Filosofía pirata radical

Pirata … del latín pirata ( -ae ; piratas)… transliteración del griego piratis (pirata; πειρατής), del verbo pirao (hacer intento, probar, poner a prueba, obtener experiencia, esforzarse, atacar; πειράω)… En griego moderno… piragma : provocar [πείραγμα]… pirazo : provocar, causar problemas [πειράζω].(1)


Se ha escrito mucho sobre la «crisis del capitalismo» y los sucesos asociados y conocidos, en pocas palabras, como «las primaveras árabes», las «protestas estudiantiles», los movimientos «Occupy» y los «disturbios de agosto». Pero, ¿hasta qué punto la situación actual no plantea también un reto a quienes trabajan «en» la universidad? Ese reto nos animaría a ir más allá del mero esfuerzo de «sencillamente, di “no”» para alcanzar la idea de que las universidades actuaran como iniciativas sin ánimo de lucro con el fin de servir a la economía, así como de exigir el retorno a ese tipo de política educativa masiva financiada públicamente que prevaleció en la era keinesiana. ¿Que pasaría además si, dadas nuestras capacidades como universitarios, autores, escritores, pensadores y especialistas, quisiéramos oponer resistencia a la imposición sostenida de una racionalidad política neoliberal que, pese a parecer un muerto viviente, sigue cometiendo errores garrafales? ¿Cómo podemos seguir actuando no tanto para o con los estudiantes que protestan, «los licenciados sin futuro», «los nativos de la era digital» y «los restos del capital» (protestando a su lado, aceptando las invitaciones para hablar y escribir sobre ellos, etcétera), sino de acuerdo con sus estipulaciones ? (2) ¿Qué pasa si deseamos una universidad muy distinta de la que tenemos, pero no tenemos el menor deseo de conservar o restablecer el modelo paternalista y clasista asociado a los escritos de Arnold, Leavis y Newman? Al tiempo que apreciamos la idea de que fuera de la universidad existe algo que es en sí misma una idea universitaria, y que las tentativas de trascender la institución la dejan con demasiada frecuencia inmovilizada y sin protestas, ¿es posible recabar en todo caso cierta fuerza de la emergencia de comunidades de aprendizaje autónomas y auto-organizadas como la Escuela Pública o de las redes que ponen en común textos de forma gratuita, como AAAAARG.org (por citar solo dos ejemplos)? ¿Es que la lucha contra la «conversión en negocio» de la universidad no nos exige, además, tener la valentía de intentar poner a prueba los nuevos sistemas económicos, legales y políticos y los modelos para la producción, publicación, puesta en común y debate del conocimiento y las ideas y, por tanto, de abrirnos a la transformación radical de las prácticas materiales y las relaciones sociales de nuestra labor académica?

Hasta la fecha, este tipo de preguntas ha demostrado ser asombrosamente difícil de plantear, en parte sin duda porque alberga sin duda potencial para transformar y renovar radicalmente nuestras prácticas e identidades profesionales. En el mes de marzo inmediatamente posterior a las protestas estudiantiles de noviembre de 2010, el Institute of Contemporary Arts de Londres acogió una velada de conferencias bajo el título «Radical Publishing: What Are We Struggling for?» [«Edición radical: ¿Por qué estamos luchando?»]. A primera vista, parecía como si el acontecimiento fuera a explorar algunas de estas cuestiones. (3) Pero resultó que aquella tarde nos brindó un extenso análisis político de conferenciantes como Franco «Bifo» Berardi, Peter Hallward o Mark Fisher sobre el célebre blog K-Punk, entendido según las señales más fáciles de identificar como etiquetas, la mayoría de las cuales tenían que ver con la transformación política de otros ámbitos: en el pasado, en el futuro, en Egipto... Sorprendía en buena medida que, dado su título, se hablara muy poco de nada que afectara realmente al trabajo, el negocio, el papel y las prácticas de los propios conferenciantes: por ejemplo, a ideas radicales sobre el hecho de publicar una vez que se hayan transformado los modos de producción.


Lo humano

Este tipo de puntos ciegos aparecen de forma generalizada en todas las humanidades. Pensemos en la idea misma en la que se basan las humanidades y, con ella, en el concepto de universidad: el de lo humano mismo. (4) Las humanidades, sobre todo bajo la forma de la teoría crítica y la filosofía continental, llevan interrogando críticamente el concepto de lo humano desde hace más de cien años. Sin embargo, el modo de producción de conocimiento e investigación en el ámbito de las humanidades sigue estando en su mayoría vinculado a la idea del autor human(ista) indivisible, individual y liberal. Es una descripción de la forma en que las ideas, las teorías y los conceptos se crean, desarrollan, publican y difunden que se puede aplicar tanto a la última generación de teóricos que aparezca como a la «generación dorada» de Barthes, Foucault, Lyotard y Lacan; no solo a filósofos radicales como Agamben, Badiou, Latour o Stiegler, sino a muchos de los denominados «hijos de la generación del 68», como Meillassoux también. Pese a que todos esos teóricos puedan tener hoy día más tendencia a escribir utilizando un teclado de ordenador y una pantalla que una estilográfica o una máquina de escribir, su forma de crear, desarrollar y diseminar teoría y conceptos teóricos sigue siendo en buena medida la misma. Así sucede en lo relativo a la producción inicial de sus textos y a su materialidad: el centro de interés queda depositado en los artículos de manuales impresos en papel o, al menos, de textos papirocéntricos escritos por académicos solitarios habitualmente encerrados en un estudio o un despacho y concebidos para realizar una aportación contundente, de autoridad y magistral al conocimiento. Pero también sucede en lo que se refiere a la atribución de sus textos a seres humanos individualizados cuya identidad (con independencia de las asociaciones que puedan tener con la filosofía antihumanista o post-humanista) está lo bastante unificada y se hace lo bastante presentes como para que todos puedan afirmar que es obra original o propiedad suya.

