¿Cuánto habrá que esperar para que los Chicago Boys & Asociados respondan por el botín que algunos se llevaron?

En el 40 aniversario del Golpe de Estado mucha gente e instituciones ya han pedido “perdón” por la bestialidad del golpe y por el terror de lo que vino después. Si bien nada de lo que pasó durante esos años se puede comparar con lo que ocurrió en términos del Terrorismo de Estado, tampoco hay que olvidar: i) que durante la dictadura hubo otros hechos delictuales, como la apropiación ilegal de muchas empresas públicas y bienes públicos (como el agua) por parte de algunos de los Chicago Boys, otros ministros, altos ejecutivos del régimen y parientes del dictador. ii) Tampoco hay que olvidar que hubo una importante conexión entre ambos fenómenos vía la instrumentalización del odio por parte de algunos para poder robar tranquilos y a manos llenas. Y iii) también hay que entender cómo la impunidad del saqueo del Estado por parte de ese grupo se introdujo en el ADN del “modelo”, y marca hasta hoy, en forma conciente e inconciente, algunos de los aspectos más importantes de su dinámica.  Estos son los tres temas que quiero analizar brevemente en esta columna.

Respecto de lo primero, ya a un cuarto de siglo del plebiscito -el que permitió a Chile retomar el difícil camino que ojalá algún día nos lleve de ser País a ser Nación- todavía se sabe muy poco de ese triste capítulo en nuestra historia cuando un grupo nos quiso transformar en un país bananero, de cómo se aprovecharon para eso del terror y de cómo esa corrupción dejó algo inherente en el “modelo”. En los ’90 nos decían que el silencio sobre ese saqueo era uno de los costos de una difícil transición. Si esa excusa algún día tuvo sentido (lo dudo), hoy ya tiene matices de complicidad. Si bien hoy día ya pocos ponen en duda, como solían hacerlo, de que hubo una violación sistemática de los derechos humanos -y como política de Estado-, pocos quieren recordar que, en paralelo, y también como política de Estado, se desmanteló el Estado y hubo una política sistemática de desmedro de los derechos económicos de los ciudadanos. Creo que la necesidad de conocer esos hechos, castigar a los culpables y rectificar el “modelo”, tiene también que ver con la sanidad mental del país.

Bien sabemos que el saqueo del Estado no sólo pasó en Chile, sino también en toda la región. Lo característico de lo chileno fue la hipocresía con la que se hizo. Aquellos que se habían hecho famosos por su discurso (neo-liberal) “anti-Estado”, se encargaron de confirmar sus teorías con sus acciones. Y eso marcó el “modelo” neo-liberal hasta hoy.

En estos días amargos que recuerdan el Golpe y lo que vino después -y que traen a la memoria a quienes fueron asesinados, como entre tantos, a Eugenio, mi amigo de la infancia y de la universidad, quien murió en medio de cobardes torturas que hasta el día de hoy me son inimaginables; o a Haroldo, quien en una forma kafkaiana el destino lo puso donde debería haber estado yo- deberían ser lectura obligatoria libros como el de María Olivia Mönckeberg: El Saqueo de los Grupos Económicos al Estado Chileno. Como decíamos, esta información no sólo nos ayuda a entender la ratería de lo que pasó entonces, y la instrumentalización del odio con el fin de facilitar el saqueo estructural, sino también, por qué algunos aspectos del “modelo” siguen operando de esa manera.

El libro de María Olivia muestra cómo varios altos funcionarios de la dictadura se apropiaron (o expropiaron) en forma ilícita muchas de las grandes empresas formadas por el Estado en la segunda mitad del Siglo XX, en contubernios realizados entre cuatro paredes. Como la Compañía de Acero del Pacífico, CAP; la Empresa Nacional de Electricidad, ENDESA, con su vasta red de generadoras y embalses; la Línea Aérea Nacional, LAN; SOQUIMICH, con todas las pertenencias mineras bajo protección del Fisco; ENTEL; el Instituto de Seguros del Estado y tantas otras.

Estos ideólogos de la pureza del mercado y de la suciedad del Estado también se auto-regalaron cuantos bienes públicos pudieron. Básicamente, mientras los militares se ensañaban con la ciudadanía, y ellos jugaban a ser las cheerleaders de la brutalidad, también le ponían ruedas al Estado y se lo llevaban para la casa.

