Fuera de control

Va a cumplirse un año desde que el 13 de junio de 2020 asumió la cartera de Salud el actual ministro Enrique Paris. Se creía y se esperaba que su arribo trajera la rectificación de las insuficientes y nefastas medidas preventivas de enfrentamiento de la pandemia sanitaria que había aplicado su antecesor, Jaime Mañalich. La inminencia del desastre hacía suponer que el gobierno en funciones intentaría aplicar medidas acertadas. Pero no ocurrió así. Al contrario, un año más tarde, y pese al proceso de vacunación en curso, la pandemia del coronavirus y la situación sanitaria del país está totalmente fuera de control, anda por la libre, propagándose a destajo y causando estragos, y no hay atisbos de que la autoridad esté interesada en enmendar rumbos, rectificar políticas, limitar los daños de su desastrosa gestión. El 19 de junio de 2020 la cifra de contagios alcanzaba el récord de 6.938 contagiados diarios; y el 27 de ese mes se registraban 279 personas fallecidas, convirtiéndose en aquel entonces en otra marca. Esos eran los últimos registros por el efecto del paso de Mañalich y los que el nuevo ministro debía controlar y reducir. Sin embargo, la gestión de Paris ha estado signada por el fracaso y la inoperancia. Los primeros meses de 2021 sirven de muestra lamentable para constatar el desastre. En el presente año es recurrente que se informen cifras por sobre los 7.000 contagiados diarios y, en los últimos meses, las cifras sobre los 8.000 resulta algo habitual; incluso el 9 de abril se informaron 9.151 contagiados. Similar situación ocurre con las cifras de personas fallecidas por el coronavirus; durante los casi diez meses de pandemia del año pasado se produjeron 22.213 muertes, pero sólo en lo que va corrido de este año se llega a 16.619 víctimas, de las cuales 637 se han producido en los primeros seis días del presente mes de junio, lo que representa la pavorosa cifra de 106 personas muertas por día. También puedes leer: EDITORIAL | Mujeres: De estudiantes a la Convención Constitucional Las cifras son números fríos que hacen perder el sentido humanitario de esta pandemia. La pérdida de este sentido humanitario es consecuencia de una política sanitaria inhumana, irresponsable, que nunca ha tenido como objetivo y preocupación fundamental la protección de la salud y de la vida de la población. En los hechos y en los cementerios, Chile registra 38.832 personas muertas a causa de la pandemia pero, principalmente, como producto de la pésima y desastrosa gestión sanitaria llevada a cabo por este gobierno. Y en ello, el ministro Paris tiene una responsabilidad moral y política determinante. Desde su asunción en el cargo, el único cambio real que introdujo Paris fue en el formato de presentación pública de los informes diarios sobre el desarrollo de la pandemia y en el ejercicio de modales de apariencia accesible y amigable; una cuidada puesta en escena basada en las apariencias. No cambió la política de salud implementada por Mañalich sino que la mantuvo y la profundizó llevándola a los extremos que hoy día padecemos. En la práctica observada, la principal labor del ministro Paris ha consistido en servir de escudero de su mandamás, el presidente Piñera, en voceador de las decisiones y ejecutante de los arbitrios que su jefe dispone en materia sanitaria. El fracaso comunicacional de la “Nueva normalidad” con que el mandatario en funciones intentó encubrir su protección irrestricta al gran empresariado y el propósito de mantener activa la economía a como diera lugar, fue hábilmente sustituido por la imposición de la política “Paso a Paso” que, voceada por Paris, no ha sido más que una mascarada para esconder el mismo propósito original. Esos son los logros de Enrique París. Servir como perro fiel los dictados de su amo y llevar a la población de manera progresiva al desastre humanitario en que ambos la tienen sumida. La tardanza endémica en establecer el cierre de fronteras, el impulso de planes de vacaciones durante el verano, el acomodo de las cuarentenas y de las fases del “Paso a Paso” en ciertas comunas dependiendo de las oportunidades comerciales del gran empresariado, sea por el turismo, por las fiestas patrias, navidad y año nuevo, la semana santa, fines de semana largo, los días de consumo garantizado (llámense de los enamorados, de la madre, del padre, de lo que sea que permita potenciar el comercio del retail y sus bagatelas), son algunos de los ejemplos que grafican esta actitud de empujar el carro de la economía aunque