Las elecciones municipales efectuadas el pasado 28 de octubre vinieron a poner de manifiesto la profundización de la crisis de representatividad del sistema político e institucional chileno. La alta abstención registrada en el proceso electoral municipal desnuda la escasa credibilidad de un modelo político excluyente y selectivo, heredado de la dictadura, que la clase política se ha empeñado en preservar y que la ciudadanía rechaza. Desde varias elecciones anteriores esta tendencia de rechazo se había venido manifestando y la abstención, el voto blanco y el voto nulo han ido en creciente aumento. Comparando esta elección municipal con la anterior efectuada el 2008, en que se registró un 25% de abstención, las cifras son elocuentes. La actual abstención, cercana al 60% de la masa electoral, es la denuncia más clara de que el sistema está haciendo agua, que está desprestigiado, que no representa la voluntad de la mayoría del país. Una participación que apenas supera el 40% del universo electoral de 13.388.600 es la demostración más categórica de que este sistema no es democrático y carece de toda legitimidad. Si solo se considera el padrón electoral antiguo, los porcentajes y verdades arrojadas por las cifras siguen siendo igual de elocuentes; pero se tornan alarmantes al incorporar a los más de 5.300.000 eventuales nuevos electores que integró al sistema el mecanismo de la inscripción automática y voto voluntario. En esta franja la abstención supera el 70%. Estos son datos y hechos irrefutables.
Sin embargo, a la clase política estos hechos no le causan problemas ni le importan; como no le causó problemas ni le importó la tendencia histórica que ya se evidenciaba cuando el voto era obligatorio. La conclusión es obvia. La clase política no necesita de la participación política o electoral de la población para mantener el statuo quo, para conservar sus cuotas de poder y mantener las cosas como están. Mientras menos, mejor, porque así controlan mejor; esa es la lógica imperante. El sistema político chileno no está basado en la participación ni tiene como propósito generar la participación ciudadana, sino que está basado en imposiciones y reglas del juego que pretenden mantener el control del país en una casta reducida de privilegiados.
Lo cierto es que a la clase política tampoco le causan problemas ni le importan la movilización social y las manifestaciones sociales de los últimos años, que han sido una categórica demostración de rechazo tanto al modelo político como al modelo de dominación económica. Esto ocurre porque dichas luchas sociales no tienen un correlato que se exprese en fuerza política, no se traducen en una fuerza política que cuestione la continuidad y la estabilidad del sistema. Esa ha sido y sigue siendo la gran debilidad del movimiento social chileno del presente; y esta debilidad ha sido explotada de manera eficiente por la clase política, pues con su postura displicente empuja a los sectores sociales movilizados hacia afuera del sistema, si es que no lo estaban desde el origen.
Por otro lado, la alta abstención, tampoco refleja automáticamente un rechazo al sistema político dominante sino que solo es reflejo de la abulia que se ha producido en torno a la cosa política en general y con respecto a los partidos políticos en particular. También es reflejo de la desidia que existe y se reproduce en la población respecto a la participación, organización y movilización en torno a sus derechos y reivindicaciones específicas; es decir, es una masa que no vota no porque quiera manifestar una opción política respecto del modelo sino que no vota porque no se motiva “ni esta ni ahí” con nada que les afecte o involucre. Si bien es cierto esto es consecuencia y resultado de la desmovilización social instrumentada por las cúpulas políticas y gremiales desde comienzos de los 90, también es la constatación de un triunfo ideológico del establishment, de los dueños y defensores del modelo imperante, que necesitan de una población abúlica y desidiosa, egoísta e individualista, para mantener la perpetua tranquilidad de sus dominios.
Lo importante de los datos que arrojan los resultados de la elección municipal reciente es hacer las lecturas adecuadas para dar los pasos correctos. Es indudable que Chile reclama la existencia de un sistema democrático, de un sistema político participativo y que represente verdaderamente la voluntad mayoritaria de los ciudadanos. Pero esta participación democrática se debiera construir desde la organización y movilización de la población en la lucha social y reivindicativa de sus realidades. A partir de allí, será posible generar la capacidad de construir un proyecto, una alternativa, una propuesta nueva, una nueva manera de hacer país que logre atraer la voluntad, el interés y la participación en política de los ciudadanos. La necesidad de una nueva constitución, de una asamblea constituyente y de un nuevo sistema electoral democrático debiera ser el núcleo que articule una nueva opción política. Es una ridiculez y una soberana estupidez alegrarse por el aparente o real rechazo de la ciudadanía hacia el sistema político dominante sino se tiene una propuesta que invite, convoque y capte a esa ciudadanía desencantada para hacerla participar en la lucha contra ese sistema inepto y por la construcción de una nueva sociedad.
Eloísa González: El gran triunfo es haber instalado el debate sobre el estado de nuestra democracia