No conformes con los efectos que ya han provocado las termoeléctricas que se ubican en las zonas costeras sobre el medio ambiente marítimo, al utilizar el agua de mar como enfriador de sus condensadores, el actual gobierno se encuentra tramitando con suma urgencia un proyecto que busca traspasar desde la Subsecretaría de las Fuerzas Armadas al Ministerio de Bienes Nacionales la administración del borde costero y las concesiones marítimas, lo que preocupa a comunidades, pueblos originarios y pescadores artesanales.
Pero como si eso ya no fuera bastante hay otros procesos en silenciosa marcha que miran al mar como uno de sus principales “insumos”. Así se sabe que la Autoridad Internacional de los Fondos Marinos de la ONU, órgano creado para administrar recursos mineros en áreas internacionales, ha otorgado a consorcios mineros provenientes de países como India, Francia, Japón, Rusia, China, Corea y Alemania, ocho permisos de exploración por quince años en zonas catalogadas como “de especial interés ambiental”, para que se extraigan un tipo de estructuras ricas en varios metales, llamadas nódulos de manganeso. Eso, pese a que las expediciones realizadas a esos hábitats desde hace poco más de un siglo, han muestreado zonas que equivalen apenas a la superficie de unas cuantas canchas de fútbol.
Por su parte el estudio “El hombre y el último gran desierto: Impacto humano en las profundidades del mar” (2011), menciona por lo menos tres posibles impactos de la minería en los ecosistemas profundos: la destrucción física del entorno; los efectos de la “agitación” del suelo marino al momento de la extraer metales; y la contaminación de las aguas con desechos mineros. Y es justamente este último punto el que presenta el mayor potencial de riesgo para nuestro país. Así queda claro al leer el reportaje “Relaves submarinos. La opción que barajan las mineras”, que señala como Codelco y Antofagasta Minerals han contratado estudios al respecto y como CAP Minería ya deposita sus relaves de hierro en la costa de Huasco.
No deja de sorprender que en mismo reportaje se cite al académico del departamento de Biología Marina de la Universidad Católica del Norte, Wolfgang Stotz, quien dice: “el depósito de un relave, en cualquier parte, significa el sacrificio de un área. Lo que hay que procurar es que el área de sacrificio sea lo más acotada posible, y eso se logra descargando a una buena profundidad.”. O sea, algo así como Tocopilla, Coronel o Puchuncaví, pero debajo del agua.
Paralelamente se anuncia que para el 2020 la minería alcanzará una inversión de 10 mil millones de dólares en 16 nuevas plantas desalinizadoras. De hecho, Minera Esperanza ya utiliza en un 30% de sus procesos agua de mar, Codelco comenzará a usarla en Radomiro Tomic en su proyecto de sulfuros y Minera Escondida ha anunciado la construcción de la planta de este tipo más grande del país.
Al parecer la apuesta por convertir a la minería en el eje de la economía nacional, que las empresas extranjeras agradecen por el bajo royalty, no solo se hará a costa de las comunidades costeras, los pueblos originarios, el agua dulce que queda y los glaciares, sino también de un mar que cada día nos pertenece menos.
Extraído de ECOCEANOS