Una aclaración: no hablo de la nazificación del judaísmo, que es mi religión, la de mis padres y antepasados provenientes de los shtelachs de Rusia; una religión por la que siento reverencia por su implicación laica en la lucha por los desamparados, su devoción por la gente de trabajo y los pobres, su libertad de pensamiento respecto del logro de la igualdad entre las razas; por su implicación cultural con la belleza en todas sus expresiones, la literatura, la filosofía, la pintura y, especialmente para mí, la música; por su implicación religiosa con los principios morales de la Torah, su amor por el extranjero, su implícito compartir de la munificencia, la autenticidad de su modo de pensar respecto de la devoción y la fe. Tampoco de la nazificación del sionismo, porque aunque creo que el sionismo ha demostrado ser una ideología colonial e imperialista, no siempre ha sido ese el caso y en sus etapas más tempranas e incluso quizás en el Yishuv fue la manifestación del radicalismo obrero arraigado en el kibutz. Hablo más bien de la nazificación de Israel, que –según mi opinión– se ha corrompido, llenado de vergüenza, tergiversado y traicionado totalmente al judaísmo, que en toda su historia ha alzado los ojos al cielo para alabar a Dios y mantener sus seculares y culturales aspiraciones de libertad y democracia; por el contrario, Israel ha militarizado la religión mediante la arrogancia, el orgullo desmedido y el complejo de superioridad, lo que lleva a un desdeñoso desprecio hacia todo lo que encuentra en su camino, integrando incluso al kibutz en el sistema de seguridad que se alimenta del desplazamiento de población y la furia sin trabas dirigida el Enemigo, tanto de dentro como de fuera.
En primer lugar, ¿por qué el término nazificación? ¿Es acaso la consecuencia de un odio del judío a sí mismo? Defensores a ultranza de Israel que, debido a su equivocada lealtad, son incapaces de plantarse y denunciar las recientes atrocidades en Gaza, podría pensarse, incluyendo lamentablemente un número importante de judíos de todo el mundo, especialmente en Estados Unidos. Y en cuanto a los mismos israelíes, es casi inexistente la oposición a la limpieza étnica, al uso desproporcionado de la fuerza, a la adjudicación de una ciudadanía de segunda a los árabes de Israel. El Behemot de Oriente Medio está adquiriendo unos monolíticos rasgos mentales e ideológicos de exclusiva propiedad, de tal modo que las críticas internas también son vistas como odio judío a sí mismo. La elección de “nazificación” ha sido deliberada porque es la palabra que aplica a lo que está sucediendo, como lo plantea el New York Times en el encabezamiento de un artículo de Isabel Kershner, “El gabinete israelí aprueba ley de nacionalidad” (nov 2014), el eufemismo para el tipo de leyes arias aprobadas al llegar Hitler al poder. Es penoso, por no decir más; una confirmación de lo que he venido diciendo todo este tiempo: El extremo dolor y la brutalidad del Holocausto se han convertido en la experiencia histórico-psicológica fundamental que ha cauterizado la mente judía como si una esterilidad de pensamiento de tipo post-apocalíptico hubiera dejado a los judíos vulnerables a la dinámica psicológica de la introyección –la introducción en uno mismo de las pautas y la visón del mundo propias del opresor–, naturalmente, en las condiciones más funestas, y pasándolas –como recomendables– a las generaciones futuras.
Hasta estos días, el ciclo no se ha roto y, ciertamente, es realimentado por el salvajismo de “las botas sobre el terreno” hacia aquellos que han sido definidos como más débiles e inferiores: los palestinos, ya que son ellos quienes se han rendido –una subrogación colectiva–, como hicieron los judíos bajo el nazismo, realizando así la patología de identificación con los primeros captores. Una “liberación” como esta llega a expensas de quienes se la ingenian para ser el chivo expiatorio y, por tanto, no hay liberación en absoluto sino que se está empujando aún más profundamente el esquema mental en la oscuridad del horroroso y primitivo contexto de la exterminación. El grito de “Nunca más”, hecho sentido, es una señal de valentía, de coraje moral, de conciencia vital que surge de las más hondas profundidades de la desesperación; sin embargo, cuando la fundación de Israel debería haber sido el momento de suprema afirmación, en lugar de que la herida curara se hizo cáncer, el grito mismo se prostituyó para convertirse en vehículo de poder irrestricto y fariseísmo al servicio de la subyugación popular de quienes ahora son los menos afortunados.