Hay que reconocer que estos métodos tradicionales de creación, composición, publicación y circulación del conocimiento y la investigación en el ámbito de las humanidades están siendo cuestionados por el campo emergente de las humanidades digitales. Pensemos en la reciente caracterización que el teórico literario Stanley Fish ha hecho de esas formas de comunicación asociadas con las humanidades digitales, en especial los blogs, como «provisionales, efímeras, interactivas, comunitarias y abiertas a la refutación, la interrupción y la interpolación». Consecuentemente, Fish sitúa directamente este tipo de usos de las tecnologías de los medios digitales en red en contraposición a la ambición tradicional de la crítica académica, ambición que reconoce compartir. Ello comporta ser capaz de «escribir sobre un tema con tal fuerza y totalidad que ningún otro crítico pueda decir una palabra al respecto». Es un objetivo que adscribe al «deseo de preeminencia, autoridad y poder disciplinar». Por tanto, Fish diferencia tanto los blogs como las humanidades digitales en general de ese tipo de «academicismo de formato extenso —los libros y los artículos remitidos a revistas eruditas y editoriales universitarias—» al que ha dedicado su vida profesional y que describe en términos de la construcción de «argumentos que pretenden ser decisivos, comprensivos, monumentales, definitivos y, lo más importante, todos míos ». (5) Pero la humanista digital en quien Fish se concentra con el máximo detalle, Kathleen Fitzpatrick, no presenta realmente un obstáculo profundo para las ideas de lo humano, la subjetividad o siquiera el concepto conexo de autor. Tampoco, a decir verdad, está ella particularmente interesada en hacerlo. De hecho, lejos de cuestionar radicalmente el concepto de lo humano que sustenta «el “mito” del autor solitario y magistral» (6), la concepción que Fitzpatrick tiene de las humanidades digitales considera que las humanidades tal como se entienden tradicionalmente están más interesadas en ejercer presión sobre las tecnologías informáticas. (7) Tomemos su reciente libro Planned Obsolescence que, como experimento de revisión libre de otros colegas, se publicó primeramente en un blog en el que otros podían realizar aportaciones. Fish retrata a Kirkpatrick en este volumen discutiendo que,

primero, que la autoría nunca ha estado así de aislada; uno siempre escribe ante el telón de fondo y en conversación con innumerables predecesores y contemporáneos que son colaboradores efectivos; y, en segundo lugar, que las nuevas formas de comunicación (los blogs, los enlaces, el hipertexto, las remezclas, los refritos, las multimodalidades y muchas más) ponen al descubierto que el «mito» del autor solitario y magistral es la fantasía que es por que han emergido con el desarrollo de la tecnología digital. (8)

Pero, como Fitzpatrick deja claro en un capítulo dedicado expresamente al cambio de la autoría «de lo individual a lo cooperativo»,

los tipos de colaboración que me interesan no necesariamente se traducen en coautoría literal. [...] El desplazamiento que reclamo pude ser, por consiguiente, no tanto [...] un llamamiento para escribir necesariamente en grupo como un desplazamiento de nuestro enfoque desde las partes individualistas de nuestro trabajo a aquellas que son más colectivas, que están más integradas socialmente [...] centrándose en esta modalidad social de conversación, en lugar de obsesionarse en que lo que tenemos que decir nosotros, los individuos únicos que somos, puede arrojar intercambios mejores. No es necesario compartir literalmente la autoría de un texto para compartir el proceso de escribirlo; la cooperación que las redes de publicación digital puede fomentar podría equivaler, por ejemplo, a los grupos de escritura en los que muchos especialistas ya comparten su obra en busca de retroalimentación mientras la obra está en proceso de elaboración. (9)

Fish entiende que esto indica que,

si el individuo se define y constituye por las relaciones, el individuo no es en realidad una entidad de la que se pueda decir que es propietario de sus intenciones ni de sus efectos; el individuo es solo (como la teoría post-estructuralista solía decirnos) un repetidor a través de cuyos mensajes en circulación en la red llegan y se transmiten. (10)


Como resalta Fitzpatrick, no obstante, el desplazamiento que reclama es «menos radical de lo que en principio parece».

Lejos de basarse en un descentramiento riguroso del sujeto, su enfoque suele parecer más próximo a la posición humanista democrática liberal que se esfuerza en cuestionar; si bien es una posición en la que los autores «únicos», estables y centrados están ahora implicados en una conversación «social», «compuesta de individuos», que es un tanto parecida a la situación ideal de diálogo de Habermas; al menos, en la medida en que esta «conversación» parece amparar relativamente poco conflicto, antagonismo o inconmensurabilidad entre participantes. (11) Como habría dicho Lyotard, no hay ninguna differend . Respondiendo a Fish en su propio blog, Fitzpatrick trata entonces por todos los medios de señalar que ella no está manteniendo que en la era digital «estén desapareciendo las nociones de autor, texto y originalidad, sino solo que están cambiando, igual que cambia la comunidad interpretativa de los académicos». (12)

