EDITORIAL| Declarar y gobernar

En los tumultuosos años setenta, el líder revolucionario Miguel Enríquez arengaba a los estudiantes, uno de los sujetos relevantes en el proyecto mirista, que se debía estudiar y luchar. Ser el mejor estudiante era fundamental para servir al pueblo correctamente. Al mismo tiempo, poner sus esfuerzos por llevar adelante el triunfo de la revolución social y política en marcha. Bueno, esos tiempos se terminaron a sangre y fuego, dejando un manto de terror que dejó a los sectores populares y a las izquierdas sin poder recomponer un proyecto que entusiasme a la sociedad chilena. Aun así, el progresismo si ha tenido opciones para hacerse cargo del Estado en sucesivos gobiernos desde 1990, siempre alineados con el neoliberalismo, pudieron poner algunos elementos que los diferenciaron de las derechas más cercanas a lo oscuros tiempos dictatoriales que a un agiornamiento. La asunción de la administración Boric, precedida de un cansancio social y político con el modelo neoliberal que se ha denominado Estallido Social por muchos, Revuelta por otros, hizo pensar que se saldría de esta postdictadura eterna inaugurando un nuevo ciclo, no sin problemas. Unas Fuerzas Armadas y policiales cuestionadas, más un empresariado silente, reforzó esa idea. Pero esas condiciones solo se diluyeron empujadas por un enjambre de errores, adjudicados a la inexperiencia en un principio. Ya pasado un tiempo prudente podemos ver que este argumento ya no es válido, y los nombramientos inadecuados en cargos políticos, por ejemplo, hablan de la ineptitud de los partidos oficialistas, siempre atentos para funar y nunca activos en la formación de cuadros para gobernar. Estos partidos -muchos de ellos- actúan con lógicas de movimiento social, no siéndolo. Otro elemento es la pésima gestión en cuestiones administrativas, inoperancias y desconocimientos. Cuando no, una soberbia enorme sustentada solo en los contactos con gente poderosa en el gobierno o los postgrados obtenidos alrededor del mundo; la formación de este tipo está vinculada a la investigación y no otorga pergaminos para desarrollar labores profesionales tan requeridas y complejas en el Estado. Esto se vio evidenciado, por ejemplo, en el caso del no financiamiento a 13 sitos de memoria. No entraremos en los casos de corrupción, pues esta es transversal a la política y el empresariado chileno. Eso amerita seguimiento en particular, aquí solo hablamos de ineficiencia, que a veces es tan dañina como la primera. Piensen en los dineros que se devuelven en distintas direcciones, municipios o reparticiones por su incapacidad de ejecutar, de esto se informa tarde, mal y nunca. A nuestro juicio es un elemento gravísimo; tener plata y no saber cómo invertirla para el beneficio de los pueblos debiera ser motivo de censura política, cuando no de despido. En definitiva, no se puede esperar más. El discurso de Enríquez queda como un paisaje sonoro: “estudiar y luchar” decía, hoy con un “Declarar y gobernar” nos contentaríamos un poco.   RESUMEN
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