La salida de Mañalich del cargo de Ministro de Salud ha permitido dimensionar mejor la verdad sobre la magnitud de la catástrofe generada por su deplorable gestión como responsable del manejo de la crisis de la pandemia del COVID. Este despido grafica el desastre y reconoce las culpas del desafectado ministro, pero éste no es el único que tiene que rendir cuentas de su actuar.
Aunque aún no logramos conocer la cuantía de la manipulación de cifras de personas fallecidas, al menos ya se conoce la distorsión en cuanto al total de contagiados que se han producido en el país a lo largo de esta pandemia. Si bien ya el daño estaba provocado y la calamidad desatada desde comienzos de mayo en adelante debido al exponencial aumento de los contagios, inquieta conocer que la cantidad de personas afectadas era considerablemente mayor a las informadas por el gobierno, por Mañalich y su equipo, generando una preocupante oscuridad en el manejo sanitario de la situación de salud del país. Las explicaciones gubernamentales acerca del porqué del ocultamiento de la verdad, resultan aún más perturbadoras porque no clarifican nada.
Lo cierto es que, con más de 220.000 contagiados al cabo de tres meses y medio de pandemia, Chile se ubica entre los países con peor desempeño, entre los 9 (nueve) con peores resultados, producto de un desastroso manejo de la crisis. Además, somos el cuarto país del mundo en tasa de contagios por millón de habitantes, pero a esta ubicación se llega sólo haciendo un ejercicio de buena voluntad estadística pues entre las naciones que nos anteceden en tasa negativa se encuentran Ciudad del Vaticano (con un total de 12 –doce- contagiados entre sus 801 habitantes), San Marino (con 696 contagiados entre sus 20.514 habitantes), y Qatar (con 83.174 contagiados entre casi 3 millones de habitantes). Asumiendo la realidad, tenemos la mayor tasa de contagios del planeta entre los países con más de tres millones de habitantes.
Todavía queda por conocer la real cifra de fallecidos por efecto del SARS-CoV-2 que de momento se sitúa en la estadística oficial en poco más de 3.600 personas, pero ya es de público conocimiento que la cifra real estaría hoy más próxima a los 6.000 decesos atribuibles a la enfermedad. Los métodos usados por Mañalich y su equipo no contabilizaban a aquellas personas fallecidas en sus casas sin poder acceder a atención sanitaria producto de precarias condiciones de vida, o que no tenían algún examen médico realizado, o no contaban con el resultado de éste, o que no reunían algunos de los absurdos requisitos impuestos desde el Minsal por un afán de torcer realidades.
Este es un fracaso estrepitoso del gobierno de Piñera. El costo de este fracaso, obviamente, lo han debido cargar los ciudadanos pobres de este país. Tanto en contagiados como en víctimas fatales las cifras castigan con implacable preferencia a las comunas y barrios populares de los centros urbanos, afectando principalmente a las personas pobres, o en situación de precariedad y de abandono por parte del Estado. Ciertamente, esperamos que la gestión iniciada por el nuevo Ministro de Salud, Enrique Paris, efectivamente se traduzca en un mejoramiento de la situación, pero para ello es de necesidad perentoria que se asuma la realidad y se implemente una nueva estrategia para enfrentar la pandemia.
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Convengamos que si la cifra de personas fallecidas no se ha disparado exponencialmente se debe esencialmente al trabajo del personal de salud, de todos los estamentos, que ha desarrollado una infatigable labor de atención y de cuidados de los pacientes, sobreponiéndose en muchos casos a condiciones laborables inadecuadas e insuficientes que la gestión de Mañalich nunca quiso o no fue capaz de atender y resolver. Esa ha sido la razón fundamental del porqué, felizmente, este desastre sanitario no ha ido aparejado con una mortandad cuantiosa; sin embargo, la urgencia de mejorar los apoyos en insumos, materiales, equipos y personal al sistema público de salud sigue siendo una cuestión que requiere pronta solución.
Ha influido también en la cifra de fallecidos, el hecho de que durante el primer mes y medio de pandemia la población mantuvo una actitud de repliegue respecto de la movilización social y de autocuidado preventivo que se tradujo en que los contagios se mantuviesen en un rango de control. El repliegue se origina en la natural desconfianza de la masa movilizada en las decisiones y en los propósitos que animaban al gobierno del presidente Piñera ante la llegada del coronavirus al país.
Lamentablemente, esta actitud preventiva de la población fue saboteada desde el gobierno central con la constante discursiva de que estaba todo controlado y organizado para enfrentar el despliegue del virus, que había que volver hacia “una nueva normalidad”, que era necesario el “retorno seguro”, y junto con eso el Estado no entregaba ninguna ayuda material directa, inmediata y efectiva a la población mayoritaria que había sido dejada en la estacada por las otras medidas pro empresariado y decisiones desatinadas de Piñera y su coalición gobernante.
Hasta el presente, en los barrios populares, se sigue destacando como esencial la actitud de prevenir y auto ayudarse, tanto mediante la asistencia solidaria a los vecinos más desvalidos como en la mantención de ollas comunes que han sido un instrumento de ayuda social comunitaria; cuestiones estas que si bien no logran resolver las carencias que genera el abandono por parte de las políticas públicas del Estado o del gobierno en esta crisis, al menos sirven para paliar el hambre y soportar la incertidumbre.