En este aspecto, es significativo que Fitzpatrick escoja emplear la herramienta de un blog para su experimento de revisión libre por parte de otros colegas: por ejemplo, WordPress, aunque con la aplicación CommentPress desarrollada por el Instituto para el Futuro del Libro, que permite que los comentarios aparezcan junto al cuerpo principal de texto párrafo a párrafo, por página y al documento completo. Porque, por supuesto, la mayoría de los blogs (a diferencia, pongamos por caso, de los wikis) no permiten de hecho escribir en cooperación, y menos aún «suprimir al individuo». El trabajo del autor de un blog tiende quedar bastante apartado y diferenciado del de aquellos que utilizan el mismo blog para revisar o responder a ese trabajo original. Aunque «las respuestas al texto» aparecen de la misma forma y en el mismo marco que el texto mismo», (13), estas dos identidades y papeles diferenciados (el del autor original y el secundario del revisor, comentarista o replicante, por así decir) se mantienen y refuerzan entonces por el medio mismo del blog. Así que no solo Fitzpatrick no somete realmente a la prueba las ideas de lo humano, la subjetividad o el concepto conexo de autor, sino tampoco los blogs, pese a todo lo que Fish se empeñe en presentarlo de otro modo. Más bien, el mantenimiento de la autoría y la originalidad por parte de Fitzpatrick se lleva a cabo con la ayuda del propio medio (el blog) que Fish postula que le pone obstáculos.

Aunque estos medios sean diferentes de las formas tradicionales de academicismo de formato extenso, el modo en que la mayoría de los académicos interactúa con los blogs y los medios sociales como Facebook y Google+ opera en realidad para promover y sustentar conceptos de autor y originalidad más de lo que los socavan. Esto no se debe en poca medida al hecho de que, como señala Felix Stalder, «es preciso presentarse en público como individuo con el fin de poder unirse a las redes sociales digitales, lo que, cada vez más, se convierte en un requisito [para] sumarse a otras formas de operar socialmente en red». (14) Por tanto, se puede interpretar que este tipo de medios sociales personales ofrecen una variación sobre el tema de lo que Beverley Skeggs llama «individualidad compulsiva», donde un montón de académicos los utilizan como mecanismo para promocionarse y comercializarse a sí mismos, sus obras y sus ideas, reuniendo en no menor medida a «amigos» y «círculos» con los que conectarse y presentarse como personalidades asequibles, comprometidas y carismáticas que siempre «están conectadas». (15)

¿Dónde nos deja esto, si ni siquiera las humanidades digitales (o, al menos, las versiones que dan de ellas Fish y Fitzpatrick) representan un desafío demasiado fehaciente a los modos de creación, composición, legitimación, acreditación, publicación y difusión ortodoxos en las humanidades? Curiosamente,, Franco «Bifo» Berardi, uno de los participantes en el evento Radical Publishing de ICA, planteaba en un libro de 2009 la pregunta de si no deberíamos «liberarnos de la sed» de ese tipo de «activismo» que él considera que se ha vuelto muy influyente como consecuencia del movimiento anti-globalización: «¿Acaso el camino hacia la autonomía de lo social frente a lo económico y la movilización militar no es solo posible a través de un repliegue a la inactividad, el silencio y el sabotaje pasivo?», pregunta. ¿Deberíamos pensar en la posibilidad de abrazar nuestra propia variación sobre el tema de la negativa que ha sido tan importante para la política autónoma en Italia?, a saber: el abandono estratégico de nuestro trabajo académico, y no solo de los blogs y las redes sociales corporativas como Facebook y Google+? (16)


Libre acceso

Peter Suber, una voz prominente del movimiento del libre acceso, ha ofrecido hace poco precisamente un ejemplo de un repliegue semejante. En el mes de enero, Suber anunció (sirviéndose de Google+) que él «no ejercería de árbitro a favor de un editor perteneciente a la Asociación de Editores Estadounidenses (AAP, Association of American Publishers) a menos que hubiera renegado de la posición de la AAP sobre la Research Works Act [Ley de Trabajos de Investigación]». Esta ley, que fue presentada en el Congreso estadounidense el 16 de diciembre, estaba concebida para prohibir las imposiciones de libre acceso a las investigaciones estadounidenses financiadas con fondos federales. La Research Works Act revocaría de forma efectiva las Medidas de Acceso Público de los Institutos Nacionales de Salud junto con otras políticas similares de acceso libre en Estados Unidos. Para mostrar mi apoyo al acceso libre y la iniciativa de Suber, afirmé públicamente en el mes de enero que yo actuaría de manera semejante. (17) Al haber encontrado una oposición contumaz en el seno tanto de la comunidad académica como de la editorial, todo el respaldo público a la Research Works Act se ha desmoronado desde el 27 de febrero. Pero no puedo evitar preguntarme, en lugar de tomármelo como una sugerencia para abandonar la estrategia de rechazo, si no deberíamos adoptarla aún más. ¿No deberíamos retirar nuestros afanes académicos de todos aquellas editoriales y revistas que no permitieran que los autores, como un mínimo inexcusable, archivaran ellos mismos los borradores evaluados y aceptados de sus publicaciones en archivos institucionales de libre acceso? (18)

