El Sobrante

Ya no se acuerda si fue Alan García el que le dijo que su comunidad campesina era un estorbo para el desarrollo de la minería o Abimael Guzmán el que le reclamo que estorbaban la revolución. Pero quedó claro que su existencia misma era una molestia.

Así que se fue a Trujillo. Y fue pescador en Huanchaco y vendedor ambulante en la Plaza de Armas y se metió en la construcción. Pero siempre era el primero en ser despedido, el sobrante.

No le quedo de otra. Arrancó a Lima. Ahí por fin encontró trabajo estable. En la Compañía Peruana de Teléfonos. Y trabajó duro. Es mentira que la Compañía andaba mal. Lo cierto es que Fujimori había decidido privatizarla porque así lo quería el FMI o simplemente por sacar alguito de comisión. Y nuevamente fue el sobrante. Pero ahora le tenían que pagar sus años de servicio.

Con toda esa platita se fue a Santiago “Ahí pagan bien” le habían dicho. Pero no le contaron que tenía que esperar horas enteras al contratista al costado de la Catedral; que ese contratista se quedaría con la mitad de su sueldo; que su esposa pasaría de ser profesora de liceo a ser nana; que no tendría salud ni educación gratuita para él o sus hijos porque nadie las tiene en Chile; que las bandas neonazis esperarían que este solo para agarrarlo a cadenazos; que la CUT no lo defendería; que seguiría siendo el sobrante.

El 1° de Mayo se sube al micro que lleva gratis de la Plaza de Armas a algún bar “peruano”. Ahí él y sus amigos brindan por el día del trabajador. Por qué algún día, más temprano que tarde, tengamos un mundo sin sobrantes.


Foto: El Ciudadano

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