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Primero, volvamos al artículo de Kershner; ella empieza diciendo que “El domingo [23 de noviembre], el gabinete israelí aprobó un polémico proyecto de ley que pone el énfasis en el carácter judío de Israel por encima de su naturaleza democrática en una medida que –dicen los críticos– puede hacer más difícil la frágil relación con la minoría árabe del país en un momento de fuertes tensiones”. La presunción de “naturaleza democrática” de Israel es discutible; al menos, la autora reconoce que la Ley de Nacionalidad es ajena a ella. Pero la legislación propuesta ha llevado mucho tiempo de elaboración y sus oponentes (hasta ahora una decidida minoría: yo) “temen que cualquier legislación que dé preeminencia a la judeidad de Israel puede conducir tanto a enfrentamientos internos como a dañar la relación de Israel con los judíos de otros países y con los aliados internacionales del país”. En el gabinete, “la propuesta de ley fundamental, que tiene por título ‘Israel, el estado nacional del pueblo judío’, fue aprobada por 14 - 6”, con la oposición de los dos partidos centristas de la coalición. La Knesset aún no ha votado.
Netanhaju defendió el proyecto de ley diciendo que lo modificaría antes de la votación final para incluir el principio de “igualdad de derechos individuales para todos los ciudadanos”, un principio impreciso –y sospechoso, para mí– dada la situación actual, el historial de primer ministro y el acento puesto en el carácter “individual” de los derechos en lugar de considerarlos colectivos o comunitarios. Un crítico, Ahmad Tibi, miembro árabe de la Knesset, estima que la expresión “democracia judía” es una contradicción en sus términos, que “confirma que unir las palabras judío y estado democrático es una ficción”. Kershner informa de que unos borradores preliminares fueron “promovidos por legisladores de derechas”, que, entre otras cosas, despojaban a los árabes tanto de su estatus como de la oficialidad de su lengua.
Así es; todo esto apunta al envío de nerviosas ondas que atraviesan el estado. La descarada discriminación temida no solo por su capacidad de provocar tensión sino también por el empobrecimiento de las relaciones públicas que, según Avinoam Bar-Yosef, del Instituto de Políticas del Pueblo Judío, “puede estigmatizar a Israel a los ojos del mundo libre y distanciar a los judíos de la diáspora que apoyan el proyecto sionista”. Netanyahu parece mantenerse firme mientras reclama nuevas leyes que anularían beneficios y prestaciones sociales (además de otras cosas no especificadas) a aquellos que tiren piedras y, presumiblemente, sus familiares. Algunas líneas ya reveladas con respecto a los árabes israelíes muestran más dureza. Le doy la palabra a Netanyahu en la nota de Kershner: “Hay muchos que están desafiando el carácter de Israel como estado del pueblo judío. Los palestinos se niegan a reconocerlo, también hay oposición interior”. La oposición de los árabes israelíes, pero también –hoy pocos, se admite– algunos judíos bellacos cuando el odio de los muchos se convierte en un cáncer que pone en peligro a Israel.
La Ley de Nacionalidad sigue bajo el radar, pero Peter Beaumont, del Guardian, escribe en su artículo del 23 de noviembre: “El gabinete israelí aprueba una legislación que define el estado-nación del pueblo judío”, y desarrolla algunos detalles e implicaciones de la medida exponiendo que la aprobación del gabinete se produjo “a pesar de las advertencias de que ese paso arriesga el debilitamiento del carácter democrático del país”, sobre todo la definición de “derechos nacionales ‘reservados’ solo a los judíos” y no a las minorías de Israel. Ya que, como escribe Beuamont, “La ley, que se supone pasaría a formar parte del conjunto de leyes fundamentales de Israel, reconocería el carácter judío del país, institucionalizaría la ley [religiosa] judía como la inspiradora de las leyes y negaría al árabe la condición de segunda lengua oficial”. Lo último, por supuesto, tiene el propósito de herir, de menospreciar la historia, la cultura y la identidad del Adversario, permitiendo así el tratamiento impersonal para con el innominado, que es el rasgo más destacado de la política israelí: negación siempre que haga falta. Sin embargo, también hay algo más duro: “En Cisjordania, el domingo [23 de noviembre] fue incendiada una casa palestina. ‘Los colonos vinieron y golpearon la puerta, pero yo no quise abrir’, dijo Huda Hamaiel, la dueña de la casa. Ella contó que los colonos rompieron el cristal de una ventana y arrojaron una bomba de petróleo dentro de la casa. Y pintaron en la fachada: ‘Muerte a las árabes’ y otras frases llamando a la venganza”. Sea por una ley constitucional o sea mediante la modalidad “tropas de asalto”, el resultado es el peor posible y de ningún modo condice con las propósitos de una democracia.