Como partidario que soy del libre acceso desde hace mucho tiempo, creo que es importante reconocer que este movimiento, que se preocupa por lograr que la literatura de investigación revisada por colegas esté disponible gratuitamente en la red para todos aquellos que tengan acceso a Internet, no está unificado ni es invariable. Algunos los consideran un movimiento, (19) pero para otros constituye en sí mismo una diversidad de modelos económicos o, incluso, otro medio más de distribución, comercialización y promoción. Se debería recordar que no hay nada intrínsecamente radical, emancipador, contestatario o siquiera política o culturalmente progresista en el libre acceso. La política del libre acceso depende de las decisiones que se toman en relación con ella, de las tácticas y estrategias específicas que se adoptan, de las coyunturas concretas de cada momento, de la situación y el contexto en el que estas prácticas, acciones y actividades se desarrollan y de las redes, relaciones y flujos entre cultura, comunidad, sociedad y economía que fomentan, movilizan y hacen posible. Por tanto, publicar en régimen de libre acceso no es necesariamente una modalidad de resistencia de izquierda. Sin embargo, lo interesante de la transición a la publicación y el archivo de investigaciones en régimen de libre acceso es el modo en que este sistema está creando, al menos, ciertas «aperturas» que permiten a los universitarios desestabilizar y repensar la publicación académica y, con ella, la universidad, más allá del modelo maridado por el capitalismo de libre mercado.

De hecho, se podría afirmar que el movimiento de acceso libre posee mucho mayor potencial para hacerlo en la actualidad que un montón de movimientos supuestamente más subversivos desde el punto de vista político. Así sucede sin duda en lo referente a la capacidad del libre acceso para establecer algunas «cadenas de equivalencia» entre un abanico de luchas diferentes y, por tanto, aglutina a un buen número de partidarios compuesto no solo por los universitarios y las personas vinculadas al software libre y los movimientos de cultura libre, sino por estudiantes, antiguos estudiantes e, incluso, representantes del propio capital. Dicho esto, el libre acceso sigue operando dentro de unos límites específicos. Aunque John Willinsky lo ha descrito como «tanto una medida crítica y práctica hacia la universidad incondicional» imaginada por Jacques Derrida en «Tue Future of the Profession of the University Without Condition», el movimiento de acceso libre es en realidad bastante condicional (al menos en la actualidad). Tal vez promueva el «derecho a hablar y a resistirse incondicionalmente a todo» lo que afecta a la restricción del acceso al conocimiento, la investigación y el pensamiento, como dice Willinsky. Sin embargo, el movimiento de acceso libre lo hace, en su mayoría, únicamente con la condición de que no se ejerza «el derecho a decir todo» sobre un buen montón de otras cuestiones. (20) En esto se incluyen no solo cuestiones relacionadas con el uso de los blogs, Facegook, Google+ y demás por parte de los defensores del acceso libre como Suber o yo mismo, sino también sobre el autor, el texto y la originalidad.

Pero, ¿qué pasa si, siguiendo los pasos de Derrida, consideráramos que el movimiento de libre acceso es un mero punto de partida estratégico para reflexionar sobre estos asuntos? ¿Qué pasaría si contempláramos la condicionalidad del libre acceso arriba mencionada no como un impulso para ir más allá del libre acceso, o para dejarlo atrás y sustituirlo por otra cosa, sino más bien como algo que nos orienta para seguir la lógica del movimiento de libre acceso «hasta el final, sin reservas», hasta el extremo de suscribirlo en contra de sí mismo? (21) ¿Qué pasaría si empezáramos a hablar y a resistir incondicionalmente contra algunas de las demás ortodoxias que afectan a la restricción del acceso al conocimiento, la investigación y el pensamiento: precisamente de las ideas de autoría y originalidad y del sistema de propiedad intelectual que las sustenta? Yo señalo el copyright porque, si deseamos luchar contra «el negocio incipiente» en que se está convirtiendo la universidad, entonces tenemos que aceptar que esto puede implicarnos también en una lucha contra el sistema de propiedad intelectual, puesto que este último es uno de los principales mecanismos con los que se están mercantilizando, privatizando y corporativizando el conocimiento, la investigación y el pensamiento.


El copyright

Simplificando radicalmente la situación en aras de la brevedad, hay en este contexto dos justificaciones fundamentales para el copyright que se asociaron a los derechos económicos y se vincularon a lo que se conoce respectivamente como los derechos de autor o los derechos morales. (22) En la primera, que preside la tradición anglo-estadounidense del copyright , el énfasis se deposita sobre la protección de los intereses comerciales del autor, productor o distribuidor de una obra y su derecho a explotarla económicamente realizando y vendiendo copias. Así es como la mayoría de las empresas editoriales académicas convencionales consideran que los libros que lanzan: como mercancías cuyos derechos de explotación comercial que les han sido cedidos. Sin duda, pocos autores académicos de monografías de investigación obtienen ingresos sustanciales directamente por sus escritos. La mayoría está dispuesto a ceder los derechos de los intereses comerciales a cambio de ver los volúmenes resultantes editados, publicados, distribuidos, comercializados, promocionados y, con suerte, leídos y asumidos por otros. En este aspecto, los autores académicos actúan sobre la base de que hacerlo así tiene el potencial de desembocar en mayores ingresos: mediante el aumento de su prestigio y su nivel de influencia y, por tanto, de mayores oportunidades para conseguir avances en su carrera, ascensos, incrementos salariales, etcétera. En consecuencia, son los editores a quienes se percibe como los que mayor riesgo económico corren con la infracción del copyright en este sentido económico. En relación con la «piratería» de AAAAARG de textos procedentes del ámbito de la filosofía, la política, la teoría, la novela vanguardista y otras áreas afines (incluidos algunas «míos» y también muchos del colectivo de Radical Philosophy), pensemos en el hecho de que fuera la autoproclamada «editorial radical» Verso (y no los autores) quienes enviaron la carta de «cancelación y renuncia» de diciembre de 2009 pidiendo a la plataforma de conocimiento libre y compartido que descargara ejemplares de los títulos de Žižek, Rancière, Badiou y otros, de los que Verso tenía los derechos.

