El golpe portuario y la barca de los trabajadores

La movilización de los trabajadores portuarios ha transparentado por un par de semanas las relaciones que hay entre la fuerza de trabajo, los gobiernos de turno y el empresariado. Ha definido en que posición está cada actor. Y de esta manera da un nuevo golpe al “éxitoso” modelo chileno, abriendo una grieta en la dominación sin contrapeso del mercado laboral por parte del empresariado, pues su movilización establece un nuevo comienzo en las luchas por reivindicaciones de los trabajadores. Que es en el fondo, el mismo viejo comienzo de las luchas sindicales: los trabajadores deben confiar en su propia fuerza. Pues, y como ha sido una constante en historia, la clase política y en particular el gobierno, han utilizado tímidas referencias al nefasto mercado laboral – en este caso, portuario-, y no han dudado de atribuir a través de virulentos discursos de una supuesta irracionalidad y violencia a las acciones de los trabajadores. Le intentan quitar legitimidad a las demandas.


Lejos de las cúpulas partidarias, el movimiento portuario destaca por su autonomía, a pesar de la tozudez de los medios dominantes-en especial, el diario La Tercera- de confundir la presencia de grupos libertarios en la organización, con su hegemonía sobre los trabajadores . Autonomía que sin duda le ha permitido, con un trabajo disciplinado y constante, una presencia a nivel nacional. Presencia a nivel nacional que está poniendo en jaque a la economía exportadora chilena, cuyos voceros representados a través de las confederaciones gremiales de la patronal, piden a gritos la aplicación de la Ley de Seguridad Interior del Estado. Las mismas voces que hoy reclaman porque la organización sindical de los portuarios, es ilegal. Las mismas que claman que al ser los puertos chilenos concesionados, no debe estar permitida la huelga.


Las mismas voces que produjeron el Plan laboral de la Constitución pinochetista, y aclamaron su maquillaje concertacionista y que crearon la dictatorial prohibición de la huelga. Perdón, maquillaron la prohibición de la huelga, permitiendo el reemplazo de trabajadores paralizados por esquiroles, legalizándolo en el Código del trabajo.


Es por eso mismo que la movilización de los portuarios no radica en la disputa entre legalidad e ilegalidad, como quieren hacernos creer. Si no en la fuerza de la clase trabajadora contra el abuso de los empleadores, y una de sus principales armas para luchar contra ese abuso: la huelga. No fueron sino los mismos trabajadores, surgidos de las primeras empresas capitalistas quienes descubrieron su fuerza en la huelga, dándose cuenta en las paralizaciones que no son los patrones los que generan la riqueza, sino que el trabajo. La lucha entre capital y trabajo es quien define si los salarios bajan o suben. Y como a los portuarios, a esas primeras organizaciones no les importó si su forma de organización era ilegal o legal, sino su dignidad. Dignidad, más allá de las nefastas leyes del Estado.


La paralización de los trabajadores portuarios es sintomática y aleccionadora.

Es sintomática en tanto representa la lucha contra el empleo precario, contra la tercerización del trabajador, cuestión de carácter prevalente en el mercado laboral chileno, y engranaje de su flexibilización. Y aleccionadora pues, con una organización no reconocida por las leyes laborales, los portuarios han logrado paralizar a su sector productivo, dotándose de un gran potencial movilizador.


Es, por todas estas razones, urgente y necesario para el mundo popular el triunfo de los portuarios. La victoria no será el bono retroactivo que no ha sido cancelado, ni la negociación por mejoras para eventuales y transitorios. La gran victoria es doblegar al patrón Von Appen y sus voceros en el gobierno. A pesar de la corrupta clase política y el dictatorial Código del Trabajo.


La unión de los trabajadores es esencial. Es, como en el cuento de Brecht, su barca:


“El señor K caminaba por un valle cuando de repente notó que sus pies se hundían en el agua. Entonces comprendió que su valle era en realidad un brazo de mar y que se acercaba la hora de la marea alta. Se detuvo inmediatamente para echar una ojeada en torno en busca de una barca. Y permaneció inmóvil mientras esperaba encontrarla. Pero cuando se persuadió que no había ninguna barca a la vista, abandonó aquella esperanza y confió en que el agua no subiría más. Sólo cuando el agua le hubo llegado al mentón abandonó también esta esperanza y se puso a nadar. Había comprendido que él mismo era una barca”



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