Editorial | El imposible “retorno a una nueva normalidad”

Los reiterados anuncios de “retorno a la nueva normalidad” efectuados en dos ocasiones durante la reciente semana por el presidente Piñera, vuelven a situarnos ante lo mismo de siempre, tanto respecto de la epidemia del coronavirus como respecto de la realidad nacional. Una vez más, nos lleva a constatar que habitamos y hablamos de mundos diferentes, países distintos, realidades adversas. El mandatario y sus magnates en la burbuja de la opulencia y del poder; el pueblo en el Chile real de las desigualdades, segregaciones y abusos. Por un lado, el gobernante solo preocupado de velar por los intereses y reactivar los negocios del mundo empresarial a costa y por sobre la salud y la vida de la población; es decir, lo que determina su conducta y sus planificaciones son frías valoraciones de mercado, de economía, de negocios, haciendo caso omiso de las cuestiones científicas, médicas y sanitarias que dicta la OMS y aconseja la experiencia antecesora de otros países. Por otro lado, una población que trata de contener la expansión de la epidemia, de reclamar apoyos para esta labor en diversas realidades, de adaptar a las posibilidades locales las recomendaciones médicas de salubridad, de adquirir experiencia práctica y de recurrir a estudios científicos; esta actitud social ha estado expresada por el auto cuidado de la población, por el esfuerzo de las trabajadoras y trabajadores de la salud, por equipos médicos y científicos que reman con un permanente viento en contra que proviene desde los despachos de las autoridades.

La fatiga de cargar con un gobierno "muerto"

Sin embargo, tanto para la población, como para los servicios de salud y grupos científicos, resulta fatigoso tener que lidiar día a día con un gobierno y unas autoridades que están ocupadas exactamente de lo contrario. Los anuncios de “retorno a una nueva normalidad”, con todo lo que ello implica, generan confusión y desorientación pues no hacen sino impulsar y fomentar el relajo del autocuidado, el descuido de las medidas preventivas y el no respeto de las exigencias mínimas para evitar la propagación del virus; lo que llevado a la vivencia cotidiana del mundo popular complejiza aún más los esfuerzos por tratar de contener esta propagación. Todo mal. Estos anuncios del gobierno generan pesadumbre y desaliento en los servicios de salud y prestaciones anexas, puesto que ese discurso e intento de imponer una “normalidad” por deseo gobernante, oculta y justifica las carencias, las insuficiencias y necesidades de equipamientos e insumos que siguen padeciendo a diario. Además, provocan desánimo en los equipos de científicos y entidades técnicas dedicadas a buscar soluciones apropiadas a las necesidades de nuestra realidad nacional. Peor aún. Los anuncios gobernantes van a contrapelo de la cruda realidad: los contagios siguen multiplicándose (sobre 13.810), los muertos siguen aumentando (sobre 198), y los “recuperados” siguen siendo una incógnita, por más que Piñera y Mañalich quieran instalar una sanación por decreto mediante el otorgamiento del carnet de alta. El gobierno insiste en este absurdo pasaporte pese a la advertencia oficial de la OMS de que no existe evidencia científica que pacientes que hayan padecido de COVID-19 no sigan siendo portadores del mismo o vectores de contagio para el resto de la población. Queda aún por aclarar las denuncias que se han hecho sobre manipulación de cifras de muertes y contagiados en que habría incurrido el gobierno con la pretensión de proyectar una imagen país que no encaja con la realidad, pero que muestra como fundamento de “normalización” ante organismos financieros internacionales y bolsas de comercio de aquí y de allá, y que le sirven de pretexto para reactivar el mercado. Pese al fracaso de la intentona gobernante por imponer el regreso masivo de las trabajadoras y trabajadores públicos al trabajo presencial en los lugares y labores habituales, que había sido dispuesto para la semana pasada, y el fracaso por imponer el regreso del estudiantado a clases en sus centros de estudio habituales -dispuesto para esta semana-, el gobierno no ceja en su afán primario de imponer una normalidad artificiosa, aunque ello implique poner en riesgo la salud y la vida de la población chilena.

