Ayer martes fueron detenidos en el país vasco francés Iratxe Sorzabal, David Pla, Pantxo Flores y Ramon Sagarzazu en una operación largamente buscada por el Gobierno español contra la dirección de ETA. La acción se realiza a días de las elecciones catalanas con claros objetivos comunicacionales.
Presentada como la última hazaña bélica en el «Frente del Norte», la operación policial contra los dirigentes de ETA era obvia. En primer lugar, porque una vez que los representantes de la organización vasca son expulsados de Noruega, tras el frustrado intento de negociación del que se restaron los estados francés y español, su localización y arresto era cuestión de tiempo. Estas eran las personas con quienes los gobiernos español y francés pudieron hablar para cerrar las consecuencias del conflicto, y a las que ha preferido capturar. Su caída era un tema puramente operativo, cuestión de tiempo. Una gigantesca maquinaria policial dedicada a combatir a comandos en activo, a cientos de voluntarios y a una extensa red de colaboradores, además de una labor exhaustiva de persecución contra el amplio sector de la población vasca que apoyaba a ETA, reduce de repente sus objetivos a uno sobre todos: detener a los responsables de la histórica decisión de terminar con la lucha armada, a quienes en cualquier lugar del mundo hubieran sido sus interlocutores privilegiados. Querían neutralizar a los dirigentes de una organización insurgente que tienen la voluntad, la autoridad y la capacidad de facilitar un desarme y realizar un fin ordenado de la lucha armada. Ese era su objetivo antes de elecciones. «Misión cumplida».
Los estados juegan con una ventaja que contradice su relato sobre el fin del conflicto y sobre estas detenciones. Sencillamente, mienten. El español sabe que la decisión de ETA es firme y que esté quien esté a cargo de ese legado actuará con coherencia con esta estrategia. El francés sabe, porque su inteligencia conoce bien los principios de esa tradición política, que los arsenales que están en su territorio no van a ser utilizados para nada que no sea el desarme ordenado. Es decir, sabe que no se va a encontrar ninguna de esas armas en una de las alertas que tan a menudo activa ahora por «amenazas terroristas». Por lo tanto, su épica es impostada y su propaganda barata. Frente a tanta irresponsabilidad hay que contener la ansiedad –buscan un golpe sicológico–, gestionar los tiempos –quieren eternizar el conflicto– y mantener el rumbo –hablarle a la gente, unilateralidad y pensar en la comunidad internacional–. Y perseverancia, mucha perseverancia en la búsqueda de la justicia, la paz y la libertad.