Ella es joven. Ella es guapa. Ella es universitaria graduada e ingeniera informática. Las mujeres están orgullosas de que haya llegado a ser parlamentaria israelí. Los hombres están dispuestos a hacer lo que ella quiera.
“Nuestras manos deberían estar manchadas de su sangre” dice ella. Y los hombres corren a matar palestinos. A esta matanza le precedió otra, le llamaron Pilar Defensivo, noviembre de 2012, 150 muertos, y antes fue Plomo Fundido, diciembre 2008-enero 2009, 1400 muertos, y Lluvias de Verano en el verano de 2006, 450 muertos, y Dias de Penitencia en septiembre de 2004, y Cinturón Defensivo en abril de 2002, en Cisjordania, 545 muertos… Una y otra vez los hombres corren a manchar sus manos de sangre, ella lo pide. Esta vez todavía no tenemos el número de muertos. No importa. Si alguien queda vivo ya habrá tiempo de resolver el tema.
“Incluyo a las madres de los mártires, que les envían al infierno con flores y besos. Nada sería más justo que siguieran sus pasos”. Y los hombres corren a disparar contra las mujeres. Incluso a las que están enfermas. Mejor, así ya no tienen que gastar en remedios. El sábado 12 de julio Suha Abu Sada y Ola Washali murieron mientras desayunaban. Ambas indefensas. No sólo eso, sufrían graves deficiencias físicas y mentales. La aviación israelí destruyó el hogar para personas discapacitadas que las hospedaba.
“Deberían desaparecer junto a sus hogares” dice ella. En la madrugada del jueves 10 el conjunto de la familia al-Haj fue asesinada: Mahmud, el padre, Bassema, la madre, y cinco hijos. Sin advertencia previa, se tomó como objetivo una familia fue tomada y se les quitó la vida.
“De lo contrario, criarán serpientes más pequeñas” clama. Ese mismo jueves por la tarde, salió sorteada la familia Ghannam. Incluía una mujer y un niño de 7 años.
Los muertos de Palestina tienen nombres, juegan a la pelota, desayunan, los niños van al colegio mientras los mayores se hacen el amor. La diputada solo sabe de odio. Pero también tiene nombre: Ayelet Shaked. Ojalá algún nuevo Nuremberg de cuenta de ella. Nos hace recordar a otra de su estirpe: Golda Meier, que dijo “Los palestinos no existen”.
Pero los palestinos tienen la mala costumbre de existir. Existían ya antes de que se creara Israel y siguen ahí. Tercos. Y si algo ha provocado esta nueva matanza es que han decidido vivir sin disputas. Por lo menos entre ellos. El acuerdo entre Fatah y Hamas ha conducido a un gobierno de unidad nacional y al anuncio de elecciones presidenciales en el plazo de unos seis meses. Pero a Israel no le gusta la democracia. A los demócratas de Estados Unidos y Europa tampoco. Por lo menos no cuando la practicamos los del sur. Y eso los chilenos lo sabemos. Por eso deberíamos romper relaciones con el Estado terrorista y no comprarle ni un clavo.
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