EDITORIAL | Indolencia y arrogancia del gobierno nos conduce a la tragedia

Próximo a cumplirse tres meses desde el primer caso de contagio por el coronavirus registrado en el país, nos enfrentamos a una tragedia humana de proporciones incalculables producto del colapso del sistema hospitalario y de la situación de abandono que afecta a la mayoría de la población. La causa de esta catástrofe en ciernes no es el SARS-CoV-2 y sus implicancias sanitarias sino la obcecada y perversa actitud de un gobierno que ha persistido en una equivocada estrategia de contención de la pandemia determinada por el interés primordial de mantener activos los mercados empresariales, esto es, de priorizar la economía y el mercado por sobre la salud y la vida de la población. El resultado de un errado método de manejo controlado de la epidemia era previsible e inevitable, ahora ya se hizo evidente, aunque también es demasiado lamentable. Con casi cien mil contagiados (99.688) Chile se ubica en un penoso lugar número 13 en cifras negativas entre los 293 países del mundo que registran índices con relación a la Covid-19; a nivel latinoamericano ocupamos el tercer lugar pero somos el país con la mayor tasa de contagiados por millón de habitantes. En tanto, las víctimas fatales ya superan las mil personas. Las cifras, más allá de su implicancia estadística, en la realidad de nuestro esmirriado sistema público de salud se convierten en la saturación permanente de las urgencias y en el colapso de las capacidades hospitalarias críticas, cuestión que era del todo presumible hace tres meses atrás si no se hacían las cosas de manera apropiada. Una completa desgracia pues las principales y casi exclusivas víctimas de este fracaso las pone el pueblo, las sufre la población de los sectores populares y mayoritarios, aunque los gobernantes sigan dando tumbos en una verdadera derroche comunicacional por defender lo indefendible y justificar lo injustificable. El responsable de esta caótica situación es el gobierno, partiendo por Sebastián Piñera y su ministro de Salud Jaime Mañalich. Ambos, secundados por un obsecuente gabinete y un sumiso equipo de asesores, han provocado esta situación a partir de la lógica mediocre de contención dinámica, en la adopción de medidas tardías e incompletas, o simplemente en la negación a adoptar las medidas necesarias para las realidades locales y sugeridas por los expertos ajenos a su subordinada esfera. El presidente Piñera, ocupado y dedicado a salvar el mercado y favorecer al mundo empresarial, nunca ha tenido una conducta deseable del mandatario de un país enfrentado a una crisis sanitaria, sino que ha actuado con criterios especulativos pretendiendo proteger a los poderosos, privilegiar la economía y fortalecer los derruidos pilares de un modelo económico y de un sistema político puesto en cuestión por la ciudadanía chilena desde el estallido social en adelante. Nunca ha entendido la realidad del Chile mayoritario sino que solo responde al sector del 1% a quien dedica sus esfuerzos, en desmedro de las necesidades de la mayoría de la población. Por su parte, Mañalich, montado en su soberbia, solo después de tres meses de fracasos viene a asumir que su método de enfrentar la pandemia era fallido por completo, cuyas proyecciones eran inaplicables en nuestro país. Una estrategia construida en un castillo de naipes y sin tener un atisbo de la realidad del Chile de verdad, popular y mayoritario, como él mismo reconoció y señaló esta semana recién pasada. Sin embargo, este engreído funcionario nunca ha querido escuchar las recomendaciones, explicaciones, fundamentos técnicos y científicos que no estaban integrados en su séquito de obsecuentes “expertos”, allegados de la burbuja, instalados tras las pantalla en sus oficinas, y que solo conocen de Chile los resorts de vacaciones o los lugares de sus viviendas de veraneo. Mañalich no sólo no escuchó a nadie ni integró las sugerencias de los científicos y médicos, ni hizo caso de los pedidos de la ciudadanía y de ciertos alcaldes que exigían, y siguen exigiendo, la aplicación de efectivas y prontas medidas preventivas y de contención. Por el contrario, el señor Mañalich desacreditó cualquier observación, desdeñó cualquier crítica, acusó de viroterroristas a quienes le cuestionaran su deplorable gestión, se burló de quien quiso, y ahí sigue, como si nada. Peor aun, insiste en sus métodos fracasados amparado solo en la arrogancia y prepotencia del abuso de poder. Así lo hace evidente la reciente declaración de varios cientos de científicos y expertos quienes, ante la sordera y despectiva actitud de La Moneda, a través de una carta abierta hacen saber su preocupación por la situación sanitaria y humanitaria, señalan la urgencia de cambiar la estrategia que se ha venido aplicando y al mismo tiempo vuelven a señalar las medidas necesarias y recomendaciones urgentes a adoptar con prontitud para evitar que la catástrofe tome dimensiones de tragedia a nivel de todo el país. Pero, ha ocurrido siempre en esta crisis, los planteamientos de los científicos externos no serán escuchados. La respuesta del gobierno no se hizo esperar y simplemente señala que “nadie les puede decir nada, porque ellos han hecho de todo”, dicho además por boca de un subsecretario que debiera estar en aislamiento preventivo por sospecha de contagio, lo que se constituye en otro signo errado de cómo deben hacerse las cosas y otra muestra de la estupidez comunicacional en los círculos