Hasta cuándo con la violencia o un llamado urgente a la acción

Por Yerko Aravena.

Las últimas semanas del acontecer nacional han sido marcadas por la violencia policial; dos muertes de jóvenes estudiantes en Valparaíso la semana pasada y dos graves agresiones por parte de carabineros el recién pasado 21 de mayo, las que han dejado a dos personas hospitalizadas, una de ellas de gravedad. En estas manifestaciones de violencia, independiente de sus matices y expresiones, existe una centralidad en común.

Aún cuando superficialmente pareciera que estos dos eventos no poseen nada más en común, hay muchos más elementos para considerar cuando los pensamos. Estas dos semanas resumen de una forma tétrica, pero idónea, el funcionamiento del sistema en que vivimos, dejándolo sutilmente al desnudo: el sistema político y económico imperante está entrecruzado por la violencia. Es decir, todo lo anterior emana desde las entrañas del modelo de sociedad en el que vivimos.

Pero es necesario precisar que la violencia es más que todo aquello que logramos identificar como violencia a simple vista. Lo anterior es sólo la manifestación más visible de lo que conocemos como “violento”, es la superficie de un todo más complejo. Todo acto de violencia posee un trasfondo, una explicación y no solo es “garrote”, sino que también se ve expresada en formas sutiles e incluso invisibles que motivan o explican el uso de la violencia física y la acción directa. Es por eso que podemos señalar dos formas de violencia que complementan a aquellas manifestaciones que logramos ver en las calles, identificar en los comentarios políticos o a través de la televisión; una de ellas es la violencia que contienen los discursos expuestos a través de los medios de comunicación, los que poseen como objetivo reproducir la injusticia existente en la realidad para que sea naturalizada o bien para justificar aspectos del poder que pueden generar descontento en la población, -como por ejemplo, la represión-, justificando su existencia a través de un discurso criminalizador respecto de los movimientos disidentes del modelo imperante o bien invirtiendo los roles, es decir, transformando en víctima al victimario, defendiendo así a quien ejerce la represión o a quien se beneficia de ella.

Por cierto, la segunda forma de violencia que destaco es aquella sincronía que existe entre el sistema económico y político. El actual sistema gobernado por una élite desinteresada de los problemas sociales, ha generado por cuenta propia todas las injusticias y arbitrariedades existentes dado a su propia condición: si en la actualidad los ricos poseen sus grandes riquezas es porque han impedido históricamente que los trabajadores y trabajadoras posean una mejor condición de vida, ya sea desde las cúpulas de gobierno o del congreso, aprobando leyes y reformas a la justa medida de los intereses de los poderosos, o bien desde las cúpulas empresariales, acumulando riquezas aprovechándose del esfuerzo de las grandes mayorías.

Si no consideramos lo anterior, cada suceso violento que hemos visto en este último tiempo no podrá ser contemplados más que como un acto irracional sin explicación alguna, carente de motivaciones y objetivos. Pues bien, podemos señalar que los medios de comunicación en manos de los poderosos se han esforzado (como ya nos tienen acostumbrados) justamente en aquello, en hacernos creer que la violencia vivida no es más que “hechos aislados” o bien “excesos de casos particulares” que, a todo esto “serán controlados a la brevedad” por las instituciones respectivas. Pues bien, toda expresión de violencia posee una razón de ser, un motivo de fondo que nos lleva a la médula del sistema y muestra todo lo contrario: lejos de tratarse de hechos individuales y aislados, demuestran el terrorismo del Estado chileno.

Entonces, la violencia posee en su ADN un carácter conflictivo y evidencia la existencia de contradicciones en una sociedad como también la falta de consenso al interior de ésta. Se rompe progresivamente la estabilidad tanto por un pueblo descontento como por una clase dominante sin ningún interés de dejar sus privilegios. Por lo mismo, las manifestaciones de violencia por parte del Estado no demuestran necesariamente el poder de éste sino que más bien dejan entrever su debilidad, ya que la población, antes pasiva, hoy muestra que no está conforme con quienes gobiernan y sale a encararlos. Por lo mismo, la manifestación social-popular existente no es más que una (necesaria) respuesta a la violencia del sistema, tanto por las injusticias que mantienen a los ricos en su posición privilegiada como de la violencia represiva que salvaguarda aquellos privilegios y con la que persigue a quienes están en contra de ellos, ya sea por acción deliberada o por la consecuente búsqueda de mejores condiciones de vida, lo que choca inevitablemente con los intereses de la élite; los ricos son ricos dado a que han generado la pobreza de las grandes mayorías.

Por lo tanto, entre más evidentes se tornen las desigualdades sociales existentes, mayor será la probabilidad de la aparición de conflictos sociales. He ahí la importancia que han jugado los medios de comunicación para criminalizar a los movimientos sociales de la actualidad. Por lo mismo, no hay mayor culpable que la clase dominante, el actual gobierno y los medios de comunicación de masas a su disposición, de las muertes de los dos jóvenes de Valparaíso, ya que han difundido el odio a través de sus discursos y noticias, difundiendo el terror y legitimando la violencia hacia el pueblo organizado.

Por todo lo anterior, tras la luma y el escudo del carabinero que golpeó a una joven en Valparaíso y tras el agresivo chorro de agua que dejó en estado de gravedad a un joven el pasado 21 de mayo, hay toda una clase socioeconómica (la de los ricos y poderosos) que usa todos los medios a su disposición para mantenerse en el poder y así seguir disfrutando de sus privilegios, sin importar la miseria y las muertes de trabajadores, pobladores o estudiantes.

Es por eso que tenemos dos opciones. La primera hace referencia a la indignación, señalando contemplativamente “¿Hasta cuándo con la violencia?”, rechazándola per se, obviando todo análisis previo. La segunda opción es un tanto distinta: pasar a la acción, salir a la calle a luchar sin dejar intimidarnos por la televisión o los escudos policiales.

Si queremos cambiar algo de este sistema sólo la segunda opción será fructífera, porque si existe algo a lo cual la clase dominante le teme es a un pueblo unido y sin miedo… Por lo mismo, sólo habrá transformaciones estructurales cuando el miedo cambie de bando; cuando deje de asolar a los explotados, marginados y excluidos para atormentar a quienes nos explotan, marginan y excluyen.

Foto: Esteban Ignacio

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