De todas las críticas que se han realizado al nuevo acuerdo de la clase política en torno a la elaboración de una nueva constitución, la que ha concentrado mayor atención es sin duda, el papel que jugarían “los expertos” que la ciudadanía estaría, supuestamente, exigiendo.Por Felipe Soto Cortés
La aparición de los expertos en la discusión sobre una nueva Carta Magna en nuestro país, ya es tema al que estamos bastante habituados. Expertos fueron quienes transgredieron las propuestas del movimiento sindical y social chileno de principios del siglo pasado, sacando de un sombrero mágico una nueva constitución, la de 1925, que finalmentre se promulgó y rigió al país hasta el año 80.
Bueno, demás está decir que la Constitución del 80 la construyeron “los expertos” de la dictadura.
Lo llamativo de todos estos expertos es su estirpe social. Nacidos en cuna de oro, con estudios en el extranjero y el roce social necesario, siempre pertenecen a la oligarquía.
No hay razón para pensar que esta vez podría ocurrir algo distinto.
Una de las consecuencias más nefastas del modelo económico neoliberal chileno, es su política educativa.
Política educativa que justamente ha fortalecido esta visión de mundo oligárquica: colegios públicos para los más pobres; colegios particulares subvencionados para la “clase media” aspiracional; y colegios particulares para la elite.
Todos ellos, si tienen continuidad de estudios superiores, se encontrarán allí, salvo las habituales excepciones, con compañeros de sus propias clases sociales.
Es el llamado Apartheid educativo.
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Llama la atención esta situación, también a nivel internacional. Es que no hay modelo como el chileno, que ha transformado a la educación como un mecanismo de ascenso social, en un mito.
Y este modelito, también lo construyeron expertos.
Entonces, como se verá, el problema no es solo de quienes son los expertos. Hay un serio problema cuando la población chilena identifica al experto con el sabio y al sabio con el bueno.
Es la vieja idea de que quien más estudia, más sabe y por tanto, más bueno es. Bueno disciplinarmente y por cierto, también moralmente.
Pero la identificación del saber con la bondad es una cuestión de carácter ideológico.
Jefrey Dahmer era también un experto en Anatomía, pero alguien podría decir que se trataba de alguien “bueno”.
En los diálogos platónicos abundan cuestionamientos como estos a uno de los fundadores de esta creencia de que lo bueno es lo sabio: Platón.
De hecho, Platón tuvo una aventura política en Siracusa, donde intentó aplicar su modelo de “gobierno” donde sobre todos estaba el más sabio: el filósofo rey. Y fracasó rotundamente, al punto de tener que escapar del lugar.
Muchos filósofos contemporáneos, como Foucault y Deleuze, y antes que ellos Nietzsche, se atrevieron a denunciar esta suerte de “violencia” originaria. Marx también lo hizo.
Como señaló en su libro, La Ideología Alemana: "Las ideas de la clase dominante son las ideas dominantes en cada época".
Esta verdad que oculta que la sagrada unión entre sabiduría y bondad, es una imposición.
Se comprenderá, por tanto, los escollos con que nos toparemos al conocer a “los expertos”.
Una vez conocidos, pronto saldrán sus trapitos al sol. Porque en Chile, la identificación de lo bueno con lo sabio, también es una imposición. Y una imposición fundamentalmente clasista.
La presunta “sabiduría” de los expertos es el mecanismo de legitimación que tiene la oligarquía para sostener a sus representantes en puestos políticos que debiesen ser de votación popular.