Es solo una coincidencia que el general Khalifa Hifter (a veces deletreado Hiftar) haya lanzado su golpe en Libia solo cuatro días después que EE.UU. envió 200 soldados a Sicilia – un “equipo de reacción a crisis” enviado a pedido del Departamento de Estado. Otra coincidencia: El general Hifter, respaldado por EE.UU., vivió en Washington, D.C. durante décadas, a unos pocos convenientes kilómetros de la sede de la CIA en Langley.
Escribí sobre Hifter en 2011, cuando era sospechoso del asesinato de Abdel Fatah Younes, uno de los generales de Gadafi que desertó hacia los rebeldes y fue nombrado jefe del ejército libio por el nuevo régimen. Younes, sin embargo, duró poco en su puesto: se le oponían Hifter y los islamistas radicales que formaban la espina dorsal de la insurrección. Llamado a Trípoli para “preguntas” sobre su buena fe, fue asesinado durante el camino por una banda islamista que se llamaba “Brigada de los mártires del 17 de febrero”.
¡Oh! Y tenemos otra coincidencia: es la misma “Brigada de los mártires del 17 de febrero” contratada por el Departamento de Estado de EE.UU. para “proteger” la estación de la CIA en Bengasi donde fue asesinato el embajador Chris Stevens.
Como Alicia dijo una vez en el País de las Maravillas: “¡Curioso y requetecurioso!”
Al ser lo que es la capacidad de mantener la atención estadounidense, el público en EE.UU. ha perdido hace tiempo interés en la desamparada Libia: ¡Oh!, recuerdan vagamente la intervención estadounidense en ese país, pero han perdido la pista de la historia desde que nuestra gloriosa “victoria” desencadenó una avalancha de caos. Los republicanos siguen hablando del incidente de Bengasi, y del supuesto encubrimiento de las circunstancias que rodean la brutal muerte del embajador Stevens, pero nunca mencionan el verdadero escándalo – la intervención estadounidense de por sí, que allanó el camino para todo el lío sangriento que sobrevino.
¿Quién es el general Hifter, y para quién estaba actuando?
Habiendo sido uno de los máximos generales de Gadafi, comandó la desastrosa invasión del difunto dictador del vecino Chad y fue capturado por fuerzas chadianas, o desertó al otro lado – no es claro lo que ocurrió exactamente. En todo caso, desde Chad estableció su Frente de Salvación Nacional, descrito en un informe del Consejo Canadiense de Inmigración y Refugiados (citando Le Monde Diplomatique) como “creado y financiado por la CIA”. El mismo informe dice que “se esfumó con la ayuda de la CIA poco después que el gobierno de Hissène Habré [de Chad] fue derrocado por Idriss Déby.” Un informe del Washington Post de 1996, entre otras fuentes, dice que el ala militar del Frente de Salvación, dirigida por Hifter, fue financiada y entrenada por EE.UU.: establecieron una base en Kenia y muchos de sus cuadros llegaron posteriormente a EE.UU., donde Hifter residió durante dos décadas a unos 8 kilómetros de Langley.
El objetivo del golpe de Hifter es el parlamento elegido y el poder ejecutivo que, nos dijeron al principio, representaban una victoria “secularista” en las urnas en la primera elección, y que de alguna manera se transformaron en una mayoría islamista. Hifter dice que trata de “imponer el orden” y contener a las milicias islamistas que habían tenido rienda suelta desde la “liberación”. EE.UU. niega haber patrocinado el golpe, pero la clave para comprender la verdadera posición de Washington es que el Departamento de Estado está instando a una “resolución pacífica” y diciendo a ambas partes que cedan – lo que no constituye exactamente una reprimenda para Hifter.
La intervención en Libia fue el primer paso en el grandioso plan de las administraciones de Obama/Clinton de cooptar la ·Primavera Árabe” y utilizarla como un ariete para extender la influencia de Washington en la región. Después de tropezar, primero, y de respaldar al tirano egipcio Hosni Mubarak contra le rebelión de la Hermandad Musulmana en las calles, Washington dejó caer al dictador y comenzó a apoyar a las fuerzas islamistas “moderadas” que pensaban que podían controlar. Cuando Libia estalló, respaldaron a los islamistas que se le oponían, manteniendo a su agente Hifter esperando su oportunidad para recoger los platos rotos. Cuando ocurrió lo inevitable, y los islamistas radicales iniciaron su violencia –matando a Stevens y a cuatro otros al hacerlo– se quedaron mal (o, más bien, con sangre en sus manos), y un creciente escándalo que habían tratado desesperadamente de apisonar.
¿No es extraño cómo Bengasi, una inhóspita ciudad que no tiene gran cosa que la distinga, ha salido mucho en las noticias últimamente? Supuestamente iba a ser objetivo de la furia asesina de Gadafi; era el lugar en el cual supuestamente estaba planificando una “masacre” que requería la intervención de EE.UU. y sus aliados europeos – un “desastre humanitario” que nunca se materializó. Fue luego la escena del “bumerán” asesino que llevó al primer asesinato de un embajador estadounidense en la historia reciente. Lo último es que se ha convertido en un campo de batalla en el cual se enfrentan Hifter y las milicias islamistas pro gubernamentales.
También se dijo que es el lugar desde el cual se embarcaban armas para los rebeldes islamistas sirios con pleno conocimiento y cooperación del gobierno de EE.UU. –justo antes del asesinato de Stevens. A pesar de ser un polvoriento pedazo de nada al borde de la insignificancia, ¡Bengasi ciertamente se hace famosa!
El futuro de Libia es, en el mejor de los casos, una junta militar al estilo egipcio, y en el peor, otra Somalia. Como he señalado en este espacio desde el comienzo, “Libia” no es un verdadero país según algún estándar racional; es más bien un constructo arbitrario improvisado de por lo menos tres partes históricamente dispares. Esto vale en el caso de la mayoría de las “naciones” africanas, que han sido aparejadas con fronteras definidas por colonialistas europeos. Hoy en día esas mismas potencias coloniales –ayudadas e instigadas por EE.UU.– intervienen en la escena de sus crímenes, maniobrando e intrigando para volver al negocio de la explotación económica y la dominación política.
Libia no va a ser un lugar donde vaya a prevalecer algo que se parezca a progreso, democracia, liberalismo o algo que se les parezca remotamente en los próximos mil años. Es un lugar horrible, y lo seguirá siendo, no importa cuánto dinero se gaste, o cuánta sangre se derrame – y los responsables políticos de EE.UU. no tienen el poder de cambiarlo. No tenemos que estar allí, y nunca debemos estar. Hay una sola política racional; irse y quedarse afuera. Estamos empeorando las cosas, no mejorándolas, y mientras antes reconozcamos ese hecho inescapable, tanto mejor estaremos nosotros –y el pueblo de Libia que ha sufrido tanto.
Justin Raimondo es director de of Antiwar.com . También es autor de An Enemy of the State: The Life of Murray N. Rothbard (Prometheus Books, 2000), Reclaiming the American Right: The Lost Legacy of the Conservative Movement (ISI, 2008), y Into the Bosnian Quagmire: The Case Against U.S. Intervention in the Balkans (1996). Además es editor y colaborador de The American Conservative, socio sénior del Randolph Bourne Institute y experto adjunto del Ludwig von Mises Institute. Escribe frecuentemente para Chronicles: A Magazine of American Culture.
Fuente: http://www.informationclearinghouse.info/article38565.htm
Relacionados:
Libia: De Gadafi a Al Qaeda, gracias a la CIA...