El silencio en democracia no sólo llevó a que no se investigara y castigara a los responsables del saqueo, sino también a que se continuara con algunos aspectos de la piñata de los bienes públicos. Esto es, a seguir colocando varios bienes públicos en una piñata, e invitar a la fiesta sólo a los amigos del barrio. En ella se continuó colocando las agua de las lluvias, los derechos de pesca, la propiedad de las riquezas mineras (en especial el cobre), la apropiación privada de las rentas mineras y de la explotación de los otros recursos naturales, etc., etc.

En aquello días negros de la dictadura ya se sabía a rasgos generales lo que ocurría; se sucedían los rumores de que el procedimiento de tantas privatizaciones era turbio (por decir lo menos); y que las mismas autoridades encargadas de velar por el bien público terminaban quedándose con las empresas del Estado a precios ridículos. Además, esas mismas autoridades desmantelaban las regulaciones que cuidaban de la competencia y los derechos de los consumidores, creando así aquello que yo llamo nuestro “capitalismo criollo del 2 x ½” (donde en general los consumidores tenemos que pagar el doble por productos de media calidad; ver).

También, estos nuevos “capitalistas” corrompían el concepto del “capitalismo popular”, transformándolo en otro mecanismo para obtener créditos baratos del Banco del Estado. Los nuevos ricos también se trasformaban en maestros de las “sociedades de papel” y des-regulaban el mercado del trabajo, cosa que en sus nuevas empresas los trabajadores tuviesen empleos precarios y de baja remuneración. Pero entonces, la información específica y documentada de cómo esto nuevos ricos hacían fortunas de la noche a la mañana a costa del resto del país, era siempre difícil de conseguir, pues eran los tiempos del terror, sin ninguna libertad de prensa ni periodismo investigativo, sin Congreso fiscalizador y un Poder Judicial (con contadas y extraordinarias excepciones) que daba vergüenza. Ahora, por la valentía de unos pocos periodistas (¡gracias!) al menos se sabe algo más, pero aún falta mucha investigación.

El trabajo minucioso de María Olivia y de otros pocos investigadores nos hace conocer mucho del detalle de tanto fraude. De cómo algunos Chicago Boys -ciertamente no todos- y muchos de sus amigos llegaron al sector público (literalmente) con lo puesto y salieron con los bolsillos llenos, y al mismo tiempo convencidos de que habían salvado a la Patria. Otros pocos eran “gente conocida”, con mejores apellidos, que llegaban al sector público con algo más de lo puesto, y salían con lo que siempre creyeron les pertenecía “por derecho”.  Los que más metieron la mano fueron (y son) algunos de los que más predican las virtudes del “modelo” -¡era que no!-, además de transformarse en los donantes más generosos de organizaciones como el Opus Dei y los Legionarios de Cristo, intentando así replicar la antigua practica Católica-Romana de comprar “indulgencias” cuando pecadores podían comprar certificados que los declaraban libres de pecado.

En su libro, María Olivia nos cuenta el detalle de cómo estos nuevos multimillonarios terminan siendo dueños de algunas de las principales empresas del país, de grandes haciendas en el sur, de bosques vírgenes en las montañas y de valiosas minas en el norte.  También salieron dueños de nuevas actividades económicas que ellos mismos habían creado (a su medida), como de Isapres, AFPs, universidades privadas y de suculentas cuentas en paraísos fiscales (gracias a la apertura que ellos mismos hicieron de la cuenta de capital de la balanza de pagos). Todo cuadraba. La tesis central del libro del saqueo es que varios de los Chicago Boys y sus asociados actuaron cual mafia de Chicago (excepto que la violencia la sub-contrataban a los militares), con el propósito de desarticular en su propio beneficio el aparato productivo del Estado; en especifico, cómo 34 hombres decisivos (hay una sola mujer) siguen hasta el día de hoy controlando una parte importante de la economía chilena, con impunidad absoluta.

