Por Facundo Valderrama
Turistas que siguieron con sus viajes y llegaron a Chile sin tomar precauciones. Un joven que luego de hacerse un examen para el COVID-19 que viajó en avión a Temuco para ir a un matrimonio en Villarica. Otro que siendo sospechoso de tener coronavirus fue a hacer crossfit en un gimnasio en Chillán. Una señora en cuarentena porque su hija tenía el COVID-19 fue a la librería de un mall de Concepción a comprar libros para al día siguiente pedir cambiar uno. Turistas que llegando de un viaje por Estados Unidos toman un bus de Santiago a Valdivia. Todo esto parece: irracional, irrespetuoso, absurdo, descabellado y unos tantos adjetivos más.
Lo cierto es que el coronavirus aterrizó en Chile en los pulmones de gente con plata, y que luego de pasar por los pésimos controles de un gobierno que prefirió no molestarles, optaron por seguir con sus vidas, como si nada más importara. Turistas cuyo discurso de “viajando se aprende y se es tolerante” cae como vil mentira en el momento en que se negaron a cambiar un ápice su estilo de vida para evitar víctimas fatales. Nada más importa, hay que ir a la disco, disfrutar un sunset (qué mierda es eso, de todos modos) con los amigos, ir al matrimonio (arriesgando hasta los novios que te invitaron), todo vale, porque yo, el viajero que solo ha conocido privilegios, estoy sobre el bien y el mal, sin que se me pase jamás por la cabeza el sentirme interpelado por una recomendación sanitaria.
Cristián Warnken, esa especie de gurú del pensamiento para liberales y conservadores no declarados, ha derramado mucha tinta en estos meses hablando de nihilsmo, sin saber que los verdaderos nihilistas están en su vecindario, frecuentando sus encuentros sociales, a uno o dos grados de separación de él. Y es que es esa clase dominante, y sus hijos criados bajo la suave doctrina de la miel sobre hojuelas, los que no creen en nada, que se creen superiores, que juran que el mundo está a sus pies. Sus actos no tienen consecuencias, y así lo probó Martincito, el hijo de ese dirigente político de derecha que estando borracho atropelló y dejó a su víctima en el camino muriéndose y desangrándose. No existen las otras vidas, son solo recurso a disposición de su enorme apetito de hacer lo que quieran.
Y qué esperar de ellos, si el representante del mundo de sus padres, Juan Sutil, presidente de la CPC, prefiere mantener la producción frente a la vida de las personas. Eso de ver a empleados como un número más, o como un simple engranaje en la máquina de hacer dinero, ha sido traspasado a todo lo demás: el mundo es desechable, solo yo soy sujeto. “No importan cuantos mueran, pero yo quiero hacer esto -ir a un matrimonio (porque sin duda ese joven es cuico, en caso contrario su nombre estaría ya en los portales de noticias), ir a hacer ejercicio, comprar libros-”.
Lo siento si hablo con rabia, pero su ethos, o mejor dicho su no-ethos tiene a Chile directo en el rumbo de una crisis sanitaria como no habíamos conocido. En un país en donde la salud en el sector público vive una crisis endémica y donde cada invierno colapsa, menos será capaz para atender a cientos o miles de pacientes críticos cuya vida va a depender de un respirador artificial que no existe porque además los mismos evaden impuestos.
Y si bien es menester dejar las calles un momento, todo esto prueba que las demandas del 18 de octubre son completamente válidas, la clase alta no deja de hacernos daño. Y que a pesar de la conmoción y del terror que profesaban desde sus barrios exclusivos, no cambiaron ni un poquitito su forma de pensar, actuar y concebir el mundo: todo sigue siendo desechable, la satisfacción de mis deseos lo es todo. Incluso es probable que al son de los chalecos amarillos y su defensa de sus exclusivos barrios de la posible llegada de los “rotos”, estaban en algunos de esos portales de viajes de internet buscando su verano en Italia o en el Sudeste Asiático.
Cuando pase todo y volvamos a las calles, espero que con la mayor cantidad de vivos posible no gracias a ellos sino al autocuidado de nosotros y nosotras mismas, no nos olvidemos a los responsables, a este gobierno incompetente y asesino, y a esos nihilistas cuicos que no les importó ni un poco nuestras vidas, ni el país con cuya bandera tanto hacen gárgaras.
No olvidaremos.