La Educación Popular (EP) es una corriente pedagógica que surge a comienzos de los sesenta del siglo XX con la propuesta de educación liberadora impulsada por el Movimiento de Cultura Popular liderado por Paulo Freire en Brasil. Se convierte en un movimiento educativo cuando en las décadas siguientes las ideas de Freire son recreadas en la práctica por miles de educadoras y educadores de base, maestros, animadores culturales y militantes sociales, organizaciones civiles y redes a lo largo y ancho de América Latina. Hoy, reconociendo las nuevas expresiones de lucha social y política, la EP se pregunta cuánto falta por avanzar.
Sin desconocer la heterogeneidad de sus perspectivas, áreas de acción, sujetos y prácticas, podemos identificar un conjunto de rasgos e ideas fuerza que dan identidad a la Educación Popular[1]:
Campos, actores y ámbitos
Como acción educativa emancipadora, la EP ha tenido estrecha relación con corrientes como la teología de la liberación, la comunicación alternativa, el feminismo popular y la investigación-acción participativa. Así, las prácticas educativas populares están articuladas con otros proyectos, procesos y movimientos sociales de lo económico, cultural y político: hacer un balance de la Educación Popular en América Latina hoy exige identificar la multiplicidad de espacios, actores y prácticas que se asumen como tales.
En sus inicios, el área privilegiada de la EP fue la alfabetización y la educación de personas jóvenes y adultas, aunque muy pronto se amplió a la formación de dirigentes de organizaciones y movimientos sociales (campesinado, populares, locales), al trabajo en salud, en comunicación, género, medio ambiente y economía solidaria. Con los procesos de democratización iniciados a finales del siglo XX, la EP se involucró en la escuela formal y en formación para la participación local, la educación ciudadana y en derechos humanos. En la actualidad aparecen temas emergentes como la soberanía alimentaria, la agroecología, la interculturalidad y la justicia comunitaria.
Desde sus inicios, la EP ha sido agenciada por organizaciones civiles formadas por profesionales comprometidos. Desde los ochenta, algunos de estos centros han actuado en redes como el Consejo de Educación Popular de América Latina (CEAAL), que potenció la EP como movimiento continental. Por su vocación emancipadora, las prácticas de EP han privilegiado poblaciones consideradas oprimidas, explotadas o discriminadas, como el campesinado o las y los habitantes de los barrios populares.
Desde los ochenta los “sectores populares” adquirieron rostros particulares en las mujeres, jóvenes y comunidades cristianas de base. Hoy, con la ampliación de los ámbitos y perspectivas de acción, la EP trabaja con profesorado y estudiantado de instituciones educativas formales, con dirigentes y autoridades locales, colectivos LGBT, pueblos originarios y afro.
La EP privilegia las acciones de capacitación y formación de personas, colectivos y organizaciones sociales mediante la realización de talleres, cursos y campañas, la formación de escuelas de líderes y la producción de materiales educativos y comunicativos. Algunos de los centros también se han dedicado, o desde sus orígenes o más recientemente, a la investigación social y pedagógica, en particular a la sistematización de experiencias.
La amplitud y riqueza de la Educación Popular antecede y excede el espacio conformado por el CEAAL. Sin embargo, esta red continental de más de un centenar de centros de EP en América Latina es un escenario privilegiado para reconocer los contextos, las tensiones, los debates y desafíos en este campo. Basándome en una revisión de los artículos publicados en La Piragua[2] entre 2002 y 2012, a continuación sintetizo el entorno y los retos actuales de la EP.
Desde mediados de los noventa, el entusiasmo generado tras el fin de las dictaduras y el inicio de reformas democráticas en casi todos los países del continente se resquebrajó frente a la evidencia de las nefastas consecuencias sociales que trajo la implantación del credo neoliberal. Los indicadores de pobreza y desigualdad social se dispararon y el desempleo, la precariedad y la informalidad pasaron a ser los rasgos predominantes del mundo laboral; mientras que la plutocracia, la corrupción y la crisis de legitimidad se agudizaron pese a las políticas de modernización estatal.
Frente al deterioro de las condiciones de vida de la población se reactivaron diversas expresiones resistencia y protesta. El comienzo del siglo coincidió con el ascenso de diferentes movimientos indígenas, campesinos y populares en Ecuador, Bolivia, Brasil, Colombia Argentina y México. El Foro Social Mundial que se reúne desde el 2000 expresa y aglutina estos aires de cambio en torno a la consigna “otro mundo es posible”.
También como expresión del inconformismo generalizado, las democracias oligárquicas que habían precedido y sucedido a las dictaduras empezaron a ser sustituidas por gobiernos que se reclaman de izquierda. Brasil, Bolivia, Argentina, Venezuela, Ecuador, Uruguay, El Salvador y Perú experimentan hoy políticas alternativas a las que impusieron los Estados Unidos y el Fondo Monetario en décadas previas.
Sensible a estas transformaciones y emergencias y desde su preocupación por garantizar su vigencia crítica y utópica, los centros del CEAAL reconocen desde 2003 los siguientes desafíos, asumidos como mandatos y ejes de acción en sus asambleas de 2004 (Recife) y 2008 (Cochabamba): afirmación de la EP dentro de los paradigmas emancipadores, mayor articulación con los movimientos sociales, democratización, cultivo de la diversidad y superación de toda forma de exclusión y discriminación social.
