Los próximos viernes y sábado, en Caracas, se conformará la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC). El hecho tiene dimensiones inobjetables: el organismo reunirá, por primera vez, a 33 países que conforman una población global de unos 550 millones de habitantes y cuya extensión territorial supera los 20 millones de kilómetros cuadrados, sin ningún tipo de tutelaje por parte de EEUU.
Una lucha histórica: integración contra dependencia
Para comprender la relevancia histórica del momento sirven las palabras que el Comandante Chávez -anfitrión de la cumbre de la CELAC y uno de los principales impulsores de la defensa de la soberanía de nuestro continente frente a los embates del imperialismo- pronunció días atrás, presentando los objetivos generales de la incipiente Comunidad de Estados:
“Va a nacer un nuevo organismo, esto es histórico de verdad. Como unidad de Estados, Latinoamericanos y Caribeños. Cuántos años en esta lucha. Es un primer paso, no es la victoria. No. Pero es un primer paso. Porque desde 1820 comenzó la puja en este continente. Después de los 300 años de conquista, dominación, de genocidio de parte de los imperios europeos, entonces se nos vino encima la amenaza del imperio naciente. Y Bolívar lo previó, lo presintió, lo vio. Lo enfrentó. Y Bolívar por eso planteaba la unión, en el Congreso Anfictiónico de Panamá. Pero al final se impuso el monroísmo: América para los americanos. Y al bolivarianismo lo enterraron”.
Es que la importancia política de la CELAC -aún antes de su propio nacimiento- tiene también que ver con la propia caducidad de la OEA, y con el frondoso prontuario de esta última contra aquellos países que intentaron diversas vías de transformación en nuestro continente. Así, la mal llamada Organización de Estados Americanos fue (y aún hoy es) tristemente célebre por haber legitimado invasiones, golpes de Estado, e incluso magnicidios, al punto de llegar a ser “condenada por su larga historia como dócil instrumento del imperialismo”, tal como afirma el politólogo argentino Atilio Borón.
El momento de apogeo máximo de la OEA en cuanto a dependencia de los mandatos de Washington se constituyó con la expulsión de Cuba en 1962 por el peligro que la isla constituía en “la ofensiva subversiva de gobiernos comunistas, sus agentes y las organizaciones controladas por ellos”. Con el mismo pretexto, desde ese momento todos los gobiernos estadounidenses aplicaron un criminal bloqueo comercial sobre Cuba que aún persiste, y que ha constituido una pérdida cuantiosa para la heroica isla, calculada en unos 975.000 millones de dólares.
El punto de “no retorno” en Nuestra América
Resulta interesante retomar una breve argumentación que se ha realizado hace pocos días en el periódico “Juventud Rebelde” de Cuba sobre el cónclave de Caracas. Allí se caracterizó el nacimiento de la CELAC como “un hito” que, si bien “no estará exento de tropiezos, zancadillas y deconstrucciones”, constituye un “punto de no retorno” para nuestros países respecto a la injerencia estadounidense.
Acordamos a todas luces con dicho enfoque, pero a su vez nos parece preciso visualizar un hito anterior sin el cual sería impensable este actual: hace unas semanas se cumplió el sexto aniversario de la Cumbre de los Pueblos en Mar del Plata, que significó la derrota del proyecto del ALCA y del proyecto expansionista de George Bush sobre América Latina. En aquel 2005, diversos movimientos sociales y políticos de la Argentina expresaron, en pleno Estadio Mundialista, su explícito rechazo a la injerencia estadounidense en nuestros países, en un acto que contó con la presencia de Hugo Chávez y Evo Morales -cuando este último aún no había sido elegido- como “maestros de ceremonia”, y con Diego Maradona como invitado de honor.
Ese hecho (“El ALCA, al carajo”, en palabras de Chávez), y la posterior profundización de los procesos abiertos en Venezuela, Bolivia y Ecuador significaron el andamiaje cotidiano que dio sustento al ALBA -la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América-. Fue dicho bloque -integrado además por Cuba y Nicaragua, entre otros- el que antepuso la sigla TCP (Tratado de Comercio entre los Pueblos) a la formula clásica del “sometimiento” en los 90, al Tratado de Libre Comercio (TLC).
Este breve recorrido pretende mostrar que la CELAC no surge de un repollo, sino que tiene precedentes en la “memoria larga” -de allí el bolivarianismo al que aludía Chávez y la impronta de nuestros Libertadores-; y de la “memoria mediana” -la resistencia al neoliberalismo, el Caracazo, etc-. La “memoria corta” estaría conformada por aquellos procesos de integración de avanzada, como el ALBA, con una fuerte impronta en cooperación social, humanitaria y despojada del afán de lucro; y con otros que, aún con mayores matices -como UNASUR- han permitido respuestas eficaces en momentos de tensión, tal como sucedió frente al intento de golpe de Estado en Bolivia en 2008.
La CELAC deberá, en medio de la crisis del capital, demostrar que América Latina puede -y debe- superar instancias ajenas -como la OEA- a sus desarrollos, ritmos e intensidades. El desafío de los países que proyectan horizontes de verdadera transformación social será el de liderar el bloque para que el “punto de no retorno” se acentúe cada vez más. A juzgar por el papel de Venezuela y Cuba en el próximo cónclave de Caracas, la situación resulta muy favorable.
Juan Manuel Karg es licenciado en Ciencia Política UBA