Aunque Camila Vallejo obtuvo la primera mayoría entre todos los candidatos a la presidencia de la Fech, los votos de su lista fueron menos que los de la nómina ganadora que encabezó Gabriel Boric. De esta forma, la brillante líder de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile asumirá ahora solo la vicepresidenta de este referente estudiantil, luego de un proceso electoral marcado por la gran concurrencia de votantes, la radicalización y la casi imperceptible votación de derecha o centro.
Casi todos los análisis de los resultados de esta contienda coinciden en que los votos que le faltaron a la lista de Camila expresan un desdén a la militancia comunista de esta destacada dirigenta estudiantil. Es decir, representarían el repudio de los jóvenes a la actitud actual de este histórico partido de Izquierda que, después de ser excluido de los pactos políticos que han administrado el gobierno y el parlamento chileno del postpinochetismo, finalmente logró un pacto con la Concertación, cuando se iniciaba la declinación de este referente de partidos mal avenidos que fue derrotado en la última elección presidencial. Y que ahora parece obligada a concordar cualquier fórmula que la libere de un nuevo descalabro electoral, cuando las encuestas le otorgan tan sólo un 14 por ciento de apoyo popular.
Difícil resulta explicarse por qué el Partido Comunista se empeña en alcanzar un nuevo pacto electoral con la Concertación, cuando en estos partidos se suceden las desafiliaciones y escisiones luego de 20 años de gobierno en que el sistema institucional cambió poco o nada de cómo lo dejara instituido por Pinochet en la espuria Constitución todavía vigente; cuando los niveles de desigualdad todavía resultan más oprobiosos que al término del Régimen Militar y luego de que los gobiernos de este sector fueran corrompiéndose en la inconsecuencia ideológica y en las prácticas reñidas con la probidad administrativa, que tanto han afectado el prestigio de toda la política.
A pesar de la pésima imagen pública de Piñera, el gobierno de derecha y sus organizaciones partidistas, la situación de la Democracia Cristiana, el Partido Socialista, el PPD y del radicalismo todavía es más precaria. Difícil resulta entender, entonces, que justamente con éstos los comunistas busquen establecer alianza, renunciando a buscar alternativa con las numerosas expresiones del vanguardismo que, pese a su atomización, parecieran tener ahora la oportunidad de construir opción política al duopolio del oficialismo actual y de ayer. Cuando centenares de miles de chilenos han irrumpido en las calles para demandar un cambio político radical en un país que sienten anquilosado en sus instituciones y completamente fracasado en el deber que tienen los estados de perseguir igualdad, justicia social y libertad. Cuando alcanzan hasta un 80 por ciento de apoyo popular las demandas por una educación pública de calidad y gratuita, por la renacionalización del cobre, una Asamblea Constituyente, como por un sistema de salud y de previsión que les garantice a toda la población acceso a buenos hospitales y una jubilación digna. O cuando a lo largo de todo el país se repudia la criminal iniciativa de Hidroaysén, la ominosa represión a los mapuches y la colusión de las grandes empresas. Escándalos sucesivos que se demuestran sólo posibles por la connivencia funesta de los políticos y gerentes inescrupulosos, cuanto la existencia de un régimen económico que se nutre del trabajo mal remunerado, de la usura del crédito, la indefensión de los consumidores y de leyes laborales contrarias al sindicalismo y la negociación colectiva. En el marco, además, de un sistema tributario que se funda en esquilmar los recursos de los más pobres y otorgarle todo tipo de privilegios al capital foráneo.
Una realidad nacional de la cual, sin duda, abomina el Partido Comunista y que es denunciada a diario por sus dirigentes sindicales y estudiantiles. Cuyo discurso rupturista de repudio al conjunto del sistema institucional y la clase política fuera expresado persistentemente en las marchas, protestas y debates públicos que han dado origen a lo que ya se identifica como la Primavera de Chile. Donde, por cierto, las personalidades de Camila Vallejo y otros jóvenes comunistas han jugado un papel relevante.
¿Valdrá la pena asegurar unas pocas alcaldías y concejales poniéndose de espaldas a esta explosión social de descontento y posibilidad de un profundo cambio? ¿Valdrá la pena conservar unos pocos asientos en la Cámara de Diputados después de que quedara tantas veces demostrado que, en lo fundamental, oficialismo y Concertación tienen coincidencias fundamentales? ¿Valdrá la pena echar por la borda una trayectoria política consistente de servicio al pueblo para enredarse en las prácticas cupulares del cuoteo electoral?
¿No le resultará mejor a los dirigentes del P.C. hacerse eco de la sensibilidad y de las expresiones de sus jóvenes líderes que, como la inmensa muchedumbre que sale a las calles prefiere romper con el orden actual que mantenerse en la ilusión de que los cambios pueden producirse desde dentro del sistema? Como lo prometieron, en su hora, quienes que llegaron a La Moneda y el Parlamento para administrar la herencia institucional del Dictador. A quien, ciertamente, le garantizaron morir en la impunidad.
16 diciembre, 2011
Por Juan Pablo Cárdenas