ello implique atropellar al conjunto de la población. Los desatinos y descriterios del Gobierno y el Minsal se han visto azuzados por los adversos resultados electorales que ha tenido la coalición gobernante y sus partidos, tanto en el plebiscito de octubre pasado como en las recientes elecciones de mayo. A ello se suma la constante caída en las encuestas que acusa el mandatario, incluidas las hechas por sus aliados, afectando sus aspiraciones de remendar su deplorable imagen presidencial. Las derrotas y decepciones han amplificado el escenario de desgobierno y, en la práctica, Piñera perdió toda capacidad de gobernar algo (que no sean sus negocios, claro está). De modo que sus orientaciones y decisiones sanitarias sólo apuntan a mantener el flujo de caja del gran empresariado y el propio, sosteniendo a rajatabla las fracasadas medidas del “Paso a Paso”. Pero el país no solamente se enfrenta a los efectos de una ineficiente política sanitaria sino que, lo que es aún peor, a la incapacidad del gobierno en funciones de darse por enterado de la magnitud del desastre que está provocando con su negligencia. Las altas cifras de contagios y de víctimas fatales se producen como consecuencia de las insuficientes medidas preventivas, de seguimiento, trazabilidad, control, de errores que se traducen en horrores. La letra chica que impide un efectivo cierre de fronteras para frenar la internación de peligrosas nuevas variantes del virus ha sido una de las causales del incremento de los contagios y la cero capacidad de vigilancia que tiene el Minsal sobre estas nuevas variantes. El descontrol, propiciado por el Gobierno y el Minsal, ha significado que incluso la vacunación que empezó a aplicarse a comienzos de marzo no rinda el efecto preventivo deseado ni provoque la mitigación de los contagios que se espera de un proceso de esta naturaleza. Cuestión ésta que efectivamente ha ocurrido en países que han llevado a cabo similares procesos pero que hacen las cosas de manera adecuada. Y ello se debe, una vez más, a los errores premeditados de una política gubernamental que concibió la vacunación como un aliciente para la recuperación más acelerada de la economía y, coherente con ello, publicitó las vacunaciones como la panacea y la gran solución para la población, induciendo al relajo y la permisividad. A ello agreguemos la ausencia de una eficaz campaña preventiva de salud que genere conciencia sobre los riesgos de la enfermedad del Covid-19 y sus consecuencias. Carencia que se complementa con el fomento al consumo, la constante y majadera incitación a terminar con el aislamiento, a potenciar la exposición al riesgo de los habitantes a contagiarse, al impulso del absurdo “Pase de Movilidad” o “Carnet verde”, que no es otra cosa que abrir la puerta (y particularmente los aeropuertos) para el traslado y uso de mano de obra sin las restricciones para la economía que suponen las medidas sanitarias preventivas. Como resultante, la población pierde credibilidad –si alguna le quedaba- en las medidas y políticas sanitarias impuestas por la decadente autoridad, tanto de salud como de gobierno. Dado el show publicitario y mediático impulsado por La Moneda y el empresariado, incluida la estupidez del ministro de Educación de pretender forzar las clases presenciales, se manifiesta cada vez más la tendencia a no vacunarse y a transgredir las medidas preventivas que implican restricciones de desplazamientos y otras actividades grupales. La soberbia y autocomplacencia del ministro Enrique Paris, pese a sus aparentes buenos modales, ya no resultan tolerables; su sonrisa cínica ya no puede ocultar la tragedia, ni siquiera le sirve para ocultar su altanería. Su cargo no es de una función publicitaria sino de servicio público, ni se sostiene en la obsecuencia con que se someta a su jefe sino en la eficacia de su gestión. De modo que la dramática realidad sanitaria que estamos viviendo exige que tenga la decencia de abandonar ese puesto de ministro y dedicarse a servir a su amo desde otras funciones o actividades, pero no puede seguir jugando al buen siervo a costa de la salud y la vida de las y los habitantes, de los destinos de la población. Un año de caos es demasiado tiempo y ha significado la vida de muchas personas. Por lo demás, el propio jefe del ministro Paris, se mantiene en funciones sólo por efecto de la amañada institucionalidad que aún nos rige, pero que es impropia de cualquier sistema democrático sano. Resumen
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