El apocalipsis de Piñera

La lógica mercantil de Piñera y su gobierno no tiene límites morales. A sus habituales argumentaciones discursivas, esta semana incorporó como novedad la inminencia de una recesión económica que azotará a la humanidad y a nuestro país y para la que, según el mandatario, debemos estar preparados. Más allá de la evidente recesión que significará para el capital internacional la restricción de los mercados –producto de la pandemia-, no significa que estemos frente al terrible escenario apocalíptico que dibuja Piñera y que la única salida sea la que surge desde los centros monopólicos o desde las burbujas del poder. El apocalipsis y el caos es el manido y recurrente argumento que utilizan los poderosos cada vez que atraviesan una crisis de acumulación y quieren imponer sus arbitrios haciendo recaer los costos de sus desmedidas ambiciones en la clase trabajadora y en los más desvalidos; esta vez no hacen más que repetir lo habitual. Método y argumento que hemos constatado en reiteradas ocasiones a lo largo de estos 40 años de un modelo basado en la explotación y el abuso. El apocalipsis de Piñera no es más que el preanuncio de que esas condiciones de explotación y abuso recrudecerán en su “nueva normalidad” a causa de la inherente voracidad empresarial que buscará imponerse en sus guerras comerciales y recuperar eventuales pérdidas producidas en mercados remotos. En esa lógica abusiva, Piñera ya estableció la llamada “Ley de protección del empleo” que en el espíritu, en la letra y en la práctica, es una “Ley de protección empresarial” que ya ha significado más de 300.000 personas en cesantía y cerca de 800.000 personas que han visto sus salarios reducidos a un efímero seguro de cesantía y la ilusión de conservar un empleo; en ese mismo sentido de protección empresarial se inscribe el dictamen de la Dirección del Trabajo que facultó a estos para no pagar salarios de trabajadores en cuarentena. Por si no fuese suficiente, tanto el COMPIN como ISAPRES han hecho escándalo cuestionando licencias médicas de afectados y eludiendo el pago de las mismas. Este modelo chorrea abuso por todos lados.   Te puede interesar: Aumentan a 786 mil los y las trabajadoras que tendrán que vivir de su seguro de cesantía: 56 mil empresas se acogieron a la Ley de “protección” del empleo   Por otra parte, la insistencia de Mañalich y el gobierno de otorgar a los llamados “recuperados” el absurdo carnet de alta y la categoría de inmunes, parece estar orientado a decretar la sanación para imponer una sensación de “normalidad” que les resulta necesaria para reactivar los mercados. De similar tozudez hace gala el ministro de Educación, Raúl Figueroa, quien con argumentos ridículos trata de forzar un regreso obligado a clases presenciales de alumnos cuando (en el Chile real) no existen condiciones ni generales ni particulares para tal cosa. Con suerte, serían tres o cuatro comunas del Chile de la burbuja las que podrían adaptar sus de por sí óptimas instalaciones educativas y condiciones mobiliarias para intentar un reinicio de actividades escolares siguiendo exigencias de salubridad mínimas; pretender tal medida en las demás es un desatino de proporciones siderales pues solo puede traducirse en una masiva exposición al contagio y a la propagación exponencial de la epidemia.   Te puede interesar: Rodrigo Cornejo, Director de la OPECH: “el teletrabajo no asimila la realidad de los estudiantes ni de los docentes"

La normalidad que desean los empresarios

La constatación de que el gobierno y la población habitamos un mundo diferente aflora a cada paso, con cada aparición de Piñera por cadena nacional alabando al mercado, con cada medida gubernamental cargada de letra chica, que acarrean nubes de incertidumbre y más confusión para la población chilena. Al agobio de la pandemia y sus eventuales consecuencias en salud, se suma el agobio de la cesantía, de la falta de apoyo social del Estado, de abandono en la estacada, y el agobio de soportar a un gobierno que solo mira el beneficio de sus mandantes del gran empresariado. Con ocasión del segundo anuncio que hizo el presidente Piñera el viernes pasado, no tuvo ningún empacho en salir a hacer sus declaraciones secundado por la cúpula empresarial, dejando de manifiesto que eran parte esencial de las decisiones de gobierno pues, precisamente, el mandatario venía de una reunión de trabajo con esa cúpula. El descaro no tiene reparos; cuando el gobierno habla de Chile o dice Chile se refiere a ese pequeño sector encarnado en cinco grupos económicos, o en las 14 familias dueñas de este país (una de las cuales es la del propio Piñera). El plan de “retorno a la nueva normalidad” no es más que las directrices trazadas por el mundo empresarial para responder a sus propias necesidades y exigencias. El verdadero propósito del mentado plan es posibilitar que la gran empresa pueda continuar con sus actividades bajo nuevas y más abusivas condiciones de explotación y de abuso. Los enfermos y los muertos se reemplazan, no les preocupan ni interesan. Para crear apariencias de preocupación por los demás, solo requieren disponer de unas cuantas mascarillas, unos botes con alcohol gel y eso es todo; lo demás lo hará la siempre servil prensa empresarial dedicada a lavar la imagen de sus amos. Es el estilo Trump y Bolsonaro, replicado cual marioneta dócil por un gobernante dominado por la misma mentalidad mercantil. El retorno gradual de los servicios públicos y el retorno gradual de los estudiantes, que forman parte del publicitado plan piñerista, son sólo adornos para así hablar de plan y no de su único real objetivo.

