Las elecciones en Colombia (donde se espera una participación menor del 50% del electorado) han pasado en la prensa internacional como un ejemplar ejercicio democrático. Pero, tras la fachada “democrática” las cosas no son color de rosa como la pintan los medios.
Mientras la izquierda ha pasado en dos décadas del discurso sobre la “combinación de las formas de lucha” a excluir cualquier forma de lucha que no sea el parlamentarismo, intentando desmarcarse de cualquier forma de agitación que les haga perder ‘respetabilidad’, la derecha colombiana combina la guerra sucia, el clientelismo y la corrupción para consolidar su poder. Los últimos datos publicados en diversos medios de comunicación, señalan que 65 parlamentarios e innumerables caciques locales, todos partidarios del presidente Uribe, están directamente ligados a escuadrones de la muerte.
Las elecciones en Colombia no son normales. La derechización del espectro político se debe en gran medida a la eliminación física de la izquierda. Desde mediados de los ’80, en medio de los procesos de paz del gobierno de Betancur (1982-1986) -sin el respaldo del ejército ni de la oligarquía-, comenzó una campaña sistemática de exterminio de partidos de izquierda, como la Unión Patriótica, de cuyas filas eliminaron al menos a 5.000 militantes. Aún hoy se asesina a los escasos sobrevivientes de este partido. Semejante represión ha sido vivida por otros movimientos de esa época, como A Luchar y el Frente Popular.
Si a esto se suma la campaña del paramilitarismo, intensificada desde comienzos de los ’80, durante el gobierno de Turbay Ayala, entendemos por qué el juego electoral en Colombia está perdido de antemano para la izquierda: las estructuras nacionales del paramilitarismo (las AUC) han destrozado mediante miles de masacres el tejido social que sustentaba los proyectos progresistas.
Este trabajo de aniquilamiento ha ido de la mano de un proceso de lucha ideológica extremadamente aguda, con el apoyo de ex izquierdistas arrepentidos que han hecho carne del refrán popular de que: “Si no se puede vencer al enemigo toca unirse a él”.
Desde el primer momento en las elecciones se ha eliminado a la izquierda de las opciones políticas: mediante la consulta abierta, el Polo Democrático Alternativo terminó con Petro como candidato presidencial, en vez de Carlos Gaviria –con votos que no salieron del Polo. Luego, los medios inflaron a un candidato improbable como Mockus, el cual creyó él mismo ser el nuevo fenómeno político. Las encuestas que revelaban empate técnico entre Mockus y Santos no reflejaban la opinión pública sino que la manipulaban, buscando jalarle votos al Polo.
¿Qué esperaba entonces la izquierda en las elecciones? No hay condiciones para elecciones limpias en Colombia: cuando el electorado se inclinó más hacia la izquierda (1989) sin ningún pudor se eliminó durante la campaña a tres candidatos. Hoy se sigue eliminando a activistas políticos de la izquierda durante la campaña –incluido el dirigente del Polo Iván de la Rosa (Barranquilla). También se asesinó a otras personas de procesos políticos vinculados a la izquierda: Nilson Ramírez (Meta), Albeiro Valdés (Urabá), Leslien Torcoroma (Norte de Santander), Rogelio Martínez (Sucre), Alexander Quintero (Cauca).
Aún cuando el Polo llame a abstenerse en la segunda vuelta, el 20 de Junio, es un gesto tardío e insuficiente. Al participar en la primera vuelta, sin ninguna garantía, ni posibilidad de triunfo, y lo que es peor, elecciones que ocurren al final de un largo camino de “limpieza política” vía terrorismo de Estado, la izquierda no hace más que validar un régimen terrorista y corrupto personificado por su Majestad Uribe y su Delfín Santos. Con la esperable victoria categórica de Santos, debemos reflexionar sobre los mecanismos para derrotar al terrorismo de Estado. Ya se están gestando interesantes procesos de unidad y movilización, al margen del electorerismo que legitima a un régimen blindado contra la democracia, donde el ejercicio del voto es una ilusión que venden los “gitanos de Macondo” a los desprevenidos.
* Investigador de Latin American Solidarity Centre