Issam Naji Sammour tiene 33 años y vive, o vivía, en la calle Abu Jihad de Khan Younis, en el sudoeste de la Franja de Gaza. Licenciado en Sociología y Ciencias Políticas por la Universdad de Al-Azhar de Gaza, ha hecho llegar a GARA sus reflexiones, anotadas apresuradamente durante la cruel agresión militar israelí, porque «queremos que el mundo sepa cómo es nuestra vida y mostrarle lo que en realidad sucede. La prensa mundial no presenta la realidad».
17 de julio. Finalmente pude dormir, después de estar despierto durante diez días de guerra. Vi una película corta. Escuché explosiones por todas partes. Vi llamas y humo. Niños llorando y sirenas de ambulancias. Cuerpos quemados, una lluvia de fuego cayendo sobre los vecinos. No puedo respirar. No veo nada que haga mi día mejor. Me siento impotente, sin esperanza, asustado, preocupado.
Hasta ahora son 289 palestinos asesinados, incluyendo a 60 niños. Una masacre. Los líderes mundiales están silenciosos. Luz verde para que las fuerzas de ocupación puedan matar a más civiles a sangre fría. No podemos movernos porque hay bombardeos en todas partes. Han muerto cuatro familiares míos. 22.000 personas dejaron sus hogares y huyeron a refugios de la UNRWA, buscando un lugar seguro. Pero no estamos seguros en ninguna parte. Los crímenes de guerra se suceden. 900.000 personas no tienen agua para beber. El agua en Gaza no es segura para su consumo ya que está contaminada; la estación de agua potable ha sido destruida. Gaza está bajo el ataque israelí desde hace ocho años. No hay esperanza para nuestra gente. Queremos que el mundo sepa cómo es nuestra vida y mostrarles lo que en realidad sucede. La prensa mundial no presenta la realidad.
18 de julio. Mi hermano Hamada (22 años) me dijo: «Hoy es viernes. Debemos ir a la oración de los viernes en la mezquita». Me quedo en estado de shock; me siento extraño. ¡Cielos! ¡He olvidado en qué día vivo! Le contesto: «¿No has visto los aviones? ¿No has oído los bombardeos?». El sonríe y me dice: «No te asustes. Es solo una vida. Si nos atacan con un misil, moriremos juntos». Escuchar esto me provoca una mezcla de sentimientos. Me digo que hay que ser valiente. Me cambio de ropa y caminamos juntos hablando de la guerra. Imagínate: nadie en la calle. Esto me hizo preocuparme aún más. La distancia caminando de mi casa a la mezquita es de unos siete minutos, pero el pánico y el miedo son muy grandes y a cada momento esperaba que un ataque aéreo nos matara. Nos reconfortó la oración. Regreso a casa. No hay electricidad. Esto también es una gran pesadilla. El reloj no se mueve. Los apagones son largos. Cierro los ojos. Mi memoria comienza a trabajar. Veo a los cuatro niños de la familia panadera Abu que fueron asesinados mientras jugaban al fútbol en la playa, de entre 8 y 10 años. Les asesinaron frente a las cámaras de los medios internacionales. Escuchamos una gran explosión. Los niños desaparecieron. La gente corrió hacia el lugar donde jugaban. Ya no había niños. Los convirtieron en pequeñas partes dispersas por el área. Abrí los ojos. Mi corazón estaba abatido.
19 de julio. Suspendimos nuestro ayuno cuando los misiles cayeron cerca. Llamada de un amigo diciéndome que un familiar de mi madre murió en el ataque aéreo. ¿Cómo contarle a mi madre la muerte de su pariente? Decidí informarle tras discutirlo con mis dos hermanos. A las 9 de la noche, en pleno bombardeo, nos inquietaba cómo contarle lo que había sucedido. Sabía que mi madre se alteraría. Ocurrió lo que no nos esperábamos: mi hermano menor le dijo a mi madre: «Mamá, mataron a Mohammed en el ataque israelí». Ella comenzó a gritar y a llorar buscando su teléfono para tratar de confirmar la noticia. Habló con mi tía. Le dijo la verdad. Las lágrimas de mi madre caían como gotas de lluvia por su cara. Me puse junto a ella: «Mamá, por favor, reza por él. Sé fuerte». Horas más tarde me dijo, con los ojos llenos de tristeza, que iría al funeral. «Por favor, déjales comida a las aves en la azotea», me pidió. ¿Cómo subir a la azotea cuando los aviones de guerra vuelan sobre nosotros y escanean cada movimiento? 30 minutos después hubo un bombardeo intenso. Mi hermano puso la radio en su móvil: un muerto y varios heridos de mi numerosa familia. Nos reunimos en la parte central de la casa familiar, sin saber qué hacer. Las ambulancias no pueden ir a retirar a los heridos. Todos estamos de mal humor. La muerte nos ronda.
24 de julio. Hubo una gran explosión. Mi casa tembló. Se alzaba un humo negro. Caían proyectiles sobre los escombros de nuestras casas. Sólo podía pensar en que estaban tan cerca de nosotros... Estoy destrozado. Me dicen que no se pueden determinar los daños por la oscuridad. Nos cortan la energía eléctrica 22 horas al día. Escucho el caos alrededor. Mujeres y hombres gritando «Allah Akbar» (Alá es grande). Mis hermanos ponen la radio. Sirenas de ambulancias muy cerca: hay gente herida en mi barrio. Dos ambulancias evacuaron los cuerpos de mis familiares. Murieron mientras estaban sentados en su jardín. No podemos acostarnos y descansar. Tenemos sentimientos encontrados: miedo, terror, pánico, optimismo... Hicimos un funeral. Vi rostros rojos de ira y ojos enojados. Vi lágrimas en algunos hombres. Mi hermano menor me dice: «Issam, tengo miedo de que me maten en cualquier momento». Todos estamos en su mira. Me fui a casa mostrándome calmado para que confiara en mí. Le dije que pasará pronto y que nunca perderemos nuestro hogar.