Tal vez algunos autores universitarios, por supuesto, deseen apoyar a editores independientes de contenido político radical. Muchas de estas editoriales están en situación económica precaria, en especial si se las compara con sus competidoras que son propiedad de conglomerados multinacionales. Para poder permanecer en el negocio y, así, sacar más títulos similares en el futuro, dependen enormemente de los ingresos generados por la venta de libros de los que tienen los derechos. Sin embargo, como el sistema del copyright es uno de los principales mecanismos con los que se mercantilizan y privatizan el conocimiento, la investigación y el pensamiento, para quienes están comprometidos con la lucha contra la creciente comercialización de la cultura y la sociedad quizá resulte más difícil apoyar sin reservas la defensa contra la violación de los fundamentos de la protección de los derechos económicos. Al fin y al cabo, si estamos interesados en ensayar sistemas económicos, jurídicos y políticos nuevos o diferentes de los del capitalismo (y no solo del neoliberalismo), difícilmente puede sorprendernos que ello comporte implicaciones para esas empresas editoriales cuyo modelo de negocio sigue dependiendo de convertir en mercancías susceptibles de ser comercializadas, publicadas y vendidas fenómenos tan obviamente políticos como las ideas del comunismo, el revitalizado movimiento estudiantil u Occupy. (23)

Entretanto, por lo que respecta a los derechos morales, la justificación del copyright tiene su fundamento en la protección de lo que se sostiene que es un derecho inalienable del trabajo del autor. Este derecho —al que a menudo se sitúa como fundador de la cultura de Europa occidental y gestor de una relación suplementaria, secundaria e, incluso, marginal con los derechos económicos— se aplica a la obra considerada como una expresión de la mentalidad o la personalidad singular del autor. Curiosamente, es esta vinculación especial, forjada entre el autor y la obra en el acto mismo de la creación, la que también se percibe que confiere a este último su originalidad (en lugar de que la obra sea novedosa o inventiva en algún sentido). Consecuentemente, en contraste con lo que sucede con los derechos económicos, los derechos morales del autor son irrenunciables, invendibles o intransferibles a otra entidad individual o corporativa como un editor.

Ahora, algunos replicarían que el descentramiento que lleva a cabo la filosofía de las ideas del sujeto y de lo humano, y la declaración de «muerte del autor» asociada a ella, ha contribuido a la expansión de la industria del copyright globalizada neoliberal y a su desplazamiento del énfasis aún más allá de la salvaguarda de los derechos del autor individual como creador original, depositándolo en la salvaguarda de los derechos sobre una mercancía que se pueda comprar y vender con independencia de quién la creara. Por el mismo motivo, sin embargo, si nos vemos inclinados a ser generosos, la tendencia por parte de muchos filósofos y teóricos a afirmar enérgicamente la autoría de sus obras, ideas y conceptos particulares (por ejemplo, la denominada «filosofía orientada al objeto»), encerrándolas y presentándolas a ambas por tanto en asociación con un nombre adecuado sobre la base de que son «todas mías» (una expresión original de sus identidades singulares), se pueden entender como una tentativa de enfatizar este desplazamiento desde la cultura y la autoría humana a la posesión económica y propietaria no tan blanda. Desde esta perspectiva, el riesgo que la violación del copyright plantea a los autores afecta más a sus derechos morales y, en particular: 1) al derecho de atribución, que, volviendo al ejemplo utilizado más arriba, AAAAARG no suele poner en peligro, pues los autores de la mayoría de los textos de la plataforma de conocimiento compartido están categorizados e identificados claramente como tales (se puede examinar la biblioteca por el apellido de autor); 2) al derecho a la integridad, que permite a los autores negarse a permitir que terceros modifiquen o distorsionen la forma original, establecida y definitiva de una obra; 3) al derecho de revelación, que abarca el derecho a decidir quién publica la obra, cómo, dónde y en qué contextos. Quizá AAAAARG represente para algunos universitarios una pérdida de prestigio, honor y estima, en la medida en que su obra se reedita fuera de los marcos institucionales convencionales y en lugares y de formas diferentes de las que ellos eligen.

Con todo, la pregunta que debemos formular es hasta qué punto actuar de acuerdo con los derechos morales de atribución, integridad y revelación lleva a los filósofos y teóricos críticos a actuar to a todos los efectos y a toda costa como si siguieran suscribiendo la idea de que el autor es un genio creador individual, tal como emergió del seno de la tradición cultural de romanticismo europeo: un concepto respecto al cual la indagación crítica de las humanidades de los conceptos de sujeto, ser humano e, incluso, autor, era en muchos aspectos una tentativa de poner en cuestión. Porque es precisamente esta creencia romántica la que sustenta la idea de que la obra es la expresión original de la personalidad o conciencia singular del autor humano y sobre la que, a su vez, se basan estos derechos morales. Esto no presupone que debamos necesariamente deshacernos del concepto de autor. Pero lo que el argumento arriba expuesto sí indica es que debemos explorar más cómo el pensamiento radical puede encarnar ideas de autoría de formas que ni se retrotraigan a repetir compulsivamente una versión del individualismo romántico y sus ideas de originalidad, ni la despojen de todo contenido de tal forma que los textos se conviertan en meras mercancías intercambiables. Para poner un ejemplo de cómo podríamos empezar a hacerlo, ¿podríamos quizá tratar de acometer algo parecido a lo que hacen filósofos piratas?