Afirmación dentro de los paradigmas emancipadores
Tal preocupación parte de reconocerse como corriente crítica y de la necesidad de actualizar sus perspectivas políticas frente a los cambios recientes del contexto mundial y la hegemonía del pensamiento único neoliberal. Este desafío también evidencia una preocupación por parte de los colectivos del CEAAL acerca de los sentidos políticos que orientan sus prácticas educativas tras un periodo dominado por la retórica liberal.
Hay varios consensos en cuanto al desafío que se planteó la EP frente a los paradigmas emancipadores. El primero es asumir la categoría de paradigma no sólo como perspectiva epistemológica sino en un sentido amplio, como matriz cultural, desde la cual los colectivos sociales leen y se relacionan con la realidad y en la cual las subjetividades son primordiales. Son emancipadores “si dan cabida a las visiones que muestran su desavenencia con las desigualdades y asimetrías del orden imperante, por lo que prefiguran una sociedad justa y humanizada”.
El segundo consenso es que los paradigmas emancipadores desde la EP involucran una dimensión gnoseológica (interpretación crítica), una dimensión política (opción alternativa) y una dimensión práctica (que orienta las acciones individuales y colectivas). La renovación de paradigmas implica fortalecer la conciencia crítica y las subjetividades rebeldes.
El tercero es que lo emancipador no es patrimonio exclusivo de la EP, sino que ésta se sitúa en un campo más amplio de corrientes críticas y utópicas, como la filosofía, la teología, la ética y la psicología de la liberación.
Un último consenso es que la EP posee su propio acumulado teórico y práctico que debe retomarse y sistematizarse, así como la experiencia de los actuales movimientos sociales latinoamericanos. No sólo existe un acumulado como corriente pedagógica, sino también una saber proveniente de su práctica.
Mayor articulación con los movimientos sociales
Desde sus orígenes la EP se vincula a los procesos organizativos y movimientos populares que reivindican dignificar sus condiciones de vida. En torno a estos movimientos se articuló el discurso sobre el sujeto histórico del cambio social, sobre la afirmación de identidades culturales y sobre la contribución de la EP a la constitución de ese sujeto.
Sin embargo, desde mediados de los noventa muchos centros y la propia secretaría del CEAAL focalizaron sus energías en relacionarse e incidir en las instituciones y políticas públicas que emergían en la transición democrática, descuidando sus vínculos históricos con organizaciones de base y movimientos populares (que, por su parte, con sus movilizaciones mostraron los límites de las nuevas democracias).
Dentro de su proceso de revitalización, los movimientos populares asumieron la importancia de la educación, construyendo propuestas pedagógicas que, si bien reconocían el aporte de Freire y la EP, se basaban en nuevos referentes, como la pedagogía de la tierra del campesinado en Brasil, la pedagogía rebelde del zapatismo en México o la educación propia de las poblaciones indígenas colombianas. La EP retoma sus vínculos con los movimientos sociales para compartir sus acumulados, aprender y seguir construyendo juntos pensamiento pedagógico y estrategias educativas emancipadoras.
EP y democratización
A las democracias realmente existentes en la región se las ha caracterizado como de “baja intensidad” o “restringidas y restrictivas” porque reducen el ejercicio de la ciudadanía a la emisión del voto y buscan enmascarar las injustas desigualdades en la distribución de la riqueza. Por ello desde los movimientos sociales y otras expresiones de la sociedad civil organizada se enfatiza la necesidad de democratizar las democracias, de radicalizarlas, devolver el poder del mandato al pueblo y darles integralidad articulando el crecimiento económico con la justicia social y el ejercicio participativo del gobierno. En esa lucha se han multiplicado las experiencias de vigilancia ciudadana, de gobiernos democráticos locales y de colectivos.
La EP, como educación democrática, para los derechos humanos y para la participación, ha contribuido, sin duda, a este proceso. Sin embargo, falta avanzar en un posicionamiento propio, crítico y alternativo, más allá de los marcos liberales hegemónicos.
Diversidad frente a exclusión
Uno de los elementos centrales que han reivindicado los pueblos indios y afros, los movimientos de mujeres y los movimientos en torno a los derechos y la diversidad sexual ha sido el derecho a la equidad en la diversidad, al respeto en la diferencia que define identidades y modos de expresión y realización personal y colectiva. Con sus luchas y demandas han puesto el dedo en la llaga de la subordinación y la discriminación que ahonda la lógica de la explotación económica y la manipulación política. Han ido al fondo de las lógicas de negación de la dignidad humana que predominan en la visión occidental de la vida y en los modelos culturales, religiosos y sociales hegemónicos. Han colocado la vida cotidiana en el escenario de la lucha política y nos han obligado a revisar radicalmente los roles que asumimos y las relaciones sociales que generamos.
La EP se ha visto urgida a reconocer estas dimensiones de la emancipación humana, estas nuevas expresiones de la lucha social y política. Por ello, se vienen revisando las prácticas de Educación Popular y nos preguntamos críticamente cuánto nos falta por avanzar en este camino de la construcción de la equidad y la superación de toda forma de discriminación.
Alfonso Torres Carrillo es educador popular colombiano, profesor e investigador de la Universidad Pedagógica Nacional.