Nuevas potencias, como China o Brasil, han comenzado a competir en un terreno donde Estados Unidos y las empresas de la Unión Europea antes tenían exclusiva.
Ya en 1889 el prócer cubano José Martí decía que había llegado la hora de declarar la “segunda independencia” de América Latina. Tuvieron que pasar 120 años para que se rescatara esta idea entre patrióticos y acalorados discursos antiimperialistas de diversos jefes de Estado en el marco de la celebración de los bicentenarios de las independencias americanas.
Según Franck Gaudichaud, profesor de Estudios Latinoamericanos en la Universidad de Stendhal-Grenoble 3, “esta nueva autonomía soberana es producto de las luchas de los pueblos latinoamericanos, como también de la activa diplomacia integracionista y nacional-popular de algunos gobiernos, comenzando por el de Hugo Chávez y la Administración Lula, que permitieron derrotar el proyecto del ALCA en 2005 y la creación de Unasur, ALBA y Celac”. Estas transformaciones llevaron a que en noviembre pasado el secretario de Estado de EE UU, John Kerry, declarara que la era de la doctrina Monroe había llegado a su fin. La relación de su país con América Latina, dijo Kerry, debería ser de “socios en pie de igualdad”.
Cambios en la dependencia
Sin embargo, los niveles de emancipación comercial de los países de la región respecto a EE UU son más que matizables, señala el informe América Latina y el Caribe y EE UU: la evolución reciente de las relaciones bilaterales, elaborado en octubre pasado en Caracas por el Sistema Económico Latinoamericano y del Caribe. En este estudio se indica que los intercambios entre Latinoamérica y EE UU aumentaron de 380.000 millones de dólares en 2000 a 849.000 millones en 2012. La región actualmente recibe el 25,8% de las exportaciones totales de EE UU.
Por poner tan sólo un ejemplo, América Latina duplicó en los últimos cinco años la compra de combustible de EE UU para mantener sus economías en marcha. Y la dependencia sigue creciendo a pesar de las enormes reservas petroleras existentes en la región.
Sin embargo, pese a la pervivencia de la dependencia con respecto al gran vecino del norte, las economías latinoamericanas y caribeñas reflejan una reorientación de su comercio regional hacia los países asiáticos, principalmente hacia China. El crecimiento económico de China ha convertido al gigante asiático en una potencia global con enorme necesidad de toda clase de recursos naturales en cualquier parte del planeta. Esta nueva situación ha generado que las relaciones de China con América Latina se hayan complejizado y trasciendan lo puramente comercial. Tal es así que la consejera política de la embajada de este país en Ecuador, Zhang Tao, indica que China se ha convertido en un socio clave para la región latinoamericana gracias a los programas de inversión en el “nuevo continente”. Entre los años 2000 y 2012, el comercio entre estas dos regiones se ha multiplicado por 22.
Un crecimiento que, según las previsiones de la Comisión Económica para Latinoamérica y el Caribe, no se detendrá: el próximo año, China reemplazará a la UE como el segundo inversor en América Latina. Según datos del Ministerio de Comercio chino, Latinoamérica es el segundo destino de inversión del país, tras Asia, pasando de 10.000 millones de dólares en el año 2000 a 245.000 millones en 2011.
Mandatarios latinoamericanos, como el ya fallecido Hugo Chávez, Nicolás Maduro, Cristina Fernández, Rafael Correa o Daniel Ortega, han manifestado públicamente y en diversas ocasiones que China ofrece una financiación a bajo costo que no existe en ninguna otra parte del mundo. Sin embargo, para Liu Kang, director del Centro de Investigación sobre China de la Universidad de Duke, el éxito chino va más allá y está vinculado con una “diplomacia pragmática” que, a diferencia de EE UU y la UE, no es militar ni pretende entrometerse en los asuntos políticos internos.
Al respecto, Gaudichaud considera que la relación entre América Latina y China en términos macroeconómicos es claramente asimétrica. “Hoy, el gigante asiático es el principal receptor de las exportaciones de países como Brasil y el segundo –tras EE UU– de Chile, Argentina, Venezuela y Perú”, asevera el académico francés. “Si se analiza cualitativamente, se ve que los discursos de los oligarcas chinos o de los dirigentes latinoamericanos sobre la relación win-win (ganamos todos) son una ilusión; lo que se está generando es un nuevo mapa geopolítico en el cual China –uno de los primeros socios económicos de EE UU– es también un actor imperial en la región, conquistando tierras agrícolas, recursos y materias primas para alimentar una economía en permanente crecimiento a través de la soja de Brasil y Argentina, el cobre de Chile o el petróleo de Venezuela, además de vender sus productos manufacturados de bajo costo, a menudo de baja calidad y producidos por millones de explotados en China y Asia”, indica este investigador. El capitalismo chino genera así “una nueva dependencia, un neocolonialismo económico pero no militar y participa activamente del fenómeno neoextractivista, desindustrializador y reprimarizador de las economías de algunos países importantes de la región”, sentencia.
