Chie Matsumoto / Solidarity
Traducido para rebelion.org por Viento Sur.
Dicen que el tiempo lo cura todo, pero esto no está tan claro para las personas afectadas por el peor accidente nuclear ocurrido en el mundo. Cinco años después de producirse la fusión de tres reactores de la central nuclear de Fukushima Daiichi, por lo menos 100 000 lugareños siguen estando desplazados; 80 personas se han suicidado tan solo en Fukushima debido a la pérdida de sus familias, sus bienes y toda esperanza de futuro (dato de diciembre de 2015, según el ministerio de Reconstrucción y la oficina del Consejo de Ministros); la contaminación radiactiva sigue expandiéndose y todos los viernes continúan concentrándose manifestantes de todo Japón y del extranjero ante la residencia del primer ministro en Tokio para expresar consignas antinucleares.
El gobierno japonés parece haber olvidado todo lo relacionado con la limpieza que todavía están llevando a cabo 3000 trabajadores todos los días en la central de la Tokyo Electric Power Company (TEPCO) situada a unos 100 kilómetros de la capital. Además ha reactivado una planta que permanecía apagada en la provincia meridional de Kagoshima y se propone poner de nuevo en marcha otra que se halla en la prefectura de Fukui, en el norte. Tras el cambio de gobierno que se produjo apenas seis meses después de la catástrofe, Japón comenzó a vender tecnología nuclear a Jordania, Vietnam, Turquía y Sudáfrica, entre otros países, en todos los casos a pesar de las masivas protestas nacionales. India será el año que viene el primer país que firme un acuerdo sobre energía nuclear con Japón desde que ocurrió la catástrofe. Japón ratificó el Tratado de No Proliferación Nuclear de Naciones Unidas en 1976.
Protestas internas
Muchos japoneses y japonesas se han hecho eco de esas protestas manifestándose desde el día de la catástrofeen contra de los negocios de exportación nuclear de Japón, reclamando el fin del uso de la energía atómica y su sustitución por energías renovables. Han organizado concentraciones ante el ministerio de Economía, Comercio e Industria (METI, según la sigla en inglés), que supervisa la industria nuclear. Hubo madres que hablaron en esas concentraciones por primera vez en su vida; un grupo de jóvenes iniciaron una huelga de hambre para exigir la erradicación de las centrales nucleares. Organizaron una sentada delante del METI y en septiembre de 2011 levantaron una carpa, que de inmediato se convirtió en el centro del movimiento nuclear japonés y de todo el mundo. Hubo gente que dormía en la carpa y desde allí acudía al trabajo; se celebraron conciertos antinucleares de fin de año delante de la carpa; se organizó la autodefensa contra matones de ultraderecha que intentaron destruir la carpa. Menos conocida que Occupy Wall Street, la carpa del METI fue una de las ocupaciones más largas, junto con la que hubo contra las bases de EE UU en Okinawa.
Ahora los ocupantes de la carpa se enfrentan en los tribunales al ministerio, que reclama la propiedad del terreno y exige una compensación por la ocupación durante cinco años. Han perdido en primera instancia y la instancia superior ha desestimado su recurso. La carpa está en proceso de desmantelamiento.
La voz de los trabajadores
Aunque debemos seguir adelante con nuestra movilización hasta erradicar el uso de la energía nuclear, algunos trabajadores de la central consideran que no se les escucha.“No veo a ningún trabajador de la central en el movimiento”, ha dicho Ryusuke Umeda, antiguo empleado. A sus 80 años de edad, Umeda pide a los manifestantes antinucleares que sean conscientes de las condiciones de trabajo inseguras en el entorno radiactivo de las centrales nucleares.“Me gustaría que la gente preguntara si se ofrece a los trabajadores una formación adecuada en materia de salud y seguridad y supiera en qué entorno están obligados a trabajar”, ha declarado Umeda. “Sabiendo esto se sentirán todavía más convencidos de la necesidad de desmantelar todas las centrales nucleares del mundo. Con este fin dedicaré lo que queda de mi corta vida a convencer a la gente de cuánto urge conseguirlo.”
Umeda ha presentado una demanda judicial en que exige una indemnización para los trabajadores. Afirma que ha sufrido un infarto de miocardio y otras dolencias después de haber trabajado durante 43 días en centrales nucleares en 1979. Puesto que muchos de estos trabajadores acaban con graves problemas de salud, en muchos casos no encuentran otro empleo y han de afrontar gravosos gastos médicos. Umeda también vive de los subsidios del Estado. Su demanda constituye el primer juicio incoado por un trabajador de una central nuclear que reclama una indemnización por su afección cardiaca. El Estado ha reconocido ese mismo problema a las víctimas de la bomba atómica.
Hiroshi Masumoto es otro que ha tenido que vender su casa para pagar sus facturas médicas y que vive de los subsidios del Estado. De 82 años de edad, este oriundo de la ciudad de Kitakyushu, del sur de Japón, está conectado a una bombona de oxígeno para poder respirar. Masumoto, quien controlaba el nivel de exposición a la radiación de los trabajadores en varias centrales nucleares, también ha interpuesto una demanda judicial para reclamar una indemnización.