Los filósofos piratas

Está claro que, como ha mostrado Adrian Johns, a pesar de su imagen romántica y contracultural, gran parte de la filosofía asociada hoy día a la piratería en la red es en sí misma una «filosofía moral a carta cabal». Se ocupa, «de forma central, de convicciones sobre la libertad, los derechos, los deberes, las obligaciones y cosas similares». Es más, es una filosofía que hunde sus raíces históricas en una «ideología libertaria muy marcada»: uno de los buques de la radio pirata del Reino Unido de la década de 1960 se llamaba incluso Laissez Faire . (24) Como podríamos imaginar aquí, este tipo de filósofos piratas, entonces, habrían tratado de actuar como piratas en el sentido clásico del término. Curiosamente, cuando la palabra «pirata» empieza a aparecer en los textos de los antiguos griegos estaba «estrechamente relacionada con el nombre peira , que significa “ensayo” o “prueba”, y por tanto con el verbo peirao : el “pirata” sería entonces aquel que “prueba” o “pone a prueba”, “lidia con algo” y “hace una tentativa”». (25) Estos son los orígenes etimológicos del vocablo actual «pirata».

En este aspecto, lo más interesante de determinado fenómeno asociado con la cultura digital en red como Napster, Pirate Bay o AAAAARG es que no podemos decir en el momento de su aparición inicial si son legítimos o no. Eso es porque las nuevas condiciones creadas por la cultura digital —como la capacidad de digitalizar y poner a libre disposición buenos libros de biliotecas enteras (como sucede con Google Books y AAAAARG)— a veces requiere la creación de leyes de propiedad intelectual y medidas de copyright igualmente nuevas. La Digital Economies Act [Ley de Economías Digitales] de 2010 en el Reino Unido es un ejemplo; el acuerdo de Google Books, la Ley de Supresión de la Piratería en la Red (SOPA, Stop Online Piracy Act) y la Ley de Protección de la Propiedad Intelectual (PIPA, Protect IP Act) de Estados Unidos son otros. De ello se desprende que nunca podemos estar seguros de si estos denominados piratas, en las «tentativas» que están haciendo para «lidiar con» las nuevas condiciones y posibilidades creadas por la cultura digital en red, de «probarlas» y someterlas a la «prueba», no están en realidad implicadas en la creación de esas mismas leyes, medidas, condiciones, contratos, acuerdos de cesión y leyes del Congreso y el Parlamento mediante las cuales se podrían juzgar. Tomemos el caso de William Fox, un cineasta que se trasladó de la Costa Este estadounidense a la californiana a principios del siglo XX en parte para «eludir los controles que las patentes concedían al inventor del cine, Thomas Edison». Como recuerda Lawrence Lessig en su capítulo sobre los «piratas» en Free Culture , Fox fundó el estudio de cine de la 20th Century Fox precisamente pirateando la propiedad creativa de Edison. (26) (Por irónico que resulte, el presidente y Consejero Delegado de 20th Century Fox es ahora ese azote de la piratería por Internet que es Rupert Murdoch, que recientemente ha criticado al gobierno de Obama en Twitter después de que la Casa Blanca indicara que no apoyaría algunas de las medidas más duras propuestas en el proyecto de ley SOPA.) Así pues, como muestra el ejemplo de Fox, nunca se puede predecir de antemano lo que hará el fundador de una nueva institución o cultura. Solo podemos juzgar finalmente si las actividades de estos supuestos piratas son legales o no, legítimas o no, justas o no desde algún punto de vista «retroproyectado desde un futuro indefinido». (27)

Otra forma de pensar en el asunto de la piratería es en relación al legislador de El contrato social de Rousseau. Aquí tampoco podemos saber nunca si el legislador —el fundador de una nueva ley o institución, como una universidad— es legítimo o es un charlatán. La razón reside en la aporía que subyace en el núcleo de la autoridad, mediante la cual el legislador ya tiene que poseer la autoridad que la fundación de la nueva institución se supone que le otorga para poder fundarla. Algunos de los denominados piratas de Internet se encuentran en similar situación a la del legislador de Rousseau. Ellos también pueden estar implicados en una invención, puesta a prueba y ensayo performativo de las propias leyes e instituciones nuevas por las que sus actividades pueden entonces juzgarse y justificarse. Como tales, solo pueden reclamar la legitimidad de sí mismos. Es un estado de cosas que, además de señalar su imposibilidad, también constituye su poder fundacional, su fuerza instituyente. Sin duda, es aquí, entre lo posible y lo imposible, entre la legalidad y la ilegalidad, donde debemos iniciar cualquier evaluación o juicio de ellos. Y no son solo los piratas potenciales quienes pueden ser legisladores o charlatanes. Las leyes e instituciones vigentes mediante las que podríamos condenar la piratería de Internet por ilegal se basan en la misma estructura aporética de la autoridad. Este tipo de legisladores son también, además, charlatanes o piratas... es imposible de dilucidar (o hackers , en el caso de la News International de Murdoch).