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Empleo aquí la palabra “ario” no para mencionar a alguien en particular; la utilizo en su acepción genérica de un hipotético tipo étnico –pureza–, ya sea que se aplique a raza, religión, nacionalidad o cualquier otra cosa que encaje con los propósitos histórico-ideológicos de una sociedad totalitaria. ¿Israel? En la Ley de Nacionalidad, el etnocentrismo es inscrito en su mismísimo ser, el judío como el Neo Seudo-Gemeinschaft*, dirigido hacia dentro, sabido en sí mismo por aquel que es excluido, expandiéndose hacia fuera en la forma de un espíritu combativo como medio para exigir respeto y mostrar poderío militar, desde el judío al israelí marcando el viaje hacia el Supermensch**, el desprecio de las obligaciones internacionales y el aprecio del mundo. Curiosamente, se pone en juego la conversión; la institución rabínica de Israel establece las condiciones que aseguran esa pureza, mientras inclina trabajosamente la sociedad hacia la derecha en áreas que poco tiene que ver con la religión. Es posible que el comentario que el 24 de noviembre publiqué –en el New York Times– del op. ed.*** “Judaism Must Embrace the Convert”, de Shmuly Yanklowitz, rabino ortodoxo que reconoció la naturaleza cerrada de la sociedad israelí, ayude a ampliar mi razonamiento sobre la nazificación (un término que él definiría como abominable aplicado a Israel):
“El artículo del rabino Yanklowitz es profundamente conmovedor y razonable en sí mismo, pero también –aunque quizá sin pretenderlo– de mucha relevancia respecto del estado actual del mundo del judaísmo en relación con los valores de la Torah y los principios ético-morales judíos en su aplicación a los palestinos. La bienvenida a los extranjeros no debe limitarse a los conversos, debe aplicarse fundamentalmente a todos los seres humanos; pensada la bienvenida como justicia social y respeto que se brindan al otro.
“Hoy día, el judaísmo está aquejado de etnocentrismo, de la dicotomía entre ellos y nosotros que impide tender la mano y reconocer qué hay de humano en los demás.
“Sí, el desarrollo de una actitud hacia la conversión que sea más progresista y más amable implica considerar la reciente destrucción de Gaza, la vileza de la Ocupación y el ahogamiento del disenso interno en Israel. El judaísmo está en una encrucijada; su esencia espiritual de compasión y su experiencia de siglos de discriminación y sufrimiento se están evaporando ante nuestros ojos en la crueldad de la opresión exhibida por el moderno estado de Israel con la complicidad y aquiescencia de la comunidad judía del mundo. La conversión es una prueba de capacidad de incluir, de levantar los principios morales hasta el nivel definitivo de la fe; pero también eso es la Cuestión Palestina, una prueba. ¿Estamos, como judíos, repitiendo el comportamiento de aquellos que nos condenaron, golpearon y asesinaron, o estaremos a la altura de nuestras más altas profesiones de fe? Sí, Rabino, el pasaje sobre el extranjero. Nadie es extranjero a los ojos de Dios.”
Notas:
* Gemeinschaft, en alemán, comunidad. (N. del T.)
** Supermensch, en alemán, superhombre. (N. del T.)
*** Op. ed. abreviatura de página opuesta al editorial (proveniente del inglés opposite the editorial page, a menudo erróneamente mencionada como opinión-editorial ), es un artículo periodístico que expresa las opiniones de un escritor que suele no estar afiliado al comité editorial del periódico. Son diferentes a los editoriales, los cuales no van firmados y son escritos por miembros del comité editorial. (Extraído y adaptado de Wikipedia por el traductor.)
Norman Pollack ha escrito sobre populismo. Sus intereses pasan por la teoría social y el análisis estructural del capitalismo y el fascismo. Puede encontrársele en [email protected]
Fuente original: http://www.counterpunch.org/2014/11/28/nazification-of-israel/