La creación de un discurso político nuevo era un desafío planteado hace mucho. La disconformidad, el hastío, la negación de lo que se establece como verdadero e inamovible se convirtió en una energía generalizada y latente que comenzó a conseguir cauce con los movimientos sociales.
Fue así como desde la supuesta apatía que el verano o invierno del 96 sacralizara el Chino Ríos con el ya cliché y anacrónico “no estoy ni ahí”, se avanzó en un vertiginoso proceso al empoderamiento ciudadano del “No al lucro”.
Fueron los más jóvenes. Sí. Aquellos invisibilizados por la adultocracia -a su vez supeditados por la gerontocracia y su pertinaz herencia fascista-, eran los capaces de hacer tambalear la institucionalidad “democrática”, muy entre comillas, de un país de nombre tan absurdo como su proyecto de progreso.
En Lota, la ciudad más pobre de Chile -no por nada casi todos sus niños piden el apadrinamiento de World Vision desde su precaria condición- los “pingüinos” comenzaron la revuelta. Primero fue el pase escolar y el gran argumento de que si Lagos Escobar había hecho de la educación un derecho con su obligatoriedad hasta cuarto medio, mínimo se debían dar las condiciones para hacerla efectiva.
De ahí una bola de nieve, trayendo la basura y desperdicio de un par de centenas de años de desigualdad, relatada virtualmente de forma atemporal en Ricos y pobres en el aniversario del primer centenario de la República por el cada vez más traicionado Emilio Recabarren.
La tensión social se dejó sentir a pesar del calor maternal de Bachelet, el buen humor de The Clinic y la campaña de los medios de comunicación comedidos con el poder hegemónico, que criminalizaron la protesta e infundieron el terror a un verdadero apocalipsis para la “gobernabilidad”. Así y todo se unieron trabajadores y estudiantes, no solo con un discurso peticionista y demandante de bonos, sino con un fuerte y radical mensaje transformador.
Y vimos nacer líderes carismáticos como Camila Vallejos y Giorgio Jackson desde la organización horizontal en una gesta histórica. Y si bien puede valer la autocrítica que de ahí alguno de ellos saltó hacia la práctica anquilosada que la estructura partidaria obligó a cumplir como imperativo categórico, se comenzó a despertar un poder que yacía preso de la victimización y la diletancia. Capturando la simpatía de reductos tan duros como la Universidad Católica y el gremio de las dueñas de casa ABC1, el movimiento estudiantil trazó una huella transversal de dignidad ciudadana.
Ahora, exigir educación universitaria gratuita en un país que no tiene siquiera sueldos dignos, parece el deseo caprichoso de comerse el postre antes de la sopa. Sin embargo, la irrupción de la premisa de “No al lucro” atravesó la moral capitalista en el centro mismo de su génesis. Y eso no fue todo. Conceptos que parecían ser satélites en esta batalla comenzaron a protagonizar la lucha: la calidad de la educación y con eso, la cultura misma de la nación se posicionó en el debate más duro.
Nuevamente eran los “pingüinos” los que adquirían el compromiso. Los cabros chicos, los invisibles y silenciados eran los que ahora, no por el pase sino por la transformación de la sociedad completa, se alzaban al mando de una pelirroja y lesbiana muchacha que como Juana de Arco y con la conciencia de no ser un “rostro” formado en la práctica de “voceros removibles” de la primera fase del movimiento, imponían posturas. Ella representaba genuinamente la utopía de sus compañeros aun arriesgándose a morir calcinada en la hoguera republicana.
Democracia real, directa, sin intermediarios. Politización del espacio público y participación fuera del ritual que legitima el monopolio del poder en la elite y establece un procedimiento inmovilizador que convence a la masa de que el “voto” es la única herramienta para ejercer soberanía. Estos conceptos fueron voceados sin trepidar ante la inminente “fiesta democrática”.
Eloísa González (cuyo primer nombre es Amélie, así, en francés), que ha declarado ser lesbiana asumiéndolo como una opción también política, es de cuna mirista. Su abuela, la periodista María Eugenia Saul, fue redactora de Punto Final antes del golpe, militante del MIR exiliada trabajó en Nicaragua con la revolución sandinista y hoy, es profesora universitaria en Montreal, Canadá. Su madre, Kenya Domínguez, también fue militante mirista en la lucha contra la dictadura.