En consecuencia, no podemos predecir que va a pasar con la filosofía «pirata». Puede desembocar en nuevas formas de cultura, economía y educación: donde las personas trabajan y crean por motivos diferentes de los de cobrar; donde la protección del copyright ya no es posible; donde las instituciones de la industria cultural —editoriales, periódicos, etcétera— se remodelan de forma radical; la música se puede descargar y compartir libremente (cosa que ya sucede); las comunidades difunden monografías académicas a través de redes de iguales y plataformas para compartir textos (cosa que ya hacen); y donde hasta las ideas del autor individualista, humanista y propietario se ven transformadas de forma espectacular. En este aspecto, la filosofía pirata puede desempeñar un papel en la evolución no solo de un nuevo tipo de universidad, sino de una nueva economía y un nuevo modo de organizar también la sociedad industrial. Y en el proceso puede tener un efecto tan profundo «como el establecimiento del copyright en el siglo XVIII», por tomar prestadas las palabras de Johns. (28) Pero puede ser que no. Y esa es precisamente la cuestión. Como sucede con el célebre comentario sobre la significación de la Revolución Francesa (atribuido al líder comunista chino Zhou Enlai) —por no hablar de la «crisis del capitalismo» y las «primaveras árabes»— es demasiado pronto para augurarlo. En todo caso, lo que es interesante es el potencial que la filosofía pirata alberga para el desarrollo de un tipo de economía y sociedad nuevas: basadas mucho menos en el individualismo, la posesión, la adquisición, la acumulación, la competencia, la celebridad y la idea de que el conocimiento, la investigación y el pensamiento son algo que se posee, se mercantiliza, se comunica, se difunde y se intercambia como la propiedad de autores individuales e indivisibles (que, como señala Andrew Ross, suelen asemejarse muy a menudo a entidades corporativas). (29)

Sin la menor duda, muchos de quienes actualmente trabajan en la universidad van a sentir que cualquier tipo de «ensayo», «prueba» o «puesta a prueba» de la idea de actuar de forma parecida a los filósofos piratas es una especie de ataque, no solo contra el copyright y la corporativización y comercialización de la universidad, sino también contra su propia identidad profesional: como una puesta en cuestión del suelo firme sobre el que llevan actuando tanto tiempo, basado en sus ideas bastante ortodoxas de autoría, originalidad, etcétera. Y sus temores estarán justificados. Pero para responder a las fuerzas de la sociedad del capitalismo tardío, ¿acaso no podríamos asumir el riesgo de abandonar el puerto franco de nuestra profesión tal como actualmente es? Al fin y al cabo, si no hacemos nada no es que no vayamos a estar seguros; nuestra identidad profesional ya está amenazada. ¿Es que embarcarnos en semejante empresa no nos ofrecería un medio de lidiar con parte de las fuerzas responsables de esta amenaza, sin limitarnos a sucumbir a ellas, reaccionando con nostalgia o romanticismo, o celebrándolas y apoyándolas ingenuamente?

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Notas

(1) «Etymology of Pirate», English Words of (Unexpected) Greek Origin , 2 de marzo de 2012, http://ewonago.wordpress.com/2009/02/18/etymology-of-pirate .

(2) Michael Foucault, «The Concern for Truth», en Politics, Philosophy, Culture: Interviews and Other Writings, 1977–1984 , edición de Lawrence D. Kritzman, Routledge, Nueva York,1988, p. 263. Para un análisis de la importancia de la distinción entre «para» y «de acuerdo con sus estipulaciones», véase Wendy Brown, Politics Out of History , Princeton University Press, Princeton, Nueva Jersey, 2001, pp. 42-43.

(3) http://ica.org.uk/28063/Talks/Radical-Publishing-What-Are-We-Struggling-For.html .

(4) Como ha argumentado Samuel Weber, «hablar de humanidades, pues, supone dar por supuesto un modelo de unidad basado en determinada idea de lo humano, ya sea en contraposición a lo divino (medieval, escolástico, humanismo) o al mundo animal no humano [...] La unidad de la universidad sigue profundamente vinculada al concepto de esencia universalmente válida de lo «humano», que es el correlato antropológico del universalismo antropológico que reside en el núcleo de la universidad como institución». Samuel Weber, «The Future of the Humanities: Experimenting», Culture Machine 2 , 2000, www.culturemachine.net/index.php/cm/article/view/311/296 .

(5) Stanley Fish, «The Digital Humanities and the Transcending of Mortality», The New York Times , 9 de enero de 2012, http://opinionator.blogs.nytimes.com/2012/01/09/thedigital-humanities-and-the-transcending-of-mortality; la cursiva es mía.

(6) Ibid.

(7) La «“gran carpa” que las humanidades digitales pueden ser —escribe— es un nexo de campos en el seno de los cuales los académicos utilizan las tecnologías informáticas para investigar el tipo de asuntos que son tradicionales para las humanidades o, como es más cierto aún de mi propio trabajo, que plantean preguntas tradicionales orientadas hacia las humanidades sobre las tecnologías informáticas». Kathleen Fitzpatrick, «Reporting from the Digital Humanities 2010 Conference», Chronicle of Higher Education , 13 de julio de 2010, http://chronicle.com/blogPost/Reporting-from-the-Digital/25473.

(8) Fish, «The Digital Humanities and the Transcending of Mortality».

(9) Kathleen Fitzpatrick, Planned Obsolescence: Publishing, Technology, and the Future of the Academy , New York University Press, Nueva York, 2009 (material publicado en 2011), http://mediacommons.futureofthebook.org/mcpress/plannedobsolescence.1

(10) Fish, «The Digital Humanities and the Transcending of Mortality».

(11) Fitzpatrick, Planned Obsolescence .

(12) Kathleen Fitzpatrick, 10 de enero de 2012; respuesta a Fish, «The Digital Humanities and the Transcending of Mortality».

(13) Fitzpatrick, Planned Obsolescence .

(14) Felix Stalder, «Autonomy and Control in the Era of Post-Privacy», mensaje enviado a la lista de correo nettime, 4 de julio de 2010, http://permalink.gmane.org/gmane.culture.internet.nettime/4848.

