Andrés Figueroa Cornejo / resumen.cl
"Cuando creíamos que teníamos todas las respuestas, de pronto, cambiaron todas las preguntas." Mario BenedettiComo se habla de un Movimiento Amplio, no tiene otra alternativa que volver sencillo lo complejo y acentuar los puntos de convivencia y no de quiebre. Porque el MADS no es un partido político. Se trata de la forma que adopta, en sus distintos momentos, la lucha de las fuerzas sociales y políticas concretas y reales que buscan hacerse de todo el poder, modificando de manera orgánica y estructural la totalidad del orden establecido se acuerdo a sus propios intereses históricos y objetivos. Es un movimiento político y social amplio.
Por otra parte, el partido político de la emancipación y la revolución de las y los oprimidos, que aún no existe en Chile, tiene que ver con el MADS, pero no es el MADS. La presente propuesta no pretende resolver esa cuestión aquí.
Ahora bien, un pequeño productor o comerciante, en efecto, posee cierto capital. Pero está subordinado a los precios impuestos por el gran capital y sus poderosos grupos económicos, cuyo movimiento tiende a la formación de oligopolios, a la concentración y a la destrucción de competencia. Por ejemplo, el gran capital y su despliegue se observa en la reciente compra de la transnacional agroalimentaria Monsanto por la transnacional química Bayer. Sus propietarios y accionistas ya controlan buena parte del mercado mundial y pueden imponer sus precios, siempre y cuando no tengan que encarar a fuerzas sociales organizadas cuyos intereses se ven dañados por esos precios. Esa pugna también es lucha de clases.
Pero los textos sólo cobran sentido en los contextos.
América Latina, África, parte de Asia y los países del sur de Europa corresponden a regiones dependientes respecto de los polos nucleares del capital internacional o imperialismos. Esto quiere decir que toda lucha por la independencia de un pueblo geopolítica y económicamente delimitado, es antiimperialista, anticapitalista y antifascista al mismo tiempo, porque el imperialismo sólo es un estadio superior del capitalismo, y el fascismo, su último recurso. Sin embargo, si se amplía estructuralmente el combate de los pueblos por la libertad del género humano, entonces las batallas sociales, no sólo tienen carácter antiimperialistas, anticapitalistas y antifascistas. Son, de igual forma, combates antipatriarcales, por los derechos de la disidencia sexual, eco-socialistas y eco-comunistas.
La contradicción que está en la base del modo de producción y dominación del capitalismo es capital versus humanidad. O como lo dicen mejor las y los luchadores populares de la comuna chilena de Putaendo y sus alrededores en su lucha en contra del extractivismo y por el agua y la tierra, “la contradicción es entre vida o muerte”. Aquí, las pulsiones elementales de la existencia humana cobran un sentido radical y diluyen las diferencias artificiales entre lo político, lo económico, lo social, lo cultural y lo individual. Así como el conocimiento es un todo que se ha ocultado premeditadamente por la opresión, debido a la súper especialización necesaria para la más eficiente apropiación privada del excedente y de la ganancia socialmente producida, el desenvolvimiento de la lucha de las y los oprimidos vuelve a expresarse también como un todo.
En el mismo sentido, el movimiento interno del capital requiere incesantemente de mercados o grupos de personas con capacidad de compra. Y de distintas maneras, desigualmente, usando múltiples estrategias y tecnologías, el capitalismo ya copa todo el mundo, aunque sea diferenciadamente. Los imperialismos capitalistas en algunos territorios usan la guerra militar abierta y en otros, el sometimiento pasivo o ‘por consentimiento’. En medio de ambos casos, existe una escala de grises que hacen la mayoría. De cualquier modo, en cada uno de ellos está involucrada la fuerza. En la forma de drones sin pilotos asesinando población civil siria, o mediante la batería alienante más sofisticada. El márquetin también es la continuación de la política por otros medios. Y la política no sólo es la economía concentrada. Es fuerza y relaciones de fuerza.
