Ilegitimidad constituyente en Chile: un historial clínico

Por: Marcelo Velásquez Soto “…el momento presente es el más culminante de nuestra Historia… (pero) no es culpa nuestra dudar de las buenas intenciones de los hombres: Fuimos eternamente engañados” Luis Emilio Recabarren   Conocer es recordar -dijo Platón en su diálogo Menón. En realidad, no lo dijo así tal cual, pero esta teoría se puede extraer de su texto. Conocer es recordar. Si bien, no interpretamos su idea como la tesis de que el alma vive sin el cuerpo en el mundo de las Ideas, en principio y desde esa época de la Historia de la cultura occidental, es una de las claves epistemológicas que configuran nuestra forma de entender el presente. Nuestro ‘hoy’ se condiciona por el ‘ayer’. Para conocer nuestro presente, debemos recordar nuestro pasado; nuestra Historia. Ahora bien, este ejercicio, para el caso del Chile actual, sería más bien una anamnesis. Es decir, un recuento de los datos de la Historia clínica de un paciente, de quien padece una enfermedad, al cual debemos conocer para explicarnos las razones detrás de su patología. Sirviéndonos de esta metáfora clínica, tratemos entonces a nuestro país como un alguien que, aquejado de múltiples dolencias, investiga su pasado para comprender por qué cayó en ese estado. El 18 de octubre de 2019 comienzan en Chile una serie de jornadas de protestas que si bien se catalizaron luego de un alza de $30 en el pasaje del transporte público (el Metro de Santiago), desencadenó masivas movilizaciones sociales que demandan mejoras sobre malestares que se venían gestando desde hace décadas en los ciudadanos ante condiciones de abrumadora desigualdad social que se expresa en ámbitos como educación, salud, previsión, vivienda, etc.   [caption id="attachment_67175" align="alignnone" width="700"] También puedes ver: ESPECIAL GRÁFICO | Protesta contra alza de pasajes se transforma en revuelta nacional [/caption]   Luego de más de un mes de ininterrumpidas y masivas movilizaciones, enfrentamientos entre manifestantes y fuerzas del orden, ataques a la propiedad pública y privada – algunos de incierto origen–, estado de emergencia, militares en las calles, detenciones, vejaciones, violencia política sexual, decenas de muertos, centenares de ojos mutilados y el retorno de la figura de los detenidos desaparecidos; la situación parece no tener una solución cercana. Las demandas ciudadanas, que reclaman el fin de la mercantilización de una serie de derechos básicos se han cristalizado de a poco en un gran slogan: “Asamblea Constituyente”. Progresivamente, convencidos de que la solución a una problemática estructural de múltiples aristas pasa por el cambio de la Constitución Política del país, la petición de amplios grupos sociales se enfoca en la forma. La enfermedad, por tanto, sería el orden político institucional, cuya base es la Constitución Política de la República. Como decíamos, la patología de Chile tiene un largo historial. Y aunque, si ponemos atención al orden político institucional, el episodio más recordado será el origen ilegítimo de la Constitución de 1980, se puede, encontrar, indagando, que no ha sido el único factor de riesgo que fue modelando este cuadro clínico. Como sea, atendiendo a que lo gravitante que resulta dicho factor según los distintos diagnósticos, es importante avanzar en la siguiente pregunta: ¿Cómo se alcanza la legitimidad? “Si durante el proceso histórico de construcción del orden político la ciudadanía participó efectiva, deliberada y soberanamente se puede hablar que fue eficiente en términos de legitimidad” [1], responde Gabriel Salazar. Luego, antes de completar la anamnesis sería interesante conocer como se ha abordado este factor de riesgo en otros casos análogos. El referente histórico más similar al proceso que experimenta Chile en 2019, sea probablemente el de la crisis de la Época Parlamentaria. Las crisis económicas, sociales y políticas en Chile, han sido sistemáticas, por no decir permanentes desde la su conformación como Estado-Nación. En 1891 una Guerra Civil devino en el cambio, o más bien en la reinterpretación, de la Constitución de 1833, debilitando la figura presidencial e imponiendo un régimen de corte parlamentario. Este período –el que abarca desde 1891 a 1925- coincidió con la aparición de la clase obrera en Chile. La clase obrera, producto social de las revoluciones industriales del siglo XIX, tuvo en el país un crecimiento explosivo y una fuerza inusitada que contrastó con un proceso de industrialización nacional tardío, lento e ineficiente. Gracias a su organización y movilizaciones reivindicativas, muchas de ellas terminadas en masacres -en especial a los trabajadores de la minería del salitre-, es que tenemos la mayoría de las leyes básicas con las cuales se norma el trabajo el día de hoy. Eran los tiempos de la cuestión social. La clase política de la época, al igual que la actual, fue incapaz de escuchar las demandas que la clase trabajadora y el mundo popular sostenían. El congreso era básicamente un Club de Toby para gente adinerada que era votado por sólo el 5% [2] de la población (sin presencia femenina aún). En la misma época, aparecieron diversos grupos organizados desde la sociedad civil como la Liga de Acción Cívica de Roberto Huneeus, la Federación Obrera de L. E. Recabarren y la sección chilena de la