Incendios forestales con aroma a 2012 y 2017

Por Nelson Alarcón Escribo esta columna mientras el fuego, la ceniza y el humo se visualizan desde mi casa en Quillón. Las sirenas y la gente observando el cuadro creado por el incendio forestal son el marco general de una crítica que ya pareciese escrita. En 2012 escribí un punto parecido y si hiciese copy/paste de aquel texto sería decepcionante no solo para ustedes como lectores, sino para mí, puesto que gran parte que lo argumentando en aquel entonces tiene plena vigencia. También puedes leer: Opinión | La estrategia de la ultraderecha internacional fracasó en Chile Los culpables de siempre, las forestales y su nulo manejo que continúan con su modelo de plantación rodeando comunidades campesinas. Por otro lado, el Estado y su incapacidad, casi patológica, de movilizar recursos contundentes de prevención frente a desastres. De poco sirve adquirir helicópteros y móviles de combate de incendios sino se ha realizado un trabajo previo asociado a la prevención comunitaria y planes de manejo sectorial. Pareciese una crónica de una muerte anunciada, para peor pierden los mismos de siempre, las comunidades campesinas dedicadas a la pequeña agricultura que ven como el esfuerzo de años se esfuma entre las llamas y el olor a eucalipto reseco por fuego. Mención honrosa a bomberos y voluntarios que han aportado con insumos claves para la prevención del incendio tratando de combatir en este difícil terreno. Ubicado en esta coyuntura, los culpables y víctimas siguen siendo las mismas, el paradigma político – económicas también. Una mirada desde la retrospectiva nos lleva a una conclusión contundente, no hemos avanzado nada. No obstante, sí se aprecia un cambio fundamental entre el contexto 2012 y el actual y tiene que ver con un momento país distinto en donde la urgencia de cambios pareciese ser la tónica. Esta urgencia, asociada al proceso constituyente y la reciente elección presidencial, marca una buena oportunidad para generar cambios de fondo tanto en la matriz productiva como en una mayor prevención frente a estos fenómenos. La derogación de la polémica bonificación hacia la plantación forestal o la delimitación de áreas exentas de estas plantaciones son un primer paso hacia una nueva mirada en la planificación territorial. Una mirada que involucre la participación social y la preservación del ecosistema, una mirada que sea capaz de hacerse cargo de los territorios del S XXI y no solamente las necesidades económicas extractivistas de exportación y de inserción en mercados globales. Espero no tener que escribir una nueva columna en cinco años más planteando la urgencia. A esa altura acá en la zona no tendremos árboles al cual subirnos para mirar el futuro, pero tampoco agua ni terrenos. Quillón, 27 de diciembre 2021
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