El sistema-mundo es una totalidad inestable y desde la hegemonía histórica del modo de producción capitalista, se organiza de acuerdo a la división internacional del trabajo. Ciertamente los imperialismos y capitalismos centrales se deslocalizan. Por eso por la misma cantidad de horas trabajadas, un asalariado de Alemania obtiene un precio por su labor mucho mayor que un asalariado guatemalteco, aunque sean empleados por la misma corporación transnacional. ¿Qué quiere decir esto? Que aunque se deslocalicen, los Estados imperialistas concentran en sus complejos de poder los flujos de valor producidos por las regiones dependientes. La contradicción capital versus trabajo funciona geopolíticamente. Y en cada país se reproduce a escala entre la contradicción ciudad versus campo. O sea, en esa relación asimétrica donde la miseria es todavía más dramática en las zonas rurales que en las metrópolis. De hecho, cuando las y los dominados venzan a la minoría dominante y se impongan la liquidación del modo de producción capitalista, no sólo tendrán que destruir paulatinamente la propiedad privada de los medios de producción y realizar su correlativa socialización. Asimismo, deberán destronar la concentración metropolitana y tornar trabajosamente homogéneas las relaciones entre la ciudad y el campo.
Ahora bien, retornando al fascismo, es constatable la crisis global de las democracias liberales representativas. Y los denominados Estados de Bienestar o ‘de compromiso’ se han ido haciendo añicos uno tras otro desde los 90 del siglo XX. Para ilustrar, allí están las denominadas ultraderechas en las últimas elecciones parciales en la Alemania de Merkel, el fenómeno norteamericano de Trump, la xenofobia feroz en Francia, el Brexit inglés, los nazis del siglo XXI en Austria, los gobiernos del sur de Europa; los llamados ‘golpes institucionales’ en Brasil, Honduras, Paraguay; el reciente triunfo del No a la paz en Colombia, la Argentina de Macri; el poderío que ostentan las versiones más fundamentalistas del Islam y del cristianismo, etc. Esto es, que no solamente se verifica una modificación de las relaciones de fuerza entre los intereses de los opresores y de las y los oprimidos. También se verifica el fracaso de las administraciones políticas redistribucionistas o más o menos ‘progresistas’.
Y como en la guerra, todo terreno que se cede es ocupado por el enemigo, de igual modo, al resultar insuficientes las fuerzas de las resistencias organizadas en contra de la opresión capitalista, entonces ella avanza. Aquí vale la pregunta, ¿el fascismo, como el de Alemania e Italia de antes y de durante la Segunda Guerra Mundial, requiere en la actualidad de partidos de masas propios, por un lado, y de los de entonces fuertes partidos políticos de izquierda, por otro, para su emergencia? ¿Desaparece el fascismo o se usa según lo demande la opresión? ¿Una crisis y depresión mundial, como la que estalló y continúa su curso desde el 2007, también necesita de formas fascistoides de gobernanza para recuperarse? ¿Para los pueblos de Medio Oriente, como Irak, Libia, Siria, las guerras interimperialistas e intercapitalistas que se libran en su seno, son fascismo?
Ubicando la mira en América Latina, y en Chile en particular (esto es, en regiones de desarrollos históricos periféricos a veces parecidos y otros, no), puede afirmarse que ha existido un “fascismo dependiente”, distinto que el alemán o el italiano o el japonés. Las dictaduras cívico militares que asolaron al Continente entre los 60 y fines de los 80 del siglo pasado responden al fascismo como ‘regímenes políticos dictatoriales y autoritarios basados en el poder explícito, sistemático y violento del Estado capitalista, apoyados por bandas armadas, mediante el monopolio y en acción de su poder militar, dirigido por la doctrina del enemigo interno y culturalmente antiliberal’.
En Chile, el fin pactado de la dictadura cívico militar entre grandes capitalistas mediados por el imperialismo norteamericano, abrió un período de administraciones civiles, actualmente en crisis de representación y legitimidad. Ni la dictadura cívico militar, ni los gobiernos civiles restauraron las condiciones del capitalismo anterior al golpe de Estado de 1973. Y el gobierno de la Unidad Popular fue la administración del Estado con mayores libertades democráticas y civiles en la historia de Chile.
De algún modo, el golpe de Estado fue una revolución y refundación de la minoría dominante, acorde con una de las crisis profundas del capitalismo acaecida ese mismo año (la crisis de los petrodólares), y que inmediatamente devino en la generación de las condiciones para la crisis de la deuda de inicio de los 80. Se destruyeron grupos económicos que no lograron adecuarse a la nueva situación, y surgieron otros. Asimismo, la violencia popular organizada y con fines políticos, alcanzó niveles inéditos en la historia del país. La resistencia antifascista de las militancias políticas de las y los oprimidos colaboró notablemente con la masificación de la insubordinación popular gatillada por la crisis de la deuda.
