Robinson Silva Hidalgo / resumen.cl
En las últimas semanas los medios de comunicación se han desquiciado en torno a dos eventos noticiosos, la catástrofe de Atacama y los casos de corrupción político-empresarial. Mucha tinta ha corrido acerca de estos asuntos y, intenciones más o intenciones menos, la información abunda son objetivo fijo, tal vez solo para alimentar la idea de que vivimos en un país que avanza a la modernidad, pues tiene una prensa vigilante que fiscaliza al poder, otra falacia que esperemos caiga tarde o temprano (ver las implicaciones en torno a SQM respecto a De Aguirre en Chilevisión y al panelista Müller de TVN).
Pero no me detendré en eso, ya hay quienes se ocupan de mantenernos alertas acerca de estas cuestiones, aunque sea solamente para alimentar la ilusión de un país democrático, con un poder judicial supuestamente independiente, eso ya lo veremos. Lo que me llama la atención es tuiter, si, esa red social que a ratos hace pensar que la situación es alentadora, allí ha surgido una milicia de chileno/as diganas que informas, que dicen y reproducen lo que el pueblo pasa día a día, incluido el cagadero de risa que provoca el patetismo de nuestra elite. Junto a ello, se detecta una cantidad importante de agentes y operadores políticos de la Nueva Mayoría, quienes han recurrido, desempolvando las viejas cajas de los noventa, al síndrome del 88, el año del plebiscito que nos dio una libertad que debemos cuidar como hueso de santo; recurren a esa figura aterradora que significa para el pueblo chileno poner en el poder a “los otros”, la derecha, los tenebrosos enemigos. Cobijados en el gato #yoapoyoabachelet y similares han buscado instalar ese viejo argumento para indicarnos que se debe moderar las críticas a la clase política, resguardando la estabilidad institucional como valor superior en la actual crisis y atacando ferozmente a la milicia tuitera.
La subjetividad juega en política, sin duda, los nazis lo experimentaron y lograron grandes avances convenciendo a las masas alemanas de la justicia de su ideología de odio y muerte. La propaganda, la publicidad en términos capitalistas, ha referido un profundo odio a los “tuiteros irresponsables” que alarman de catástrofes en el norte o de políticos involucrados en casos de corrupción, medios de la peor calaña como LUN (grupo Edwards) o periodistas de dudosa reputación como Mauricio Bustamante (beca Luksic de estudios de posgrado, TVN) han emprendido campañas contra la milicia tuitera, mezclándolos con la pendejería memeística, todo para bajarle el perfil a las denuncias.
Esa campaña de la semana pasada ha tenido un correlato entre las huestes bacheletistas, además de lo anterior, han intentado reflotar el síndrome del 88, aquel fantasma que apelaba -cual viejo del saco-, a que nos quedáramos callados, que no hiciéramos olitas a la recomposición democrática del país, pero lo que hacían en realidad era recomponer, si, recomponer sus alianzas político-empresariales que generaron fortunas espurias, manchadas con sangre, plata mal habida al ser esquilmada al estado mientras se asesinaba y torturaba a chileno/as para hacer su negocio.
Pues bien, pasado el trago amargo de la administración Piñera, este argumento pasó al olvido, es más, esos cuatro años reforzaron la tesis que, desde el campo popular, hemos tenido desde la época de la transición, aquella que se llevó a los altares concertacionistas, mitificando el santo sacramento del lápiz y el papel, que termina derrocando al tirano. Esta falacia histórica, demostrada por muchos autores en los últimos años, entre ellos Eduardo Arancibia en su libro “Las milicias de la resistencia popular” lanzado recientemente, nos hace repensar este súbito interés por reflotar el síndrome del 88, haciendo callar a la izquierda porque con sus denuncias “colaboran con los fachos”, si esos fachos malos que se apoderaron de SQM en dictadura, pero que aportaron alegremente a las candidaturas de la Concertación y la Alianza y ante lo cual, Francisco Vidal, PPD ex ministro y antes, ex Brigada Rolando Matus, cierra los ojos para que las instituciones funcionen.
Lo interesante es que el síndrome del 88 ya no hace sentido, no solo porque la derecha ya estuvo en el poder hace poco, también porque los jóvenes no tienen memoria individual acerca del plebiscito en cuestión, para ellos es un hecho histórico a conocer para la prueba de historia, ha caído el mito, el síndrome del 88 solo vive en las mentes desesperadas de los concertacionistas que recurren a él para salvar la plata.
Foto: Fer1997 /wikipedia