Descomposturas

La reacción más bien destemplada de la Casa Blanca ante la difusión de los documentos filtrados por Wikileaks oscila entre la soberbia más cruda y la hipocresía no menos. Robert Gates, el jefe del Pentágono, señaló que EE.UU. no tiene amigos, sólo países que lo respetan, le temen o lo apoyan por mera conveniencia y les restó toda importancia. A los países y a los documentos. Si son inofensivos, habrá que lamentar los afanes que Hillary Clinton desplegó para atenuar su impacto entre sus colegas en la reunión cumbre de la Organización para la Seguridad y Colaboración en Europa (OSCE) que acaba de finalizar en Kazajstán.

Una foto muestra a la número uno de la diplomacia estadounidense estrechando la mano de Berlusconi después de asegurarle que no había aliado más importante para Washington que Roma. Los dos sonríen. Después de todo, el primer ministro italiano se mostró divertido, tal vez halagado, por la referencia a sus fiestitas con menores de edad. Putin, en cambio, se irritó, algunos gobernantes se apresuraron a decir que el hecho no dañaba sus relaciones con EE.UU. y otros prefirieron el silencio. Como se acostumbra decir, la procesión va por dentro.

Se prohibió al personal del Departamento de Estado consultar el sitio de Wikileaks (The Christian Science Monitor, 1-12-10) y el secretario de prensa de la Casa Blanca, Robert Gibbs, subrayó que Hillary Clinton nunca había ordenado a sus funcionarios que espiaran en las Naciones Unidas (AP, 1-12-10). Quizás se trate de un caso de miopía aguda.

Gibbs no debe haber leído bien el memo secreto con la firma de la secretaria en el que imparte, entre otras, las siguientes instrucciones: conseguir los números de las tarjetas de crédito y de viajero frecuente, el correo electrónico, los pases de los diplomáticos de otros países –-incluidos el secretario general, Ban Ki-moon y los miembros del Consejo de Seguridad de la ONU– y aun sus datos biométricos. Que incluyen, según especifica una directiva del 31 de julio de 2009 enviada a las embajadas de 33 países, las huellas digitales, las fotos del pasaporte y el escaneo del iris de los espiados (www.spiegel.de, 11-28-10). Se ha dicho que los documentos difundidos por Wikileaks son el producto de un robo. Es verdad. Y se sabe: el que roba a un ladrón...

Julian Assange, el director de Wikileaks, figura ya en la lista de los más buscados por Interpol y suceden otras cosas curiosas. Legisladores republicanos lo acusan de traicionar a EE.UU., aunque nació en Australia. El predicador bautista Mike Huckabee, ex gobernador de Arkansas y tercero en la lista de candidatos a la presidencia por el Partido Republicano, pidió la ejecución de quienes filtraron los documentos. Acompañó el pedido de este hombre de Dios, entre otros, Tom Flanagan, profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Calgary y ex asesor del primer ministro canadiense Stephen Harper. Flanagan precisó un par de métodos para asesinarlo: “Contratar (a un sicario) o tal vez emplear una avión no tripulado” (www.cbc.ca, 1-11-12). Por qué no.

Si las afirmaciones de Robert Gates son ciertas –haciendo a un lado su desdeñosa connotación– los documentos filtrados poco dañarían las relaciones de EE.UU. con sus aliados, con la excepción quizás de Turquía. Pero sin duda socavan las posibilidades de Obama de lograr un segundo mandato. El mandatario estadounidense no fatigó su apoyo a un gobierno honesto y de absoluta transparencia –el suyo– y el ser consecuente con esa promesa lo llevaría a tomar decisiones extremas: no aceptar la responsabilidad del contenido de los documentos lo obligaría a despedir y aun procesar a muchos funcionarios del Departamento de Estado que él mismo designó. La alternativa es de hierro y parece improbable que Obama proceda a tal limpieza para evitar las acusaciones de debilidad que sus competidores le enrostrarían.

Farhan Haq, uno de los voceros de Ban Ki-moon, calificó de ilegal la directiva de espiar al secretario general de Naciones Unidas y se estima que éste pedirá aclaraciones a la Casa Blanca. Haq recordó en conferencia de prensa que, en virtud de la Convención sobre los privilegios e inmunidades de la ONU de 1946, el intento de apropiarse de los datos precisados en la directiva de Hillary Clinton es un delito grave para el derecho internacional (www.guardian.co.uk, 29-11-10). Se estima que esta declaración no movió un solo pelo de la cabellera de Gates. Debe haber agitado mucho la de Hillary.

El vocero del Departamento de Estado, P. J. Crowley, admitió el jueves que la filtración hacía más dura la vida de los diplomáticos estadounidenses (www.voanews.com, 2-12-10). Explicó que su jefa se la pasó telefoneando a mandatarios de China, Alemania, Francia, Gran Bretaña y otros países para lamentar la filtración. También llamó a Buenos Aires y conversó cordialmente unos 20 minutos con Cristina Fernández de Kirchner. Meses antes estaba muy preocupada por la salud mental de la Presidenta argentina.

Fuente: Página 12

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