Desde mediados de los 70 y como resultado de las crisis sucesivas del capital, se mundializó la deuda financiera como manera de contrarrestar la caída de su propia tasa de ganancia. Asimismo, Estados Unidos, de acreedor, comenzó a convertirse en uno de los más grandes deudores del mundo, entre otras causas, por los gastos comportados por la guerra de Vietnam.
En Chile, como un laboratorio que reunía todas las condiciones para ello, se aplicó un programa liberal ortodoxo que, con el tiempo, se volvería el capitalismo hegemónico a nivel planetario. Las administraciones civiles que se inauguraron en los 90, justo con la implosión de la Unión Soviética, no hicieron más que profundizar el programa liberal ortodoxo, esta vez, bajo un régimen político formalmente legal y sustentado por la alta oficialidad de las Fuerzas Armadas y las policías. O por ‘la familia militar’ o ‘el Partido Militar’.
Los rostros de la opresión son nítidos en Chile: El imperialismo norteamericano, el chino después y luego el europeo (que son financieros, comerciales y extractivistas); la alta oficialidad de las FFAA y las policías; la jerarquía de las iglesias cristianas; el régimen político bipartidista y de matices confusos que administra alternadamente el Estado; los medios masivos de comunicación. Estas fuerzas operan como un todo de acerada unidad política y de intereses. Las fricciones intercapitalistas fueron saldadas tempranamente en la historia del país. El problema de la unidad está abajo. En el campo de las y los dominados.
¿Pero qué pasó con el fascismo? Ya se señaló que el régimen político, sus partidos políticos tradicionales, incluidas las llamadas izquierdas tradicionales, están en crisis. Participar o no de las elecciones en cualquiera de sus niveles, comporta sólo un incidente, no un aspecto orgánico o estructural a la hora del desafío de las y los oprimidos de transformar la sociedad tras sus intereses históricos. El Estado capitalista chileno no sólo es antipopular por conducta y definición. También se convierte en Estado policial cuando emerge algún movimiento de envergadura por abajo, como el estudiantil, como el del Pueblo Mapuche, como el de las y los trabajadores subcontratados, como las luchas del ambientalismo consecuente, como las movilizaciones regionalistas. El Estado capitalista chileno es precautorio, reprime por sospecha y anticipación. La doctrina del enemigo interno se mantiene intacta. ¿Es esto fascismo dependiente? ¿Qué es la militarización de los territorios Mapuche? Camino a la segunda década del siglo XXI, lo que existe es una suerte de fascismo selectivo y focalizado. El Estado capitalista de Chile dosifica su violencia y vocación represiva. Se ha perfeccionado con el tiempo, ha aprendido. Ahora adquiere formas fascistas de ‘baja intensidad’. Se comporta en ‘modo fascista’ sólo por momentos. Para cautelar la ‘imagen país’ y la inversión del gran capital, acciona la violencia militar únicamente de manera puntual.
De manera lógica, dinámica y contradictoria, el movimiento real de los intereses de las y los oprimidos antecede a las formaciones amplias (como el MADS). Y las formaciones amplias de las y los comunes que luchan conscientemente por sus derechos, anteceden al instrumento político revolucionario. Semejante encadenamiento se presenta de manera combinada. Sólo para la explicación y el análisis se secuencia lógicamente en sus distintos momentos. Si el instrumento de la liberación chilena, que a la vez es continental e internacional o no será, significa la condensación de la orientación política y orgánica subordinada al movimiento real, entonces precisa de la articulación de las luchas concretas de los pueblos. Si el enemigo de los intereses de los pueblos emplea como estrategia “quitarle el agua al pez”, en consecuencia, las tareas de las y los oprimidos organizados es transformarse en un océano lo más extenso posible y cuya única frontera es su independencia respecto del Estado capitalista y de las representaciones políticas de los intereses de la opresión. Al respecto, la estatura de los opresores determina la estatura necesaria de las y los dominados. De allí se desprende su talla épica, ética, estética y política.
La articulación va de la mano con la vocación de poder y de conducción. Por lo tanto, el MADS es un proceso que persigue disputar la orientación del movimiento real y de las luchas parciales e inestables.
Imagen: Espejo de cromos, Roberto Matta. Fuente: archibrazo.org