Derrota de la derecha, ¿señal para Nueva Mayoría?

Los medios y analistas políticos han dedicado horas y páginas para cubrir y teorizar sobre el torbellino en el que está atrapada la derecha tras la derrota en las pasadas elecciones. Una debacle atribuida directamente a la gestión presidencial durante los últimos cuatro años. Sebastián Piñera, que llegó a la Presidencia con el 51 por ciento de los votos en la segunda vuelta, no sólo termina su mandato con poco más del 30 por ciento, sino que traspasó esa impopularidad a la candidata elegida para la sucesión y, de paso, afectó la votación legislativa que tradicionalmente había obtenido la derecha, configurando uno de los peores escenarios para este sector.

Diferentes análisis realizados desde la derecha estiman que no se trata simplemente de errores en la conducción gubernamental, sino admiten un cambio en las demandas e intereses de la ciudadanía, los que la Alianza no habría detectado. Entre ellos está en primer lugar, la decantación que ha hecho la historia de la dictadura de Pinochet. Quedó expresada con claridad durante las actividades conmemorativas de los 40 años del golpe, en septiembre pasado, muchas de ellas divulgadas a través de los medios de comunicación. Este cambio en la conciencia nacional que percibieron los medios obteniendo algunos altos niveles de audiencia y aceptación, no lo hicieron los partidos de derecha, que salvo algunas excepciones, como el mismo presidente Piñera cuando acusó a los “cómplices pasivos”, mantuvieron la vieja retórica llena de ambigüedades para justificar el golpe y la dictadura.

 

Por cierto que no es éste el núcleo central de los debates al interior de la Alianza, pero sin duda todas las materias de análisis del fracaso están ligadas a este centro. Desde la dictadura, y esto tampoco se dice, surge el malestar ciudadano que tiene hoy características de peste. La derrota de la derecha, que ha llevado por descarte al triunfo de la Nueva Mayoría si consideramos la alta abstención, es una expresión clara del rechazo electoral a quienes han sido durante estas dos décadas los principales guardianes de la institucionalidad heredada del régimen de Pinochet.

 

En Renovación Nacional no se habla de “dictadura” ni de “neoliberalismo”, pero hay documentos que critican el “cosismo” de Joaquín Lavín, una expresión que convirtió a la política en asistencialismo y en acceso al consumo. Una crítica con fuertes dosis de retórica, pero que pese a todos los matices apunta a lo central: el elector no se conformaría hoy sólo con “cosas”, sino que busca reformas profundas.

 

Es probable que RN cambie de nombre y se articule en torno a algunas reformas, las que en la práctica conforman la vieja política del gatopardo. Un retoque por aquí, un parche por acá, más algunos maquillajes destinados a captar más audiencia y posteriormente electores. Pero es también, como ya estamos observando, una señal hacia el sector más conservador de la Nueva Mayoría para frenar de forma gradual las reformas propuestas por Michelle Bachelet durante su campaña. RN lo ha dicho con claridad: quiere acercarse a la Democracia Cristiana.

 

El fracaso de la derecha, que tanta algarabía ha causado en la Nueva Mayoría, en realidad debiera comenzar a preocuparla. Si atendemos a los factores que llevaron al fracaso de la derecha, éstos no están en ningún caso acotado a este sector. Bien sabemos que la Concertación administró de forma eficiente y alegre durante veinte años la institucionalidad binominal-neoliberal instalada durante la dictadura, por lo que la línea que separa a las dos grandes coaliciones electorales es tenue y compartida. En lo concreto, hay muchas más coincidencias que diferencias entre ambas caras del binominal.

 

El rechazo electoral a la Alianza es sólo una expresión más de un repudio mucho mayor que se manifestó en la alta abstención. Una repulsa que ha gozado de enorme crecimiento durante los últimos años, tomando forma en la organización social y sindical y medida en no pocas encuestas de opinión. Un repudio que entre los trabajadores organizados y en las calles no hace diferencia entre las dos coaliciones.

 

El próximo gobierno de la ex Concertación ha sido muy hábil al incorporar algunas de las demandas ciudadanas en su programa, las que tuvieron ciertamente su rentabilidad electoral. Pero se trata de un efecto relacionado con la escasa participación en las urnas, además distorsionado por el sistema binominal. De este modo, nada de ello le augura a la Nueva Mayoría un apoyo ciudadano masivo a partir de marzo.

 

Junto a este conjunto de factores, hay otro en pleno desarrollo. El movimiento social es un fenómeno cuyo crecimiento se expresa al margen de los partidos políticos y cuyos objetivos son la desinstalación de las bases mismas del sistema de libre mercado con fines de lucro presentes en prácticamente todas las actividades económicas y sociales. Bajo este punto de vista, la Nueva Mayoría, y muy a pesar de las limitadas reformas propuestas, estará mucho más cerca de la Alianza que de las organizaciones sociales.

 

Publicado en “Punto Final”, edición Nº 797, 10 de enero, 2014

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