Ha muerto Pedro Lemebel

A eso de las dos de la madrugada de hoy viernes 23 de enero ha tenido lugar el deceso de Pedro Segundo Mardones Lemebel, más conocido por el nombre de Pedro Lemebel. Según dijera a fines de los ochenta, la adopción de su apellido materno respondió a un encuentro con lo femenino, “reconocer a mi madre huacha desde la ilegalidad homosexual y travesti”.

Y es que la apuesta de Lemebel siempre estuvo en la crónica de la diferencia, de la marginalidad social, política, económica y, desde luego, sexual. En plena dictadura, en 1987, formaría junto al poeta Francisco Casas el colectivo “Las Yeguas del Apocalipsis”, que hasta mediados de los noventa desarrollaría numerosas intervenciones artísticas, todas ellas dirigidas a golpear la subjetividad cartuchona de nuestra sociedad.

Aquella marginalidad tan presente en toda la obra del artista ciertamente constituía la herencia más nefasta de los años de dictadura. No por nada, durante los noventa, los escritores serviles al poder hacían todo lo posible por no dar cuenta de ella en sus obras. Y entonces, en 1995, Lemebel publicaría “La esquina es mi corazón”, una compilación de crónicas que desentrañaba el lado “sórdido” de una capital latinoamericana que únicamente debía reflejar reconciliación, estabilidad y progreso. A lo largo de su obra, donde destacan además “Loco afán: crónicas de sidario” y la novela “Tengo miedo torero”, Lemebel incursionaría en una narrativa directa, escrita a contrapelo sobre los discursos oficiales conciliadores y heteronormativos.

Y va aquí el que creo, es mi principal elogio a la figura de Lemebel: el hecho de haber tenido los cojones para desafiar el “espíritu de consenso” de su época. Consenso impuesto tanto a nivel retórico como a través de la represión, por los gobiernos empresariales que sucedieron a la dictadura. Pedro tomó distancia de la literatura de entonces, que nos hablaba de jovencilllos de buena familia atribulados por no saber dónde pasarían sus vacaciones, si en Europa o Miami, como las tramas que por esos días abundaban entre los escritores guarecidos bajo la falda del diario golpista “El Mercurio”. Lemebel nos hablaba, en cambio, del sacrificado e imposible amor de dos combatientes contra la dictadura, o develaba aquel aspecto de la realidad que ocurría cerca, muy cerca de todos nosotros, pero que la sociedad en su conjunto se negaba a ver, y peor aún, a aceptar.

Creo que buena parte del cambio cultural que viene teniendo lugar en Chile, en relación a convertirnos en un país mucho más tolerante, integrador y diverso que hace dos décadas atrás, pasa por los aportes de artistas como Lemebel, que han contribuido a enriquecer y ampliar los estrechos márgenes de nuestro imaginario, impuesto -ya lo sabemos- desde el poder y su aparataje mediático. De allí que no pocos hayan visto con mucho desaliento su apoyo a sectores concertacionistas en las últimas elecciones, entendiéndolo casi como una claudicación política.

Lemebel deja tras de sí un total de ocho libros de crónicas, una novela, así como un sinnúmero de publicaciones en antologías. Además de los textos ya mencionados, destacan igualmente “De perlas y cicatrices” (1998) y “Zanjón de la aguada”(2003), ambas compilaciones de crónicas publicadas en diversos medios. Es de suponer que las editoriales transnacionales lanzarán prontamente al mercado nuevas y revestidas ediciones de sus obras, incluyendo un no despreciable número de “inéditos”, tal como lo hicieran con Roberto Bolaño después de muerto. Quizás entre aquellas obras se incluirán algunas anteriormente rechazadas y que de haber sido publicadas en su momento pudieron significar nuevos ingresos y una mejor calidad de vida para el escritor.

Sin embargo, más allá de los ofertones literarios y discursos poseros de uno y otro lado que, sin duda, tendrán lugar profusamente por estos días, el legado de escritores como Pedro Lemebel radica en su aporte a la construcción de una nueva forma de pensar, en hacernos una sociedad un poquito más abierta, que crece en su diversidad y en el respeto por el otro.

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