Cae la noche y el país sigue conmovido por una nueva jornada trágica en el Chile de 2010: han muerto 81 compatriotas en las llamas de la cárcel de San Miguel, algunos de ellos por actos tan inmorales como vender películas no originales en una feria. Cae la noche y estas líneas se escriben sin que se haya visto una sola imagen en la televisión. No es necesario. En las redes sociales, una amiga colega escribe, entre varios comentarios similares, que le da vergüenza ser periodista por la estupidez y el poco respeto por el dolor del prójimo de los noticiarios.
Más urgentes aún son los comentarios de alumnos y ex alumnos de periodismo. Casi preferirían no salir de la Escuela. Son personas decentes y buenos estudiantes y, por lo mismo, no quieren que ningún editor los mande a ponerle un micrófono a una madre desgarrada para preguntarle “¿cómo se siente señora?”.
Cae la noche y, al comienzo del día, pude leer en El País de España el discurso com-ple-to de Mario Vargas Llosa, quien el martes 7 recibió el premio Nobel de Literatura. En él reflexiona sobre temas trascendentes. Por ejemplo, sobre la identidad profunda del Perú. Plantea también cómo la ficción nos permite tener más conciencia de nuestra libertad o colmar nuestra sed de absoluto, citando a grandes maestros de la historia de la literatura. Gracias a ello pude enterarme de que Cuba y Venezuela eran sólo una línea y no el único tema del discurso, como podría deducirse de los comentarios de cierto colega-conductor de televisión, el que al parecer tiene una especial última mirada sobre las ideas centrales de los textos.
Los diarios chilenos, por cierto, no tienen espacio para estas cavilaciones. Mientras el periódico antes nombrado dedica por lo menos diez páginas diarias a Wikileaks, tratando de explicar los alcances geopolíticos de los archivos y la compleja trama del poder mundial, nuestros diarios se conforman con hurgar en la opinión que Michelle Bachelet tenía del estado sicológico de Cristina Fernández.
La mención a Wikileaks no es casual, puesto que este caso ha servido para reposicionar la responsabilidad de los medios de comunicación frente al poder y frente a los ciudadanos. Al respecto, el director general de El País, Javier Moreno, ha planteado que “entre las obligaciones de los periódicos no se encuentra la de proteger a los gobiernos, y al poder en general, de situaciones embarazosas”. Sobrecoge preguntarse cuántos de nuestros medios pasarían bajo esta vara.
Baste ver que en nuestro país, los canales y los diarios –y los periodistas que trabajan en ellos- han tenido durante el 2010 una noción especial de qué es noticia. Quizás seamos nosotros los equivocados. Pero no es noticia la huelga de hambre de once comuneros durante más de 70 días en Caimanes, debido a la contaminación de una mina cuyo dueño es el nuevo propietario de Canal 13 y el mayor donante de la última Teletón.
No son noticia las exiguas demandas de los trabajadores del Metro, aunque sí la posición de la empresa. No fue noticia la huelga de Farmacias Ahumada por tener sueldos base de 35 mil pesos, aunque bastaba salir a la calle para verla. No fue noticia durante 50 días la huelga de hambre de 35 comuneros mapuches.
Cae la noche y, con esta jornada, el periodismo chileno finaliza uno de los años más lamentables de su historia. Partió con la contribución televisiva a la paranoia luego del terremoto, haciéndose eco de decenas de rumores de saqueos que finalmente nunca se produjeron. Nadie respondió por la angustia desatada. Nadie respondió por la hasta entonces inofensiva viejita, parada en la puerta de su casa con un cuchillo carnicero y dispuesta a matar al que osara robar su tele, esa misma donde vio que ya venían los de la población del lado. Ellos, por cierto, nunca llegaron.
Siguió con los silencios respecto a toda huelga de hambre ocurrida este año. Ya se sabe que sin visibilidad, medidas extremas como ésta pierden su eficacia. En la huelga de hambre mapuche, sólo la cobertura de los medios a partir del día 51 indujo a las autoridades a tomar cartas en el asunto. Pudo haber sido demasiado tarde.
Hoy tenemos otra huelga de hambre de más de 70 días y se ha repetido el silencio. Por ello, cabe advertir que si alguno los habitantes de Caimanes en huelga de hambre pierde la vida, esos medios deberán asumir como culpables por las consecuencias trágicas de su irresponsabilidad.
Cae la noche y el país está tan dolido como sorprendido. La mayoría no sabía, porque nunca lo vio ni lo leyó, en qué condiciones viven nuestros presos, ni cuántos funcionarios dispone Gendarmería para cumplir su labor. Otra noche, hace algunos meses, el país se sorprendió dolido porque no sabía que los mineros chilenos trabajaran en esas condiciones. Ni sabía cuántos funcionarios tenía Sernageomin para fiscalizar a las empresas.
A estas alturas, se hace evidente que la concentración mediática está produciendo un periodismo de baja calidad. En la medida que el público no puede acceder a otras miradas ni comparar, la tergiversación y el morbo se vuelven impunes e invisibles.
El periodismo chileno no está cumpliendo su tarea y ya no basta con que un profesional universitario diga que simplemente “cumplió órdenes”. Esta carrera se honra con algo muy distinto a la exacerbación del morbo, el aprovechamiento de los humildes o el montaje de un circo que haga posibles los abusos de cada día. Al menos eso piensan los estudiantes de periodismo que esta noche han visto enrabiados la cobertura del incendio en la cárcel de San Miguel.
Patricio López es periodista, conductor Radio Universidad de Chile y profesor de la U. Católica de Valparaíso.
Fuente: Radio Universidad de Chile
Foto: Periodistas chilenos fotagrafiandose con Obama y Bachelet