La fuerza de trabajo del personal de la salud –que continúa a firme- y la actitud de repliegue y autocuidado de la población, generaron el espacio de tiempo necesario para que los centros de salud se prepararan un poco mejor para un eventual incremento del número de casos a atender, y para que el gobierno hiciera efectiva la adquisición y arribo de equipos y suministros necesarios para cubrir las demandas que inevitablemente la enfermedad iba a generar. Esta es una cuestión de trascendental importancia. Si en Chile la crisis sanitaria hubiese seguido el decurso y pronósticos que a mediados de marzo hacían el gobierno (en la persona de Piñera) y el Minsal, obviamente el desastre se hubiese producido ya en abril y en ese caso la mortandad habría sido cuantiosa.
El fracaso de Piñera y Mañalich se funda en el afán prioritario de hacer utilización política del arribo del coronavirus a Chile. Son las mezquindades políticas y caprichos ideológicos de los gobernantes y su coalición los que están en el centro de las determinaciones que han adoptado en estos tres meses y medio. La defensa del sistema de dominación política y del modelo económico neoliberal puestos en crisis y cuestionados hasta los cimientos por el estallido social iniciado en octubre de 2019 ha sido la motivación central de este gobierno. Ello es lo que determina la concepción de una estrategia sanitaria absolutamente equivocada, errada, condenada al fracaso desde su anuncio porque nunca estuvo orientada a impedir la propagación y a controlar los estragos del virus.
La terquedad del gobierno de persistir en esa estrategia fallida - aún cuando las evidencias demostraban su fracaso –, en desoír las llamadas de alerta realizadas por expertos externos, en desatender las alarmas que surgían desde los centros públicos de salud y desde los trabajadores y trabajadoras de estos recintos, no tiene otra explicación que para el gobierno la estrategia de salud no era ni ha sido lo más importante sino solo un aditamento oportuno y provechoso para implementar una política que les permitiese seguir sosteniendo su decadente sistema.
El fracaso de Piñera y su gobierno en esta crisis tiene su razón de ser en ese afán pernicioso de hacer utilización política de la pandemia en beneficio de mezquinos objetivos de la derecha gobernante, de los intereses del gran empresariado al que representan y para el que trabajan o del que forman parte, y de la continuidad del minoritario bloque del poder. Para ellos, la pandemia fue la gran oportunidad de cobrarse revancha del levantamiento social en curso e intentan usar la enfermedad para infringirle una derrota al pueblo.
En función de ese mismo propósito han ido dirigidas todas y cada una de las medidas económicas, paquetes de medidas, resoluciones específicas, adoptadas por Piñera durante esta crisis; siempre han ido en beneficio de proteger, servir y salvaguardar los intereses del gran empresariado; las supuestas ayudas dirigidas hacia la población o hacia las pymes no son más que adornos y flecos de un plan con un objetivo central de mantener, conservar y fortalecer su modelo económico. Incluso el último paquete de medidas anunciado esta semana se inscribe en la misma lógica pro modelo y pro empresariado. Para eso ha usado Piñera el estado de excepción constitucional “Estado de Catástrofe”, para proteger los intereses de los poderosos, incluidos los intereses propios.
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El mismo sentido de revancha política, de protección y defensa del sistema, han tenido las diversas leyes impuestas aprovechando el repliegue de la ciudadanía movilizada. La preocupación dominante de la población de protegerse contra la enfermedad la ha dejado en la indefensión ante el gobierno y su arremetida montado en el virus y aprovechando la confusión; en esa actitud perniciosa ha contado, desde luego, con la complicidad de una inexistente y auto anulada oposición formal, lo que le permitido instaurar leyes abiertamente represivas y políticas anti populares.
A la par de ello, se ha exagerado el equipamiento de las fuerzas policiales orientadas a la represión de la población civil; en medio de la tormenta, la derecha fortalece sus instrumentos de defensa e intenta neutralizar mediante leyes y figuras represivas cualquier intento de levantamiento social. También para esto han usado y abusado del “Estado de Catástrofe”. Allá ellos. Pero en ese afán pernicioso han llevado al país al borde del abismo.
No es de extrañar entonces esta actitud política de los gobernantes y la deplorable realidad a que nos enfrentamos hoy. No por casualidad Piñera había declarado la guerra al pueblo chileno a propósito del alzamiento de octubre; no por casualidad el primer gran objetivo gobernante fue postergar el plebiscito de abril, actitud y afán que ahora nuevamente intentan reactivar.
El miércoles 18 de marzo el presidente Piñera se jactaba de que sus planes eran perfectos y no seríamos otra Italia; en proporción de contagios hace rato estamos peor que Italia y en cifras totales de contagiados estamos próximos a rebasar la triste realidad italiana. Solo las cifras de fallecidos aún no son similares pero en ningún caso eso es mérito del gobernante y su saliente ministro Mañalich.
El viernes 3 de abril Piñera realiza su acto de provocación en la Plaza Dignidad yendo a sentarse y fotografiarse en el lugar símbolo del levantamiento. Esa actitud grosera y agresiva denota la verdadera motivación que anima las actitudes y decisiones del gobernante y su séquito. A la hora de la verdad, esa hazaña en la ofensa de Plaza Dignidad, es el único triunfo que el mandatario puede mostrar, por más que a los únicos que les provoque satisfacción sea a la mísera franja del 1%, de la burbuja del poder.
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