[resumen.cl] En el siguiente texto el Observatorio Latinoamericano de Conflictos Ambientales analiza la coyuntura en torno a los desafíos frente a la crisis sanitaria y la crisis socio-ambiental que vivimos. Todo en el marco del denominado Día Mundial del Medio Ambiente este 5 de Junio.por Equipo OLCA (Observatorio Latinoamericano de Conflictos Ambientales)
Cuando la palabra humanidad proyectada en un muro en el centro de Santiago es perseguida como criminal, cuando las ollas comunes son derramadas por el piso de nuestras poblaciones por cachas de armas y botas militares, cuando el gobierno ingresa un proyecto de ley para blindarse ante la Corte Internacional de la Haya, y no responder por las muertes, violaciones y mutilaciones que siguen produciéndose, es evidente que el problema es más que un virus.
Desde nuestros diversos ámbitos observamos cómo los males de la sociedad ya en crisis, lejos de mejorar con la pandemia, se profundizan: más colapso en el sistema de salud, más desigualdad en el sistema de educación, más despidos arbitrarios, más endeudamiento, más represión, más extractivismo, más depresión, más droga, más robos, más dependencia a la industria química, más abuso, menos soberanía. La enfermedad no es la COVID, es que hemos cedido el control de nuestras vidas, en “los que saben”, “en los que tienen”, anulando nuestro propio saber, nuestras habilidades y capacidades, nuestras economías, nuestros infinitos modos de resolver la existencia, esperando que otros nos digan cómo vivir.
Los trabajadores y trabajadoras de la fábrica de cerámicas Zanon, recuperada en Argentina a comienzos de los 2000, expresaban que una vez que lograron reapropiarse de los medios de producción y se ponía en marcha de nuevo la fábrica, la línea no andaba porque el primer trabajador estaba esperando la orden… por suerte eran colectivo y lo pudieron conversar, analizar y superar el asunto, y la fábrica y la dignidad se pusieron en marcha, pero mientras esperemos que “los que saben” nos den el/la orden, la cultura de muerte que nos han impuesto seguirá profundizando su alcance.
Parapetados en nuestras casas, y nutriéndonos por la televisión, nos cuesta conversar, analizar y superar los despropósitos cotidianos que vemos, y echar a andar otros modos de producción de la vida. El modelo, a costa del miedo a la muerte, a la criminalización, al hambre o al presidio, orquesta el avance de la agenda de recomposición de la geopolítica de Sudamérica trazada por las grandes mineras en el 2000, a lo que llamaron Iniciativas de Integración Regional Sudamericana IIRSA, transformando al continente en 10 grandes ejes, atravesados por corredores Asia Pacifico, de tránsito de materias primas.
Las obras desde el 2000 a la fecha han experimentado un sostenido avance, una sostenida complicidad de los gobiernos de la región y un sostenido rechazo de las comunidades impactadas, procurando siempre invisibilizar que cada fragmento es parte de un todo depredador mayor; sin embargo, ahora es necesario unir los fragmentos, y el pegamento pretenden que sea nuestro miedo y la nueva institucionalidad expresada en el TPP 11 y otros tratados ad hoc.
Lo que no parecen entender estos lucrópatas es que los millones de chilenos y chilenas, pueblos y comunidades que estallamos en octubre, los y las miles de millones que estallan por todo el mundo, vamos a exigir que se escuche que ya no más, llenos de tristeza por las y los que partieron, pero con más certeza de que nuestro destino no puede seguir en sus manos, y con más lazos y tejido social, buscaremos el modo de que la vida prevalezca, procurando apagar la tele y reconectar con la naturaleza, sembrando en lo que otros desechan, asumiendo la abundancia que somos y tenemos, aprendiendo a reparar, dándonos el tiempo para decodificar las señales de un planeta vivo que nos invita a ponernos del lado de la vida.
Es desde ahí que seguimos el andar de los diversos colectivos en procesos de defensa territorial, que bregamos por la inclusión decidida del movimiento socioambiental como un actor relevante en la gestación de un nuevo compromiso ecológico social, que nutrimos los esfuerzos por reponer en el debate la urgencia de una Asamblea Constituyente democrática, feminista y plurinacional que vuelva a hacer del agua, la educación, la salud, la economía, la cultura, el trabajo, la semilla, en fin, la vida, un bien común, que cuidamos, significamos, compartimos y constituimos, colectivamente.
Desde los territorios, caminamos en la senda trazada desde tiempos inmemoriales por las y los más primeros de este continente, en clave de Kume mongen, Sumak Kawsay y las miles y diversas formas de denominar el “buen vivir”.
Imagen principal: Termoelectrica Bocamina I y II en Coronel, región del Biobío