Este “tesoro juvenil” fue la cara visible de la más polémica e incorrectamente política propuesta jamás hecha en el res-publicano universo social chileno. Con este legado irrumpió Eloísa, vocera de la Asamblea Coordinadora de Estudiantes Secundarios (ACES), llamando a funar las elecciones municipales por medio de la abstención electoral.
Hoy sabemos que esa propuesta triunfó. Se consolidó con un 60% el abstencionismo y según cálculos del profesor Rodrigo Baño, sólo el 39,24% de los votos fueron válidamente emitidos por mayores de 18 años.
El senador UDI Hernán Larraín declaró, en un ataque de honestidad sin precedentes, “el mundo político perdió: lo derrotó la abstención”, pero no faltaron los que soberbiamente se cegaron en un triunfalismo mediocre que ve cada comuna como un botín feudal, confirmando su esencia concertacionista.
La niñita Eloísa inauguró un discurso nuevo que politizó el descontento por medio de un verdadero “fantasma”, trocando aquel otro, autoritario y feroz, del patriarcado. El triunfo del silencio -o la abstención como poder del pueblo-, aterrorizó a los decimonónicos desde un comienzo y es el que hasta hoy debe hacerlos llorar a gritos, pues plasmó la práctica de la deslegitimización del simulacro de “lo político”.
El sociólogo y académico de la Universidad de Chile, Alberto Mayol, escritor de dos exitazos como El derrumbe del modelo y No al lucro, se subió al carro antes de que éste resultara victorioso y se plegó al llamado de la Aces, prestando fianza “entendida” a la acción directa de soslayar el engaño del “deber y derecho ciudadano”.
En una larga conversación en un café el ni tan niño, pero sí muy terrible hijo de Manfredo -el periodista de la dictadura por antonomasia-, problematizó al calor de un agua mineral sobre el hito impensado de estas municipales. Reconoce que este es un proceso no sólo de “crisis de representatividad” sino que es una crítica a las mismas instituciones, las condiciones en las que se desenvuelven en democracia representativa, y evidencia el distanciamiento radical con el sistema político, y el descreimiento de todo un modelo.
El significado político de la abstención fue en buena parte el causante de fenómenos como la derrota del triunvirato del mal: Sabat-Zalaquett-Labbé, y del hijastrismo en intentona nepotista de Lavín y Larraín. Perdieron también quienes gastaron más dinero en marketing y fueron castigados quienes reprimieron e insultaron a los escolares durante las tomas de liceos.
Por otra parte el acto de no votar se politizó de tal forma, que la flojera recae en quien se somete a la participación coyuntural de cada cuatro años y no era de quien se abstiene, porque se blinda del mancillamiento de su dignidad al no someterse a la complicidad del triunfo del pinochetismo, que abarca cada una de las manifestaciones de poder establecido. Es así como “el flojo militante se hará cargo de no ser partícipe de la revolución”, parafraseando al sociólogo, que curiosamente, no se abstendrá de votar.
Pues bien. Ya se avanzó bastante y no queda otra que seguir el rumbo. Para Mayol esto no es tan complejo como parece. No se deben cometer errores tácticos como los cometidos por los dirigentes de las organizaciones sociales que llaman a votar sin tener un candidato que los represente. Y por el contrario, quienes llaman a no votar siendo que hay representantes vinculados con sus movimientos, si se erigen en el cargo, causarían verdadero escozor en lo más íntimo de los parapetados en la estructura ya horadada por la falacia. Plantea: “La mejor unidad de medida de que estás haciendo lo correcto, es lo que al otro le desagrada”.
El despropósito que puede acontecer es transformarse en otredad y quedar absolutamente marginados. Para cosechar una fuerza política hay que utilizar herramientas dadas por el sistema como clave para el triunfo de ésta, la verdadera y necesaria “revolución silenciosa”, esa que se convierte en performance con once jovencitos desconocidos recordando, en el Estadio Nacional el día de las elecciones, que sigue viva la ignominia despótica de la dictadura.
¡La clase política se ha derrumbado. A continuar construyendo ésta, nuestra política sin clase!
KAREN HERMOSILLA
Publicado en “Punto Final”, edición Nº 770, 9 de noviembre, 2012