborada exprofeso para beneficio del gran empresariado explotador, hecha a su pedido y moldeada a su antojo. Luego que estos sectores conservadores sufrieron la abrumadora derrotada en el plebiscito de octubre pasado, en que la amplia mayoría de la población decidió que Chile debía dotarse de una nueva Carta Magna, deciden participar en la contienda para definir los componentes del ente llamado a elaborar esta nueva constitución.
Consumada aquella derrota, los conservadores se apresuraron a levantar estrategias de participación en la Convención Constitucional con el objetivo preciso de obtener – al menos- un tercio de los delegados electos para, de ese modo, bloquear cualquier iniciativa de cambio real, de transformación profunda, de definiciones fundamentales de un nuevo país, distinto del que tantos réditos le han sacado. Con esa finalidad hicieron y aprobaron la referida Ley 21.200, para asegurarse la capacidad de bloqueo de los cambios, y asegurarse la posibilidad de imponer sus arbitrios. El pilar de la trampa y el amarre de las ataduras se basaban en la obtención de su tercio.
A pesar de sus maniobras, no pudieron alcanzar su mezquino objetivo. Nuevamente la añosa y descompuesta clase política conservadora perdió en manos de la voluntad popular. Pese a que amañaron todo lo que les fue posible el proceso eleccionario, negando espacios de difusión y financiamiento a los sectores independientes de las colectividades políticas institucionalizadas, por un lado, y destinando miles de millones de pesos a financiar las campañas de sus representantes, por el otro, nuevamente fueron derrotados por la ciudadanía. La cancha la pusieron ellos, los conservadores, financistas y operadores de la actual clase política, las reglas del juego las pusieron ellos, la cancha la rayaron ellos, el árbitro (el Servel) lo pusieron ellos, y en esas condiciones igualmente fueron derrotados de la forma más contundente y absoluta que se haya registrado en nuestra historia reciente.
Eso, pese a la baja participación de la ciudadanía pues el fomento del abstencionismo, el rebajar la importancia de la participación, la implantación del “voto voluntario” (que no es más que una forma poco sutil y poco elegante de impulsar la no participación), fueron todos mecanismos de manipulación del proceso de elección de constituyentes. Proceso además, que fue subsumido en un cóctel de elecciones al por mayor para hacer aparecer esa elección como un acto más de un mecanismo tantas veces repetido. La sorpresa fue mayor pues la derrota la sufrieron en todas las elecciones pero principalmente en la de constituyentes.
De nuevo los poderosos echarán mano a todos los mecanismos que les sean útiles para tratar de distorsionar los objetivos y fundamentos de la nueva Constitución, para imponer sus reglas y apremiar con sus dictámenes, coartando el ejercicio soberano de la constituyente, limitando sus atribuciones y tratando de bloquear las transformaciones de fondo por la vía de la influencia sobre los exponentes de la vieja clase política. Los y las constituyentes independientes movidas solo por el objetivo y el afán de poner los cimientos sobre los que empecemos a construir un país mejor, más justo, más digno, más humano, tendrán que armarse del coraje y sagacidad necesaria para sobreponerse a las maniobras y sortear todas las trampas que pondrán en juego la camarilla conservadora y sirviente del poder. Se viene un proceso de definiciones donde el ejercicio del derecho a soberanía conquistado en buena lid y el mandato soberano del plebiscito son los pilares esenciales en los que deben apoyarse los constituyentes democráticos e independientes.
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