“Cuando este ángel surca el cielo, / no hay nada que se le asemeje. / El fin de su apurado vuelo / es la sentencia de un hereje. / No se distraiga ni demore, / todo es ahora inoportuno. / Va rumbo al campo de las flores / donde la hoguera espera a Bruno.”
Silvio Rodríguez, Cita con ángeles
El chileno Gonzalo Toro Fernández expone como un detective implacable, políticamente original, un arqueólogo de pupila atenta. Por eso su libro-tesis-ensayo, El drama de Sísifo, Origen y desarrollo del pensamiento revolucionario moderno, se inscribe lúcidamente en el combate entre el conocimiento que domina y el pensamiento que resiste, se recrea, se despliega sobre su propio movimiento histórico mundial desde y para la mayoría humana aún oprimida.
Arranca desde el filósofo italiano Giordano Bruno, en los albores de los primeros polos capitalistas de la modernidad y llega hasta la puerta nuestra, hoy, deteniéndose e incluyendo como inflexión superadora, a la obra de Carlos Marx. Golpea con sólidas herramientas críticas Gonzalo Toro, ex militante de la izquierda revolucionaria chilena y con estudios en economía política en la Universidad francesa Paris 8 Vincennes- Saint Denis.
Plantea cómo Bruno, advenido de una vieja tradición ocultada por los poderes y el saber oficial, logra romper con el binomio idealista cielo/tierra cuando escribe que “Dado que los individuos son innumerables: todo es uno; y conocer esta unidad es el objetivo de toda filosofía y contemplación natural”.
El italiano produjo su obra –la misma que explica su atroz asesinato en la hoguera por la iglesia católica de la época- durante el Renacimiento, en medio de la pugna entre la burguesía y las relaciones feudales de producción.
Toro asegura que “Para la corriente renacentista que se expresaba a través de la filosofía natural, el conocimiento de los hechos vino a ser el conocimiento del lugar que ocupa este hecho en la totalidad de esa realidad y que procede del todo a las partes y de las partes al todo. Para la otra corriente, la que dará origen al empirismo y al positivismo moderno, el estudio de la naturaleza excluye cualquier presupuesto metafísico”.
El drama de Sísifo rastrea el hilo conductor, contradictorio y complejo, del devenir del pensamiento rebelde, buceando en los gatillantes de la reforma protestante, las concepciones mistificadas de la dominación en Europa, sus filósofos y filosofías principales, hasta llegar a los antecedentes inmediatos que desembocaron en el comunismo revolucionario del siglo XIX.
Los materiales dialécticos
“El pensamiento de Bruno se desarrolla entre el ascenso, aún embrionario, de la nueva sociedad burguesa en confrontación con el modo de producción feudal y el antagonismo económico-social que la misma clase burguesa lleva en su seno (…) Es en las ciudades del norte de Italia donde el capitalismo apareció por primera vez bajo los rasgos del capitalismo comercial y bancario”, dice Gonzalo Toro, y añade que “Nicolás Maquiavelo, en El Príncipe, no hace más que describir y sistematizar lo que ocurría a su alrededor”.
Paralelamente al desarrollo comercial y financiero, la industria más significativa de todo el valle del Arno fue la textil. El “Arte de la Lana” involucraba a una extensa parte de la economía de Florencia.
Entonces Toro, entre fiordos apenas visibles en la noche impuesta por el poder, pesquisa los senderos del pensamiento conocido entre el siglo XVI hasta el XX, sintetiza las relaciones concretas entre la filosofía, su productores, sus mutuas influencias, límites, historia, accidentes y tendencias, hasta descifrar de qué manera Giordano Bruno se convierte en precedente necesario del materialismo dialéctico.
La alquimia metafísica
“La filosofía alemana, de Leibniz a Hegel, es burguesa. Los límites que se auto impone son los límites de la burguesía; su horizonte es el horizonte del burgués (…) Reniega de la historia revolucionaria de Alemania y bebe en las fuentes más conservadoras de la filosofía inglesa, de la ilustración francesa y del misticismo alemán. La famosa originalidad y superioridad del pensamiento filosófico alemán está en su capacidad de transmutar, como los antiguos alquimistas, el materialismo en metafísica”, señala Gonzalo Toro.