Algunos de esos hechos ya son parte del folklore nacional, como la movida de “los Josés” (Yuraszceck y Piñera). Mientras uno, desde el Ministerio de Energía, privatizaba ENDESA; el otro, desde el Ministerio de Trabajo y Previsión Social, proporcionaba los fondos para financiar la operación (con fondos de pensiones) y así transformarse en nuevos ricos de la noche a la mañana. ¿Es casualidad que también dieron de gratis los derechos de agua “no consuntivas” (aquellas que tienen la obligatoriedad de volver el caudal al río) a dicha empresa (ENDESA)? ¡Las dos cosas juntas caían de cajón! Fue una movida perfecta. Y así hay innumerables hechos vergonzosos. Pero a diferencia de las novelas tradicionales de detectives, aquí todos los crímenes quedaron impunes.

Y si “los unos” pueden cometer estos crímenes con impunidad, ¿por qué no “los otros”?  ¿Alguien puede honestamente creer que en este tipo de cosas uno puede hacer borrón y cuenta nueva (como se imaginó la Concertación), y que al permitir esa impunidad eso no iba a impregnar el ADN del “modelo”?

Honestamente, ¿alguien puede todavía creer que esto no tenga nada que ver con el carácter extremadamente abusivo del capitalismo criollo actual; con su falta de competencia; con los grandes “perdonazos” tributarios; con las tasas de interés usureras y la forma en la que los bancos tratan a la pequeña industria y sus clientes chicos; con la forma indiscriminada en la cual el Estado absorbió las perdidas de bancos y empresas en la crisis del ’82 (que llegaron a costar un monto equivalente a la mitad del PIB); o cómo la CORFO asumió los pasivos de muchas de las empresas privatizadas; o con la corrupción del FUT (Fondo de Utilidades Tributarias, una medida que en teoría hace mucho sentido, pero que en la práctica terminó siendo un instrumento de evasión tributaria); o con que todavía exista un sistema de concesiones para inversión en infraestructura en el cual se asigna parte importante de los fondos de obras públicas (miles de millones de dólares) sin licitación competitiva; o con que aún exista un sistema de Aduanas que subcontrata tanto el estudio del contenido de cobre del mineral, como el del contenido de oro y plata en el concentrado a empresas que, a la vez, trabajan para las mismas mineras privadas, o incluso, son filiales de ellas; o con el realismo mágico que se les permite a las mineras privadas en su contabilidad de costos; o con el regalo (o práctico regalo) de las pertenencias mineras (en especial las del cobre) a privados, proceso que continuó durante el periodo de la Concertación; o con la posibilidad legal de que grandes corporaciones hagan “aportes” secretos a parlamentarios; o con el regalo de los derechos de pesca; o con el continuo regalo de las aguas de lluvia; o con la falta de un royalty de verdad; o con que el 1% se pueda llevar tranquilamente el 30% del ingreso nacional; etc., etc.?

Hay que reconocer: ¡el neo-liberalismo es la tecnología de poder más eficiente inventada por la elite en la historia de la humanidad! Para lo que antes en América Latina se requería una dictadura, ahora se consigue fácilmente en democracia. No debería extrañar entonces que -al menos por ahora- las dictaduras militares hayan quedado obsoletas.

Como ya decíamos: y si “los unos”, ¿por qué no “los otros”?; incluida la corrupción de parte de la ideología en ambos grandes bloques políticos (no carece de simbolismo que los presidentes de los clubes de fútbol de la Universidad de Chile y la Universidad Católica sean quienes son). Por supuesto, no es lo único, ¿pero alguien realmente cree que la ratería con impunidad en tantas privatizaciones no es un hecho indeleble en el “modelo”? ¿Alguien puede creer que todo eso no está relacionado, por ejemplo, con el escándalo casi increíble de la apropiación privada de las rentas mineras del cobre hoy en día?

