Por Darío Núñez
La mañana de este domingo 3 de mayo fue desbaratado en las costas venezolanas un intento de invasión por vía marítima protagonizado por un grupo de mercenarios antichavistas.
Según informaron autoridades del gobierno venezolano, el frustrado intento se habría producido en la costa norte del Estado de La Guaira mediante el uso de lanchas rápidas que vendrían procedentes de Colombia, donde los grupos contrarrevolucionarios tienen sus bases de operaciones. El desembarco se produjo en la localidad de Macuto, portando medios de transporte, armamento de guerra y abundante munición. La acción de penetración fue oportunamente detectada por las fuerzas de seguridad del Estado bolivariano quienes desarrollaron un intenso operativo para dar con los invasores y neutralizar sus afanes.
Esta operación culminó con una decena de mercenarios muertos, entre ellos el cabecilla de este grupo, y otros tantos detenidos por las fuerzas de seguridad venezolanas, además de la captura de los medios bélicos utilizados por los invasores. Lo que se convierte en una total derrota de la acción desestabilizadora. El intento de este grupo anti venezolano se produce casi un año después de otro intento similar alentado por los grupos opositores desde el exterior y por el diputado Juan Guaidó.
No debe extrañar que en plena pandemia de salud que afecta a la humanidad, Venezuela y Colombia incluidas, las organizaciones derechistas traten de llevar a cabo acciones criminales y desestabilizadoras en función de conseguir sus objetivos políticos, que en la práctica le son dictaminados por Estados Unidos. Mayor interés despliega la derecha venezolana en sus afanes golpistas, pues en el último tiempo se han multiplicado los retornos masivos de venezolanos que en años anteriores habían “escapado” de su país alentados por las campañas antichavistas y pro Estados Unidos; desde antes que se declarara la pandemia las solicitudes de retorno estaban siendo cumplidas por el gobierno de Venezuela que disponía de apoyos para que los ciudadanos pudiesen concretarla. En el caso de los avecindados en Chile, los retornos comenzaron a fines del 2019 tras comprobar la farsa del paraíso que les habían prometido; estas acciones se han incrementado a raíz de la epidemia sanitaria y las otras miserias que ésta develó. Este escenario de regresos masivos no es bueno ni alentador para estos grupos ni para los afanes estadounidenses de desestabilizar al gobierno y la institucionalidad bolivariana, por lo que intentan maniobras desesperadas para volver a poner la atención en sus objetivos.
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Tampoco debiera causar extrañeza que estas situaciones ocurran, precisamente, cuando la pandemia del coronavirus en el propio Estados Unidos ya alcanza casi millón y medio de contagios y sobre 70.000 muertes, lo que pone al desnudo las fragilidades de este imperio y derrumba los sobrevendidos mitos del “sueño americano”. Esta adversa situación lleva a que el gobierno de ese país concentre sus esfuerzos en poner la atención de la opinión pública mundial en otras situaciones distantes de su realidad, tratando de tapar con humo su propia basura en cuanto a la catástrofe que ha implicado su manejo de la pandemia.
En el caso de Venezuela, al delirante gobierno de Trump, no le bastan los bloqueos, las sanciones y las amenazas. Hace pocas semanas, como preludio de esta fallida intentona invasora, hizo desplegar parte de la flota frente a las costas venezolanas en una clara amenaza de invasión directa. La flota marítima de guerra es parte determinante del poderío bélico de los Estados Unidos pues va desde las naves con infantería de marina, hasta naves dotadas de armamento nuclear. Las amenazas no dieron resultado porque parte de la tripulación de la flota se contagió de coronavirus y algunos oficiales se negaron a permanecer en altamar en esas condiciones, lo que obviamente provocó la ira de Trump, que destituyó a los oficiales. Esta vez, optó por la versión mercenaria y terminó desbaratada en las costas de Macuto.