El último adiós al abogado Gilberto Martínez, luchador por la defensa de la dignidad del perseguido


Se fue igual como vivió. Con sencillez, sin estridencias, acompañado de quienes lo conocieron y valoraron su gran corazón, su abnegación y bondad. Fue lo que se resaltó durante los funerales del abogado Gilberto Martínez Carmona, realizados este martes en Concepción.

Recibió su título el 24 de noviembre de 1974 y tres días después ya se había integrado el Colegio de Abogados de Concepción. Un par de años después, llegaba a la Vicaría de Derechos Humanos de Concepción (entonces Departamento de Servicio Social del Arzobispado de Concepción) llevado por el jurista Fernando Saldaña. Eran tiempos duros, en que la dictadura golpeaba fuerte, la represión era dura y las necesidades de apoyo jurídico eran crecientes.

Gilberto Martínez se incorporó a ese equipo de hombres y mujeres, aportando con su compromiso y entrega a la defensa de la dignidad de la persona. Específicamente se dedicó a la defensa de los trabajadores injustamente despedidos o perseguidos por un régimen que no daba tregua a quienes intentaban invocar sus derechos.

Falleció a los 81 años, la noche del domingo. Fue velado en la Parroquia de Lourdes donde el martes, luego de una misa, fue trasladado al Parque San Pedro donde se realizó su funeral.

Lo acompañaron colegas, amigos, conocidos y un grupo de quienes fueron sus compañeros de labores en la Pastoral de Derechos Humanos. Precisamente uno de ellos, el también abogado Patricio Otárola, fue quien habló en nombre de los ex trabajadores de derechos humanos.

Emotivas y sentidas palabras, que reflejaron lo que fue Gilberto Martínez y la profunda huella que dejó entre quienes lo conocieron y compartieron su grandeza y humildad.

“Quienes trabajamos por años en la Vicaría de la Solidaridad tuvimos la imborrable experiencia de conocer un hombre excepcional. Una persona que hizo de su trabajo un ejemplo de preocupación, entrega, abnegación y bondad. Sí, un hombre bueno, de esos difíciles de encontrar en un mundo competitivo donde los éxitos materiales parecen ser el Dios tutelar de una sociedad carente de humanidad, la misma que regalaba sin medida y sin esperar reconocimiento alguno nuestro amigo Gilberto Martínez”, fueron las primeras palabras de Patricio Otárola.

Luego, recordó esos tiempos amargos y oscuros de la dictadura, en los cuales el abogado Martínez se la jugó por defender a quienes veían con impotencia cómo sus derechos eran vulnerados.

“Durante los difíciles y largos años de la dictadura él fue, como pocos, un luchador por la defensa de la dignidad del perseguido; ahí estaba día a día en los tribunales que dirimían sobre la justicia e injusticias para con de los trabajadores, colocando todo su empeño para hacer comprender a la judicatura, tan temerosa entonces de los detentadores del poder, que el trabajo era un derecho y no un privilegio de los obsecuentes“.

Hizo su labor casi en el anonimato. Sin esperar distinciones y mucho menos retribuciones. Con una generosidad pocas veces vista.  Lo recalcó también Patricio Otárola.

“Nunca esperó ni buscó una retribución especial y menos un reconocimiento, todo lo cual merecía con creces. Su trabajo y su coraje, más allá de ser un hombre de fe y profundamente cristiano, obedecía simplemente a la actitud decidida de un profesional consecuente, valiente y bueno, en esos tiempos de tanto desamparo e injusticia”.

Destacable fue la labor abnegada y desinteresada que semanalmente realizaba en Curanilahue, hasta donde concurría cada jueves muy temprano para apoyar y asesorar a quienes los requerían.

“Muchos de los que fueron sus cercanos, especialmente los trabajadores de la vieja Casona de Barros Arana 1701, templo de cobijo y solidaridad, no podrán olvidar cómo Gilberto hizo de sus viajes a Curanilahue un verdadero apostolado, nunca les falló, por años todos los jueves, a aquellos que desprotegidos de asesoría legal, un buen día recurrieron al párroco por ayuda, ahí estaba Gilberto a simple petición del cura del pueblo y con la anuencia del vicario, ayudando incansablemente a los más necesitados, fue sin duda un ejemplo de bondad”.

Y los años pasaron y fueron resintiendo la salud de Gilberto Martínez, como bien lo retrató Patricio Otárola:

“Y así fue pasando su vida, siempre urgido por la asesoría al hermano, siempre pendiente a la hora que fuera de quien pudiera requerir su ayuda o de su simple consejo profesional y claro, tiempo atrás en las calles de su ciudad, las mismas que lo vieron transitar repleto de premuras, aprensiones y también muchas penas, le pasaron la cuenta golpeando su generoso corazón. No podía ser de otra manera, tenía que enfermarse de lo único que tenía: un enorme corazón”.

Las palabras finales de Patricio fueron para refrendar que el paso de Gilberto por este mundo, no fue en vano y dejó una huella que estará presente en todos quienes lo supieron valorar

“Su fuerza y su acción nunca fue ni pretendió ser la de un hombre reconocido socialmente, nuestro amigo siempre hizo transitar la vida por los caminos de la humildad, siempre calló sus virtudes pero quienes tuvieron el privilegio de su cercanía podían descubrirlas con facilidad. Gilberto Martínez dignificó la profesión de abogado en tiempos difíciles como muy pocos, fue de esas personas que no se puso convenientemente de lado de quienes hacen la historia, sino que clara y decididamente al servicio de quienes la padecen. Es muy probable querido amigo, que no habrá calles que lleven tu nombre, pero de lo que sí estoy seguro es que muchas avenidas merecerían tenerlo. Gilberto, amigo querido, descansa en paz”.



Por M.E.Vega

Original: http://www.tribunadelbiobio.cl/portal/index.php?option=com_content&task=view&id=8639&Itemid=100

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