Autocuidado: la población no debe inmolarse

No obstante, no puede haber ningún retorno a ninguna parte. La pandemia del COVID-19 está lejos de llegar a su máximo alcance en cuanto a la cantidad de contagios, está más lejos de ser controlada por los servicios médicos y sanitarios chilenos (y no por responsabilidad de éstos sino por la mala gestión gobernante), está lejos de llegarse a un punto que pueda sugerir un asomo a una vida cotidiana de cierta regularidad. La población chilena no tiene porqué inmolarse en pro de las exigencias de unos magnates insensibles y unos gobernantes insensatos que tratan a la población laboralmente activa como si fuésemos sus esclavos u objetos productivos; y tratan a la población laboralmente pasiva como estorbos, como objetos de desecho. En esa lógica quieren arrastrar al conjunto del país real. Para el pueblo chileno la preocupación principal es tratar de contener la propagación del virus, actuar preventivamente para preservar la salud de la población y evitar que los contagios sigan multiplicándose, y tratar así de evitar que las muertes de personas sigan aumentando sin ponerle atajo. La población objetiva que puede ser contagiada está constituida por los millones de personas que conforman las comunas, barrios, comunidades, poblaciones, cités, conventillos, campamentos, los sin casa a lo largo del país, los ciudadanos inmigrantes, lo que grafica la importancia de actuar preventiva y oportunamente en todos los territorios. Este objetivo primordial deberá conseguirse por la vía de la resistencia ciudadana y la presión popular para impedir ser arrastrados al abismo por decisiones de individuos carentes de escrúpulos y de sensibilidad social. En cualquier caso, no habrá ningún retorno a ninguna normalidad porque si para algo ha servido esta pandemia es para desnudar completamente la desigualdad, la segregación, la discriminación, la explotación, el abuso y el despojo. Si para algo ha servido esta pandemia es para no dejar lugar a ninguna duda de que este país hay que hacerlo de nuevo por entero. De partida, una nueva constitución, un nuevo modelo económico, un nuevo sistema político, una nueva realidad. No hay retorno a ninguna parte. Si no fuera por la pandemia el día de hoy estaríamos asistiendo a la derrota de los poderosos en el plebiscito del 26 de abril, pero el obligado aplazamiento no debe llevar a la confusión y jolgorio de los poderosos y creer que todo volverá a lo de siempre. No se confundan por el hecho de que la mal llamada oposición (la institucionalizada) ha estado particularmente muda en estos meses de pandemia y, de seguro, también ha visto en el arribo de este nuevo coronavirus una oportunidad para su propia sobrevivencia política, cobijándose bajo las erráticas disposiciones del gobierno para ocultarse y permanecer silentes. Esos “opositores” también deben estar bogando para que se establezca pronto el “retorno a una nueva normalidad”.

El proceso constituyente

De modo que resulta necesario que nos aclaremos algunas cosas. En definitiva, no habrá retorno a la normalidad, no sólo no habrá retorno a la situación que teníamos en Chile hasta antes del 3 de marzo (día en que se detectó el primer contagiado, llegado del exterior), sino que tampoco habrá retorno a la situación que teníamos en el país hasta antes del 18 de octubre pasado. La única normalidad que será posible construir en Chile es aquella que surja de la realización del proceso constituyente que debió ser aplazado unos meses producto de la pandemia en curso. Es pertinente recordar que una de las mayores manifestaciones populares contra este gobierno y contra este sistema se produjo el 8 de marzo, cuando ya la epidemia estaba en desarrollo. Desde entonces, la movilización social ha cambiado de forma pero no de esencia y contenido. La falta de respuesta por parte del gobierno a las exigencias de salubridad pública y de las necesidades sociales más básicas, está obligando a llevar de nuevo las demandas sociales a la calle; provistos de overoles, guantes, mascarillas y otros elementos de protección, además de conservar la distancia física recomendada, se están produciendo las primeras manifestaciones en pandemia que reflejan el hartazgo. El pueblo chileno despertó hace rato y no ha olvidado el porqué se levantó.
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