Ya analizábamos en otra columna cómo lo poco que ha quedado en Chile de los excedentes extraordinarios del cobre (los del mal llamado “súper-ciclo”) se deben casi exclusivamente a las contribuciones de la estatal CODELCO.  Expresado en dólares del 2012, la salida de capital por concepto de “renta de la inversión directa” (utilidades y dividendos, en su mayor parte proveniente de actividades mineras) saltó de un total de US$26 mil millones para la década 1993-2002, a US$166 mil millones en la década siguiente, la del salto del precio del cobre. Esto significa, en dólares del mismo valor adquisitivo, que la salida de recursos por este concepto más que se sextuplicó. En términos del PIB, saltaron de un promedio de 2.6% para la primera década, a uno del 9% en la segunda, llegando a un 13% del PIB en 2006 y 2007. Y en términos de las exportaciones, la salida por el concepto “renta de la inversión directa” más que se duplicó: de menos del 10% de las exportaciones de bienes y servicios en la primera década, al 23% de ellas en la segunda; llegando al 30% en 2006 y 2007, cuando salieron más de US$20 mil millones por año, cifra equivalente a 1.7 veces el PIB de Bolivia y más de dos veces el PIB de Paraguay.

Y todo eso, básicamente, para que empresas rentistas extranjeras se molesten en hacer cosas tan elementales como producir cobre con el mínimo posible de procesamiento local: el concentrado, un mineral con un contenido de metal de aproximadamente un 30%, resultado de una flotación rudimentaria del mineral bruto pulverizado.

De hecho, las grandes mineras privadas se han apropiado en cada uno de los últimos siete años de excedentes del orden de magnitud del total de sus inversiones precedentes. En otras palabras, han recuperado sus inversiones siete veces en este período, sin considerar los excedentes retirados en años anteriores.

Una cosa es que las mineras privadas quieran llevarse un retorno adecuado a su inversión (digamos un 15% anual en relación a su inversión en maquinaria y equipos, camiones, edificios, etc.); y otra,muy distinta, es que también quieran llevarse la renta minera (que en los últimos siete años ha hecho subir ese porcentaje del [digamos] 15% a más del 100% anual, renta que incluso en la actual Constitución pertenece a todos los chilenos).

¿Y el así llamado royalty?  Esa tomadura de pelos no llega al 2% de las utilidades de las mineras, las cuales pagan royalties de verdad en casi todos los otros países del mundo donde operan, y en algunos casos pagan hasta 30 a 40% de sus ganancias en sus países de origen. ¡Ni los países bananeros eran tan generosos!

Los mismos académicos y políticos que justifican eso, con argumentos cada día más realista-mágicos, son los mismo que cuando se trata de financiar la educación universitaria gratis dicen que eso (supuestamente) es una locura; que el terminar con la pobreza en Chile con un subsidio monetario similar a lo “bolsa-familia” brasilero -lo cual costaría menos del 1% del PIB- es sólo populismo barato; que hacer algo serio con las pensiones, ya que la mayoría de las pensiones privadas no dan ni siquiera para tener un nivel de vida sobre la línea de la pobreza, es injustificado, ya que el problema actual se debe a que la gente no le pone suficiente empeño…  En fin, lo que nos quieren hacer creer (y lo que trágicamente la mayoría de la elite de la Concertación se compró) es que para que el “capitalismo” funcione, no sólo hay que tener a los ricos contentos, sino con impunidad, con derecho a hacer lo que quieran, cuando quieran y como quieran: la democracia del 1%, para el 1% y por el 1%.

¡Que diferencia con el Asia! donde todavía creen (a pesar de lo que les insiste el Consenso de Washington) que para hacer funcionar el capitalismo hay que tener a la elite “en puntillas”.  Donde todavía creen que para hacer funcionar el capitalismo, el Estado tiene que “disciplinar” a la elite capitalista. Donde creen que la elite capitalista no sólo tiene que llevarse una proporción mucho menor del ingreso nacional (ver), sino también invertir una proporción mucho mayor de su ingreso (ver).

Parte de la tragedia actual en Chile es que la impunidad de la ratería de algunos Chicago Boys & Asociados quedó en la médula del “modelo”. El gran desafío para el próximo gobierno es ser capaz de parar la piñata pública (aquella que regala los bienes públicos a los conocidos de siempre) y de esa manera poder financiar una educación gratuita de buena calidad, una salud pública que corresponda a país civilizado, una infraestructura que permita el desarrollo de las fuerzas productivas del país, unas telecomunicaciones que no sean la vergüenza actual, y una energía que no cueste el absurdo de hoy.  Esto es, ser capaz de financiar una inversión publica en capital humano y físico que corresponda a un país que tenga un mínimo de respeto consigo mismo.

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