Hacia la extinción del Homo Lucrus

Equipo OLCA (Observatorio Latinoamericano de Conflictos Ambientales) De forma agónica, la cultura dominante, conectada no con la vida, sino con el lucro, orienta su voluntad a fortalecer a las grandes empresas. Igual como sucedió en la anterior crisis económica del 2008, cuando todas las políticas condujeron a concentrar la riqueza -y el control de nuestras democracias- en los “súper ricos”, mientras que las condiciones del resto de la población, de los ecosistemas y de los Estados, se deterioraron. Todo indica que ahora se va por las mismas. Después de 40 años de retroceso del Estado en la satisfacción de los derechos básicos de la población, las grandes empresas, sindicadas como usurpadoras de aguas, devastadoras de territorios y generadoras de pobreza, crean desde la Confederación de la Producción y del Comercio CPC, un Fondo privado de emergencia para la Salud de Chile que estaría llegando a $ 80.000 millones de pesos ($ 17.000 millones provienen de las grandes mineras), para encarar la pandemia, cantidad ínfima, si consideramos que solo Antofagasta Minerals del grupo Luksic, ganó en 2018, US$ 2.228,3 millones, equivalentes a $ 1,86 billones de pesos ($1.860.630.000.000). Veamos otros números, si no hablamos de empresas extractivas, sino de las AFP que capitalizan los proyectos de devastación, el año pasado recibieron utilidades de $ 541.915 millones de pesos. El gobierno, reparte vía bono COVID-9 $ 141.000 millones de pesos, los únicos que llegan directamente a los hogares, los otros dineros comprometidos los canaliza vía la banca, propiedad de los empresarios, o vía ley de “Protección del Empleo”, que buscaban salvar a las pymes, pero que un tercio lo han ocupado las grandes empresas a su beneficio. Es escandaloso, sin duda, más aún cuando el escuálido fondo de la CPC , una parte las empresas lo descontarán después de sus impuestos. No obstante, todo es sacado por los medios de comunicación de forma profusa y confusa, buscando posicionar a quienes dañan como los héroes. Y es que efectivamente, lo son, si es que lo que se quiere salvar es el modelo, pero no, si es que lo que se busca salvar es la vida. Y el descaro es tan burdo como la soberbia que lo anima. Ahora que no se puede salir a la calle, el gobierno apura gestiones en ámbitos donde la defensa territorial ha sido tan sólida, decidida y manifiesta, que no habían logrado avanzar. Los casos son diversos: desde la militarización y la impunidad policial, hasta el fortalecimiento de la banca contra la sostenibilidad de las pymes. Pero queremos destacar dos casos desde la esfera socioambiental, uno, es la aprobación online, de 350 sondajes de una empresa minera canadiense en Putaendo, resistido por más de 5 años por la comunidad local. El otro es la consulta virtual del SAG, difundida por nadie, para viabilizar vía decreto exento la introducción del cultivo de alimentos transgénicos en Chile. No se está entendiendo nada. Si no asumimos que la naturaleza nos está obligando a un despertar que nos reconecte con la vida, y desconecte del lucro y la competencia, está difícil que la humanidad salga de ésta. Se dirá que en octubre ya despertamos, de forma masiva, deslumbrante y como nunca imaginamos, pero que seguimos en las mismas. Y eso puede ser verdad, pero si abrimos la mirada, veremos que están pasando muchas cosas. Por de pronto, si las gestiones extractivistas del gobierno se conocen es porque hay gente en cada territorio con redes, con lazos, que roban impunidad al silencio que requieren los criminales. Que se conozca más  para que se activen otras formas de gobernar nuestras vidas, requiere creatividad y articulación… requiere colaboración. Nunca como ahora se habla del “comprando juntos”, y se concretan huertos urbanos, se cuestiona en miles de círculos el surgimiento de alternativas estructurales, como por ejemplo pensar en una renta básica universal, se hacen un sin fin de seminarios, charlas y reuniones donde se comparte qué y cómo hacer. O sea, con los yugos extractivistas y neoliberales aún sobre nuestras cabezas, vamos comprendiendo que hay un territorio, que si lo seguimos trabajando como hacen las lombrices y los microorganismos bajo tierra, lo haremos propicio para sembrar otra civilización. Mientras más voluntades se conecten con la vida para movernos, será viable salir del círculo vicioso del lucro, la competencia y el poder. Re aprender a compartir, a colaborar, a optimizar las capacidades diversas desarrolladas en las y los individuos, en el concierto colectivo, es el desafío. Invitar a generar otros modos que no buscan imponer la propia visión, sino que la ponen a disposición, para que se enriquezca con las visiones y sentires de las y los demás, de manera que lo que salga tenga antes que nada su mérito en el colectivo, así como estas columnas y miles de millones de otras “columnas” que desde la co creación, están siendo pilares de mundos nuevos en los dominios de la vida.
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