Por lo tanto, estamos ante dos concepciones políticas distintas. La reacción de Lula ilustra el compromiso del progresismo-L en defensa de los extractivismos petroleros, y las economías basados en éstos. Pero además fueron muy cristalinas en revelar otro aspecto en esas posturas: entienden que no hay alternativas posibles, y que su mero planteo es “irreal”. Esta ha sido la posición típica en los progresismos latinoamericanos desde la década pasada. Una postura que alcanzó posiblemente sus extremos cuando Rafael Correa calificaba como locos que debían internarse a los que reclamaban dejar el crudo en tierra.
El progresismo-L actual, como el de antes, concibe que la explotación de recursos naturales y su inserción en la globalización exportándolos como materias primas, son indispensables e inevitables, asegurarían el crecimiento económico, y no hay alternativas viables. Entienden que ese tipo de desarrollo asegura que los beneficios económicos superarían o justificarían sus impactos sociales y ambientales. Como esas prácticas provocan duras críticas e incluso resistencias ciudadanas, las respuestas estatales fueron defensivas y paulatinamente erosionaron la salvaguarda de derechos y debilitaron la democracia. El paso de los años confirmó que esos desarrollos no resolvieron la pobreza ni aseguraron la calidad de vida, pero resultaron en una pérdida, por izquierda, de legitimidad política de los progresismos.
En cambio, el progresismo-P reconoce que existen esas contradicciones, no las oculta, y postula algunas medidas para superarlas. Esos planteamientos no son nuevos, ya que el mismo tipo de reclamo se escucha desde la década pasada. Existieron demandas por otro tipo de políticas económicas, que no siguieran insistiendo en proteger y amparar los extractivismos, diversificar las acciones sociales más allá del asistencialismo y el consumismo, proteger efectivamente el ambiente, y realmente radicalizar la democracia, asegurando todos los derechos. Eran reclamos para renovar a los progresismos por izquierda, y que deben ser interpretados desde un marco conceptual que reconoce que izquierda y progresismo son regímenes políticos diferentes.
Esas demandas fueron casi siempre ignoradas, minimizadas o atacadas por políticos e intelectuales del progresismo convencional, y eso se repite hoy en día. Basta un ejemplo: José Natanson, el politólogo que dirige
Le Monde Diplomatique Argentina, acuñó la etiqueta “ambientalismo bobo” para burlarse de las comunidades locales que resisten la minería en el sur de ese país (3). Para dejar bien en claro la cuestión, es como si en Perú, un analista que se autodefine como progresista aprovecha su espacio en un canal de televisión para estigmatizar las movilizaciones campesinas o indígenas frente a mineras o petroleras. Lo relevante en sus dichos y razonamiento es que desembocan en posiciones de derecha, en su caso recordando a Alan García de Perú, cuando denunciaba que los indígenas frenaban el progreso. Natanson ejemplifica a analistas con una estridente pobreza conceptual y desconexión de los movimientos sociales, para muchas veces ser ecos de las posturas gubernamentales. Aunque sus contenidos son distintos, la racionalidad es análoga a la que se escucha en la prensa conservadora, y por ello no son útiles para una renovación desde la izquierda.
Atendiendo el compromiso de no caer los simplismos, es posible retomar la reflexión. Si bien los progresismos convencionales se diferenciaron de la izquierda que les dio origen, no representan ni posturas conservadoras ni neoliberales. La crítica que trata como neoliberales por ejemplo a las medidas de Alberto Fernández en Argentina o Luis Arce en Bolivia, son incorrectas, y en realidad revelan un uso inadecuado del concepto de neoliberalismo. Pero tampoco puede caerse en el otro extremo, asumiendo que el progresismo-P representa una nueva izquierda radical anticapitalista; recordemos que el mismo Petro dejó en claro en su discurso de victoria que su política se mantendría dentro del capitalismo. Del mismo modo, siendo rigurosos, su plan de despetrolización incluye prohibir el fracking pero continuará la explotación petrolera en las concesiones ya otorgadas.
Tras esquivar esos excesos, se puede afirmar que el progresismo-P busca resolver algunas de las contradicciones sociales y ambientales más severas en las que estaban atrapados los progresismos convencionales. Como se adelantó arriba, las demandas de una renovación desde la izquierda se repitieron desde mediados de la década pasada, pero fueron repetidamente minimizadas o ignoradas. Como Petro triunfó en Colombia, y en su discurso se reconocen algunos de esos elementos, la cuestión ya no puede desatenderse.