de La Moneda. La preocupación no es solo de los científicos sino de la comunidad mayoritaria. Desde la Región Metropolitana la enfermedad se irradia a provincias de modo irrefrenable porque los señores del gobierno no hacen lo necesario y lo indicado para impedirlo; Valparaíso está próximo a convertirse en un nuevo gran foco y el señor Mañalich no lo ve y al señor Piñera no le interesa. La provincia de Concepción, pese a la distancia con Santiago, igual está próxima a sucumbir al desastre producto de esta misma política laxa e irresponsable de no prever ni  anticiparse, de seguir permitiendo actividades grupales y mantener abiertos centros comerciales, entre otras. Piñera y Mañalich han demostrado que cuando la salud es el mejor negocio del mundo, la prevención es un adversario, no existe en su lenguaje ni en su lógica mercantil. Resulta más brutal el comportamiento gobernante al constatar lo oneroso que le sale a los pacientes afectados por la pandemia el pago de la asistencia médica u hospitalaria que hayan recibido, es decir, junto con el temor a enfermedad misma está el temor a la cuenta que deberán pagar, a los costos financieros que deberán asumir. Ni siquiera para los afectados por la enfermedad este gobierno brinda ayuda directa y efectiva, ni los libera de pagos, dando pruebas de una bajeza moral que no tiene límites. Lo que les importa es que el negocio de la salud no deje de generar ingresos y utilidades. Irrita el constatar que para el mundo empresarial este gobierno no escatima en destinar fondos, en liberar pagos, y en otorgar salvatajes, haciendo abuso de los recursos del Estado, pero para la población nada, ni siquiera para aquellos que han sido víctima del coronavirus. El señor Mañalich, después de haber provocado la desgracia, después de haber reconocido el derrumbe de su castillo de naipes, y de haber reconocido que no conocía la realidad del país (lo que en este caso es el equivalente a que un médico dictamine tratamiento y receta sin saber el diagnóstico del paciente), ni siquiera ha tenido la decencia de renunciar, de hacerse a un lado, de dejar el timón del barco a la deriva en que convirtió la situación sanitaria del país; por el contrario, sigue montado en su engreimiento, sostenido por la soberbia ideológica de la derecha gobernante y por la altanera indolencia del presidente Piñera. Tan importante y urgente como el cambio de rumbo en la estrategia de los asuntos sanitarios es la necesidad de que el gobierno cambie de rumbo en la forma cómo está abordando los efectos sociales y humanitarios provocados por la pandemia. No puede seguir sentado en la arrogancia de defender posturas sobre ideologizadas de protección de su modelo económico cuando se requiere una postura social de protección de la población; el gobierno es para hacerse cargo de los problemas del país y no para aferrarse a sus caprichos ideológicos, ni saldar frustraciones políticas, ni cobrarse revanchismos contra una población insumisa. No puede seguir con la displicencia de imponer determinaciones orientadas a sacar utilidad política de esta crisis haciendo un desmesurado abuso de campañas mediáticas, promociones publicitarias, y lavados de imagen, como han hecho hasta ahora con cada partida de suministros médicos que llega al país, con cada caja con alimentos que reparten, o cada cosa a la que puedan sacarle una utilidad publicitaria. Más aún, el gobierno debe dejar de gastar los recursos del fisco en estas sucias campañas y mezquinos intereses. La población necesita y reclama soluciones y apoyo del Estado ahora. Ya algunos sectores populares están dando muestras de que no están disponibles a seguir esperando una ayuda que nunca llega. Puestos en la disyuntiva de morirse por el hambre o por el virus, el pueblo no tiene opción de escoger ni tiene forma de perderse; tampoco están disponibles para ser utilizados como instrumentos de propaganda de intereses políticos partidistas. Parece prudente que el gobierno se aboque a brindar soluciones prontas y desistir de sus afanes de instalar más amarras disfrazadas de pactos e imponer leyes que profundicen el carácter explotador y abusivo de este modelo. Al cumplirse los tres meses de existencia de la enfermedad COVID-19 en nuestro país, es el momento de hacer un saludo de homenaje a las trabajadoras y trabajadores de la salud, de todos los estamentos y de todos los rincones del país. Ellas y ellos han debido soportar el mayor peso de la carga humana que ha significado esta epidemia, e incluso ya han debido lamentar la muerte de seis funcionarios y funcionarias producto de la pandemia. Los desaciertos y errores que cometen los gobernantes se ven mitigados y no se han traducido en una mortandad mayor gracias al esfuerzo y sacrificio de estos trabajadores y trabajadoras que hacen magia y malabares para lograr mucho por sus pacientes con los pocos insumos y materiales que este modelo infame les otorga. La entrega de estas personas a su trabajo se está haciendo extrema a raíz de la merma de personal que provoca las cuarentenas y aislamientos de aquellas que resultan contagiadas, lo que enaltece aún más el esfuerzo que realizan. Ellos hacen la verdadera contención de la pandemia y no nos queda más que agradecerles y seguir confiando en sus capacidades, en su entrega, en su compromiso, para tratar de evitar que aumente la magnitud de esta tragedia incubada por un gobierno inepto e indolente. Resumen.
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