IWW –Trabajadores Industriales del Mundo-, quienes de una u otra forma fueron incubando en los sectores más avanzados de los estratos populares la idea de Asamblea Constituyente y lograron convertirse en instrumentos efectivos para expresar sus malestares en masivas protestas como las marchas del hambre (1918-1919), que “desnudaron la crisis de representación de la clase política y la crisis de legitimidad del Estado, (…) e inauguraron una nueva coyuntura constituyente” [3]. Fue en aquel contexto que se efectuó la campaña y posterior elección presidencial en la cual, valiéndose de un feroz discurso anti-oligárquico y profundamente demagógico, el tristemente mítico Arturo Alessandri Palma triunfa reñidamente ante Luis Barros Borgoño en 1920. Alessandri, ya presidente, aun cuando se adueñó de las demandas de trabajadores e intelectuales y las defendió para su elección, no constituyó en ningún momento (en ninguno de sus mandatos) en un líder popular ni menos revolucionario, si no que continuó la ya desahuciada política parlamentaria. Eso sí, dato anecdótico, cuando los grupos sociales lo presionaban, se excusaba con que el Senado ‘no lo dejaba gobernar’. Así, a la conjunción entre una sostenida movilización obrera y de la sociedad civil que carecía de ejes programáticos claros y un poder ejecutivo incapaz de conducir el gobierno y a los congresistas, sobrevino la crisis de 1924, en el episodio llamado ‘Ruido de Sables’. Aquí se agudiza la crisis generalizada y comienza a quedar la escoba. Un grupo de oficiales jóvenes –de remuneraciones más austeras que las de hoy- encabezados por Marmaduke Grove y el futuro dictador Carlos Ibáñez, haciendo sonar sus sables en las paredes y pisos del Congreso en señal de protesta, de ahí el nombre del episodio histórico, lograron que más de una decena de leyes que estaban estancadas desde hacía varios años fuesen aprobadas en tiempo record. La mayoría de ellas eran leyes sociales y laborales. Los militares, aprovechando (era que no) el poder que tenían, intentaron presionar al presidente para hacer cambios aún más radicales y éste, viéndose acorralado, dimitió el 11 de septiembre (¿?) de 1924 y optó por irse de ‘vacaciones’ a Italia. En ese país fue recibido por su amigo personal Il Duce Benito Mussolini. Mientras que en Chile los militares se instalaban cómodamente en el poder, constituyendo este hecho en un golpe de Estado. No de esos de películas con aviones, tanques y bombardeos, pero un golpe, al fin y al cabo. Sin embargo, a estos militares golpistas de la ‘baja’ oficialidad, quienes incluso intentaron convocar a una Asamblea Constituyente, los contragolpearon los oficiales de la ‘alta’ oficialidad, destruyendo el intento constituyente. Por si fuera poco, a estos militares contra-golpistas los contra-contra-golpearon (tercer golpe por si perdió la cuenta - y eran los mismos del primer golpe) y los contra-contra-golpistas, pensaron que lo mejor era traer de vuelta al presidente, para que este iniciara de una vez por todas un proceso constituyente. El presidente vuelve. Poco tiempo después, amplios grupos sociales se auto-convocan en la Asamblea Constituyente de Asalariados e Intelectuales, que en marzo de 1925 reuniría a diversos grupos sociales y políticos tales como: “Partido Comunista, Federación Obrera de Chile, Asociación General de Profesores, Unión de Empleados de Chile, Federación de Estudiantes de Chile, sindicalistas independientes, sectores anarquistas, demócratas, radicales, feministas”[4], entre otros, asumiendo que la Asamblea Constituyente continuaba siendo una realidad. Lo era, pero de una forma totalmente diferente: Alessandri al llegar creó un ‘comité’ (¿comisión?) constituyente compuesta por miembros del mundo político y especialistas, y, por si fuese poco, designado por él. La propuesta de este comité fue básicamente una “versión corregida del Estado de 1833” [5] y se llevó a votación mediante un plebiscito que utilizó los mismos vicios de la Historia electoral chilena (aun votaba aproximadamente el 5% de la población y sin participación femenina). ¿Legitimidad? No gracias. El día 15 de noviembre de 2019 en la madrugada, la mayoría de los partidos políticos firmaron un ‘Acuerdo por la Paz Social y la Nueva Constitución’ en la cual se proponen los mecanismos para la creación de una nueva Constitución, como salida institucional a la crisis política y social en la que está el país. La legitimidad del proceso aún está por verse. Cualquier parecido con la Historia es mera coincidencia. Pero si sabemos que la legitimidad es el principal factor de riesgo para nuestra salud político-institucional, esperemos que este ejercicio de anamnesis sirva para actuar bajo un paradigma de salud preventiva antes que Chile, nuestro paciente, termine siendo un enfermo terminal en algún pasillo de un hospital del sistema público de salud o en una nueva lista de espera de más de 30 años.       Referencias [1] Salazar, Gabriel. Construcción de Estado en Chile, p. 17. 2006. [2] Memoria Chilena: http://www.memoriachilena.gob.cl/602/w3-article-3537.html [3] Salazar, G y Pinto, J. Historia Contemporánea de Chile I, p. 41. 1999. [4] Grez, Sergio, en https://scielo.conicyt.cl/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0718-50492016000400001 [5] Salazar y Pinto, Op. Cit. P. 46.  
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