Es importante no perder de vista que el antecedente más importante a ese empuje ocurrió en Ecuador, con la candidatura de Yaku Pérez al frente del partido indígena, Pachakutik en 2021. Sigue siendo llamativo como el progresismo convencional internacional ignora esa experiencia, como si Yaku Pérez no existiera. Recordemos que su plataforma tuvo un talante intercultural, y priorizó entre otros temas la defensa del agua y el ambiente, y la resistencia a la minería (4). Su desempeño electoral fue muy bueno y estuvo a punto de alcanzar el balotaje, sufriendo un conteo de votos denunciado por irregularidades. Hizo todo eso compitiendo también contra un candidato del progresismo convencional, lo que sirvió para dejar en claro las diferencias entre las dos posiciones. Tampoco puede olvidarse que en esa campaña, las críticas contra Pérez estuvieron teñidas por el racismo y las burlas, tanto desde la derecha como desde el progresismo.
Disputas de este tipo se siguen repitiendo hoy en día. Por ejemplo, en Bolivia, el Movimiento al Socialismo (MAS) se fracturó en tres corrientes: una que persiste en el liderazgo de Evo Morales, una que está encolumnada con el actual presidente Arce, y otra que defiende al vicepresidente David Choquehuanca. Entre las dos primeras no hay mayores diferencias ideológicas ya que ambas buscan financiarse desde los extractivismos y los enfrentamientos se deben, en varios casos, a distintos grupos que disputan captar y controlar excedentes cada vez mas escasos. Son ejemplos de progresismos-L. La tercera, en cambio, retoma algunas de las ideas iniciales de ese proceso de cambio y que quedaron en el camino, como las concepciones indígenas y campesinas del Vivir Bien. Es una perspectiva con similitudes a Yaku Pérez y que se asemeja a las preocupaciones de Petro en Colombia.
Bajo las condiciones actuales los progresismos-L pueden volverse más conservadores o bien buscar su renovación desde la izquierda. Si se intenta esto último, es apropiado rescatar la reflexión de José de Echave desde Perú (5), reclamando que a la justicia social se le deben agregar otras como la ambiental, la de género, o transformaciones hacia una diversificación productiva, y ello requerirá un programa de transiciones. Sabemos que esto no es sencillo porque implica rupturas con estrategias capitalistas muy arraigadas desde el punto de vista económico y político, pero también cultural. Pero ese es justamente el desafío de una izquierda del siglo XXI.
Lo novedoso es que esas dos perspectivas progresistas, la “P” y la “L”, ya no pueden ignorarse porque fueron puestas en evidencia por un líder político que llegó a una presidencia. No pueden hacer como si no existieran como ocurrió con Yaku Pérez antes o ahora con David Choquehuanca. Calificarlas como propias de izquierdas infantiles o funcionales a la derecha, como hicieron en el pasado los progresismos, ahora carece de sustento. Etiquetarlas como radicales, extremistas, peligrosas o comunistas, como repite la derecha es igualmente infundado. La nueva línea de fractura, como reconoció Petro, está entre la “política de la vida”, que por ejemplo defiende el ambiente, y la “política de la muerte” basada en los combustibles fósiles.
Notas
1. Gustavo Petro, que lidera encuestas en Colombia, busca crear frente antipetróleo, A. Jaramillo y O. Medina, Bloomberg, 14 de enero 2022.
2. Sorpresivamente, Lula da Silva dice que propuesta de Petro de detener exploración petrolera es “irreal”, Semana (Bogotá), 4 mayo 2022.
3. Contra el ambientalismo bobo, C5N, 16 marzo 2021,
https://www.youtube.com/watch?v=qFK3EoSXVt8
4. ¿Cómo volvió la derecha al poder en Ecuador? Juan Cuvi, Nueva Sociedad, abril 2021,
https://nuso.org/articulo/como-volvio-la-derecha-al-poder-en-ecuador/
5. Los gobiernos progresistas ¿Un segundo momento para hacer correcciones?, J. de Echave, Otra Mirada, 6 julio 2022.
*Eduardo Gudynas es investigador en el Centro Latino Americano de Ecología Social (CLAES). Una primera versión de algunas de estas ideas se publicó en el semanario Voces (Uruguay), y otras siguientes en Noticias Ser (Perú). En las redes: @EGudynas
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Trabajo publicado originalmente en PlanV.