Consenso de las ‘commodities’
Maristella Svampa, profesora en la Universidad Nacional de La Plata, señala que América Latina pasó del “Consenso de Washington al Consenso de las commodities”, basado en la exportación de materias primas. Según esta socióloga argentina, “en los últimos años se ha intensificado notoriamente la expansión de megaproyectos tendentes al control, la extracción y la exportación de bienes naturales, sin mayor valor agregado, enmarcada en el boom de los precios internacionales de las materias primas y de los bienes de consumo, lo que ha permitido el crecimiento económico y el aumento de reservas monetarias en la región, al tiempo que se producen nuevas asimetrías y profundas desigualdades en nuestras sociedades”.
Svampa considera que, vinculado al proceso de neoextractivismo desarrollista, con el que tiene mucho que ver tanto el capital como la demanda de recursos naturales por parte de China, se ha profundizado una nueva dinámica de despojo de tierras, recursos y territorios, generándose nuevas formas de dependencia y contaminación a través de la megaminería, la expansión de la frontera petrolera y energética –incluida la extracción de gas no convencional bajo técnicas tan cuestionables como el fracking–, la construcción de grandes represas hidroeléctricas, la expansión de la frontera pesquera y forestal, así como la generación y reafirmación del modelo de agronegocios basado en la soja y el biocombustible.
Este conjunto de circunstancias ha generado rupturas entre diferentes sectores de la izquierda social y política en América Latina. Amplias capas del tejido social organizado cuestionan el lugar que la región ocupa desde la época de la colonia española en la división global del trabajo. Dicha contradicción se da en los gobiernos que enarbolan discursos con retórica industrialista, reivindicando la soberanía nacional y la integración regional, a la vez que profundizan su dependencia del mercado internacional como suministradores de recursos naturales carentes de valor agregado para atender las necesidades del mercado capitalista global.
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750.000 firmas para frenar la explotación del parque Yasuní
Desde 2009, Ecuador realiza ventas anticipadas de petróleo a China. Las operaciones contables se registran en la estatal Petroecuador, ingeniería que permite al Estado no incrementar la deuda externa. Así, mientras Ecuador declara una deuda externa con China de 4.633 millones de dólares, otras fuentes la posicionan en torno a los 9.000 (11% del PIB). Parte de este petróleo comprometido con China a cambio de financiación provendría del Parque Nacional Yasuní, en plena selva amazónica. Un petróleo que tendría que haberse quedado bajo tierra si hubiera funcionado la iniciativa Yasuní-ITT, por la que la comunidad internacional compensaría a Ecuador por no explotar el petróleo del parque. Sin embargo, en agosto de 2013, Rafael Correa anunció el inicio de la explotación petrolera en una de las regiones con más biodiversidad del mundo. “El mundo nos ha fallado”, dijo. El pasado 12 de abril, organizaciones indígenas y ecologistas entregaron 756.291 firmas, suficientes para convocar un referéndum, tal como recoge la Constitución ecuatoriana, para que la población decida sobre el futuro de la reserva natural.
Pragmatismo chino
Explotación y contaminación en Perú
La empresa minera china Shougang, hoy el quinto inversor minero en Perú, se hizo en 1992 con el control de la mina de hierro situada en el pueblo costero de San Juan de Marcona. Desde entonces, la localidad adquirió fama por las condiciones de explotación laboral en las que se encuentran sus trabajadores, la contaminación del entorno y los permanentes incumplimientos de la empresa respecto a sus compromisos de inversión social y tecnológica. Sus operarios son los peores pagados en la minería peruana, un 30% de estos sufren de neumoconiosis (enfermedad pulmonar por inhalación de polvo) y otro 30% de hipoacusia (pérdida auditiva). La población local descendió de 25.000 habitantes a menos de 14.000 durante la presencia china.
Canal interoceánico en Nicaragua
Se trata de un megaproyecto valorado en 40.000 millones de dólares, cuatro veces el PIB de Nicaragua, que pretende construir un canal similar al de Panamá, pero con capacidad para buques de mayor calado. Sería construido con capital chino, y su ruta, de 286 km, afectará selva húmeda y bosque seco, así como a las comunidades indígenas que allí viven. El canal afectaría a una franja de 90 km a través del lago Nicaragua, la reserva de agua dulce más grande de Centroamérica. Para ello se moverán millones de toneladas de lodo en condiciones inciertas, con riesgo de sedimentación del lago, del que depende el abastecimiento de gran parte del país. Más allá de la pérdida de la fauna acuática, cualquier derrame de crudo en el lago supondría poner en peligro el abastecimiento de agua potable del país.
Acaparamiento de tierras en América Latina
Las primeras compras chinas de tierras tuvieron lugar en Cuba (1996) y México (1998), destinadas al cultivo de arroz. En la pasada década, las empresas chinas buscaron, cada vez con más fuerza, oportunidades de inversión en este ámbito, destacando casos como el de Pengxin Group, que en 2005 compró grandes extensiones de tierras en Bolivia para la producción de soja. Zhenjiang Fudi y Chongqing Grain Group se asociaron por el mismo motivo en Brasil. COFCO, el mayor productor de vino en China, también adquirió tierras chilenas en 2010. Estas compras de tierra han venido acompañadas de la expansión del monocultivo y el biocombustible. La situación adquirió tal nivel que gobiernos como los de Argentina, Brasil o Uruguay han aprobado leyes destinadas a evitar inversiones extranjeras masivas en este rubro.