Según TEPCO, más de 6 000 trabajadores entran y salen todos los días de la central de Daiichien Fukushima. Unas 300 personas adicionales siguen descontaminando las zonas de acceso restringido y llenan unos contenedores negros flexibles de tierra radiactiva para preparar el retorno a casa de los vecinos desplazados. Miles de estos contenedores están apilados sin que haya ningún lugar al que llevarlos. Los contratistas generales, sus filiales y TEPCO están quedándose sin trabajadores; según un reciente reportaje, han reclutado a extranjeros para los trabajos de limpieza en el interior de la central de Fukushima y sus alrededores.
He entrevistado a un hombre de Bangladesh en la prefectura de Kanagawa que aceptó la oferta de trabajo de un agente brasileño para trabajar en la central. Se subió al camión junto con otros extranjeros, me dijo. La paga era un 30 % más alta que en las obras de construcción en que estaba trabajando. Sin embargo, este hombre de 43 años de edad dejó el trabajo al cabo de pocos días porque “se asustó” por los efectos de la radiación en su salud. Añadió que si necesitara el dinero, volvería a ese puesto de trabajo.
Relato de un superviviente
Recuerdo la entrevista que mantuve con Tomoya Watanabe el 16 de marzo de 2011 en el gimnasio de un colegio convertido en refugio de emergencia en Nihonmatsu, en la prefectura de Fukushima. Yo había ido a esta región nevada a recoger testimonios de la central después de la catástrofe. Ningún empleado de TEPCO quiso hablar con nosotros por miedo a represalias. Watanabe fue uno de los poquísimos trabajadores subcontratados que se prestó a contarnos su experiencia desde que se produjo el terremoto. En el refugio ayudaba en la cocina para dar de comer a cientos de residentes en Namieque, como él mismo, habían sido evacuados de su ciudad, situada a tan solo diez kilómetros de la central de Daiichi.
Watanabe comenzó supervisando a los trabajadores en la central de Daiichi después de que concluyera su misión en la central de Fukushima Daini y después en la central nuclear de Kashiwazaki-Kariwa, donde trabajó hasta que la instalación quedó sometida a una inspección. Me habló del día en que ocurrió la catástrofe. Como supervisor, no pudo abandonar el lugar hasta después de asegurarse de que los demás trabajadores habían acudido a un lugar seguro y confirmó la escala del daño en el interior del edificio colindante con el reactor. Al percatarse de que era una suerte que siguiera vivo, se juró que nunca más volvería a esta clase de trabajo.
Medio año después, cuando volví a Fukushima a entrevistarle a él y a otros trabajadores, Watanabe me contó que había puesto en marcha una pequeña empresa. Me complació y me animó ver que la catástrofe no le había desmoralizado, pero cuando me dijo que su empresa reclutaba trabajadores para destinarlos a centrales nucleares, no pude disimular mi consternación.“Es la vida”, me dijo en la vivienda temporal en que se alojaba junto con su familia. “Necesito trabajar.” Watanabe no es el único que piensa que trabajar en centrales nucleares es su vocación para toda la vida. Muchos hombres que viven en ciudades que albergan centrales nucleares reconocen esa dependencia mutua. El año pasado me localizó en Facebook y me dijo que su empresa se había especializado en la descontaminación de los alrededores de la central de Fukushima. Al menos su negocio prospera.
Desde que miles de trabajadores comenzaron a volver a la central de Daiichi, el ministerio de Trabajo solo ha aprobado hasta ahora la indemnización en un único caso. Esto ocurrió el año pasado; al trabajador en cuestión, de cuarenta y tantos años de edad, le han diagnosticado leucemia después de haber estado trabajando en la central de Fukushima durante un año y medio.
La necesidad de sindicarse
Mientras la catástrofe de Fukushima sigue su curso y se precisan miles de trabajadores para la descontaminación, hemos de exigir medidas adecuadas de seguridad e higiene, así como concienciar de sus derechos a los trabajadores, especialmente a los temporales. Activistas sindicales, junto con un sindicato en Fukushima y un sindicato de trabajadores temporales en Tokio, han intentado organizar a los trabajadores temporales. Por desgracia, sus esfuerzos no han dado muchos resultados, pero algunos trabajadores de la descontaminación se han organizado para negociar el plus de peligrosidad que no cobran.
Hemos de seguir organizándonos y también de colaborar con nuestros correligionarios de fuera de Japón para luchar por una sociedad desnuclearizada. En marzo de este año tendrá lugar un Foro Social Mundial 2016 en Tokio para conmemorar el quinto aniversario de la catástrofe de Fukushima con el lema de “hacia otro mundo sin centrales nucleares”. Puede que la herida sea demasiado profunda para que se cure con el tiempo, pero recordar Fukushima es lo que importa para nuestro futuro.