(15) Beverley Skeggs, «The Making of Class and Gender through Visualizing Moral Subject Formations», Sociology , vol. 39, nº 5, 2005, p. 968, http://cms.gold.ac.uk/media/skeggs1.pdf .

(16) Franco «Bifo» Berardi, Precarious Rhapsody: Semiocapitalism and the Pathologies of the Post-Alpha Generation , Minor Compositions, Londres, 2009, p. 127; Mario Tronti, «The Strategy of Refusal», http://libcom. org/library/strategy-refusal-mario-tronti.

(17) Peter Suber, «Watch Where You Donate Your Time», Peter Suber, 7 de enero de 2012, https://plus.google.com/u/0/109377556796183035206/posts/QYAH1jSJG6L# 109377556796183035206/posts; Gary Hall, «Withdrawal of Labour from Publishers in Favour of the US Research Works Act, Media Gifts», 16 de enero de 2012, http://garyhall.squarespace.com/journal/2012/1/16/withdrawal- of-labour-from-publishers-in-favour-of-the-usres. html. En aquel momento, esto significaba no escribir, publicar, editar ni revisar para, entre otros, Sage (que publica infinidad de revistas del ámbito de la teoría crítica como Theory, Culture and Society y New Media and Society ), Palgrave Macmillan (editor de Feminist Review ), Stanford University Press, Fordham University Press, Harvard University Press y NYU Press.

(18) Nada menos que en 2007, Nick Montfort, un profesor asociado de medios digitales en el MIT, afirmó que ya no estaba preparado para revisar artículos lucrativos y de acceso no libre para revistas no públicas (Nick Montfort, «Digital Media, Games, and Open Access», Grand Text Auto , 21 de diciembre de 2007, http://grandtextauto.org/2007/12/21/ digital-media-games-and-open-access). En el año 2008 se unió a él Danah Boyd, que en aquella época era, entre otras cosas, Investigador visitante de la Escuela de Derecho de Harvard. Danah Boyd, «Open-access is the Future: Boycott Locked-down Academic Journals», Apophenia , 6 de febrero de 2008, www.zephoria.org/thoughts/archives/2008/02/06/ openaccess_is_t.html#comment-322195. En este aspecto, Radical Philosophy podría estar preocupada por su modelo de negocio. Si Radical Philosophy estuviera disponible en su totalidad en régimen de acceso libre, ¿no caerían espectacularmente en la red las ventas de suscripciones anuales, copias en papel y pdfs individuales de su archivo? En consecuencia ¿acaso podría no disponer de fondos suficientes para pagar el funcionamiento de la revista,? Hay un buen número de formas de responder creativamente a este reto, aunque podrían comportar cambios relevantes para la naturaleza y el carácter de la revista, como pasarse al régimen de acceso libre solo en la red o adoptar el modelo de acceso libre demorado.

(19) Véase el Open Access Overview de Peter Suber, www.earlham. edu/~peters/fos/overview.htm y «Timeline of the Open Access Movement», www.earlham.edu/~peters/fos/timeline.htm .

(20) John Willinsky, «Altering the Material Conditions ofAccess to the Humanities», en Peter Pericles Trifonas y Michael A. Peters, eds, Deconstructing Derrida , Palgrave Macmillan, Basingstoke, 2005, p. 121; Jacques Derrida, «The Future of the Profession or the University without Condition (thanks to the “Humanities”,what could take place tomorrow)», en Tom Cohen, ed., Jacques Derrida: A Critical Reader , Cambridge UniversityPress, Cambridge, 2001, p. 26.

(21) Este es el procedimiento de Derrida para leer la dialéctica de Hegel según una diferencia no antagonista. Jacques Derrida, «From Restricted to General Economy: A Hegelianism without Reserve», Writing and Difference , Routledge & Kegan Paul, Londres, 1978, p. 260.

(22) La interpretación que sigue del copyright tiene grandes deudas con mis debates con Cornelia Sollfrank y con la explicación más detallada y sutil de la relación entre derechos económicos y morales que ella ofrece sobre el contexto mundial del arte en su «Performing the Paradoxes of Intellectual Property. An Artistic Investigation of the Increasingly Conflicting Relationship between Copyright and Art», tesis doctoral, Duncan of Jordanstone College of Art and Design, Universidad de Dundee, 2012.

(23) Para otro ejemplo de este tipo de comercialización, véase www.getpoliticalnow.com, de Pluto.

(24) Adrian Johns, «Piracy as a Business Force», Culture Machine 10, 2009, www.culturemachine.net/index.php/cm/article/view/345/348 .

(25) Daniel Heller-Roazen, The Enemy of All: Piracy and the Law of Nations , Zone, Nueva York, 2009, p. 35.

(26) Lawrence Lessig, Free Culture: The Nature and Future of Creativity , Penguin, Nueva York, 2004, pp. 53 y 55, www.free-culture.cc .

(27) Véase Geoffrey Bennington, «Postal Politics», en Homi K. Bhabha, ed., Nation and Narration , Routledge, Londres y Nueva York, 1990, pp. 131-132, en el que se basa la interpretación que sigue del legislador de Rousseau.

(28) Adrian Johns, «Piracy», Inside Higher Ed , 3 de febrero de 2010, www.insidehighered.com/news/2010/02/03/johns .

(29) Andrew Ross, Nice Work If You Can Get It: Life and Labor in Precarious Times , New York University Press, Nueva York y Londres, 2009, p. 167.


Fuente: http://www.radicalphilosophy.com/commentary/pirate-radical-philosophy-2

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