En un recodo de su obra, el chileno expone que “Lo que hizo tanto el mecanicismo como el idealismo a principios del siglo XVIII, es operar una transposición de la realidad económica y social capitalista, basada en el intercambio mercantil al ámbito de la ciencia y la filosofía. La cosmovisión de Newton no es más que la proyección al universo del capitalismo en ascenso. Para la burguesía todo ser humano es una partícula única e indivisible (una mercancía), que opera en un mundo de partículas únicas e indivisibles (el mercado), que se atraen y rechazan mutuamente. El vínculo cardinal entre estas partículas humanas, es el acto de compra y venta que supone la acción conjunta de al menos dos personas autónomas que crean un compromiso recíproco, un contrato.”
Y Toro resume para completar que “el ocasionalismo de Malebranche, el paralelismo de Spinoza, el Dios de Newton y de los deístas (…) no es más que la imagen que se forja de sí misma la burguesía, su propia representación, que logra sintetizar en un todo único, la anarquía del mercado con la cohesión social”.
Kant, Hegel y la Revolución francesa
Más adelante, el artesano de El drama de Sísifo puntualiza que en 1784, ante la pregunta ¿Qué son las Luces?, el germano Immanuel Kant responde que “La ilustración es la salida del hombre de su minoría de edad (…) El mismo es el culpable de ella. La minoría de edad estriba en la incapacidad de servirse del propio entendimiento, sin la dirección del otro”. Lo anterior está enmarcado en los acontecimientos revolucionarios en curso en Francia y donde el alemán toma partido inmediato por la fracción más conservadora de la burguesía. De hecho, Toro argumenta que “El pensamiento de Kant captó mejor que ninguno los intereses de la burguesía, en tanto que permite disociar lo político como reino de la igualdad formal de lo social como reino de la desigualdad. (…) Kant se declara partidario de la revolución francesa, en tanto que expresión de la idea de derecho y de progreso y contra toda dimensión plebeya y radical de ésta”.
Ya refiriéndose al romanticismo alemán directamente, el ex militante del MIR chileno concluye que “El Romanticismo racionalista considera a la conciencia, en su infinitud, como una actividad racional regida por una necesidad absoluta. En los procesos de conciencia, la razón se mueve de una determinación a otra de un modo totalmente deducible a priori. Así, por ejemplo, en el sistema de Hegel, la Totalidad (la Idea, la Naturaleza y el Espíritu) deviene según una lógica (la dialéctica) que determina tanto al pensamiento como a la naturaleza y a la historia. Un rasgo característico de todos los románticos es su aspiración a la identificación de contrarios, en cuanto rompimiento de barreras y límites y reencuentro en lo Absoluto. El romanticismo racionalista pretende (y esto llega a su máxima expresión en Hegel) captar con la Razón el proceso y futuro de la “fusión””.
Toro sentencia que Hegel “es el filósofo alemán de la revolución francesa. En sus cursos sobre Filosofía de la Historia, escribirá: “Jamás, desde que el sol está en el firmamento y que los planetas giran alrededor de él, jamás se había visto al hombre tomar por base su cabeza, dicho de otra manera, establecerse sobre el Pensamiento y ajustarse por él para construir la realidad (…) Todo lo racional es real y todo lo real es racionalidad””.
La praxis
Crítico radical al ideario hegeliano y metafísico, “en las Tesis sobre Feuerbach el materialismo y el comunismo ya no pueden ser un derivado ni de Descartes ni de Locke: “El punto de vista del antiguo materialismo, escribe Marx, es la sociedad burguesa; el del nuevo materialismo, la humanidad socializada” (Tesis 10)””, aclara Gonzalo Toro, y agrega que cuatro años antes, en 1841, “Marx presentó en Berlín su tesis de doctorado, el primer trabajo que se le conoce, con el título de Diferencia de la filosofía de la naturaleza en Demócrito y Epicuro. Este trabajo deja en evidencia que Marx nunca fue verdaderamente hegeliano. Desde el prefacio se declara materialista y ateo planteando la profesión de fe de Prometeo: “En una palabra, ¡yo odio a los dioses!”.”
Asimismo, y paralelamente, Toro informa que “El comunismo alemán tiene su origen , según relata Federico Engels, en París: “De la Liga de los Proscritos, asociación secreta democrático-republicana, fundada en 1834 por emigrados alemanes en París, se separaron en 1836 los elementos más radicales, proletarios casi todos ellos, y fundaron una nueva asociación secreta, la Liga de los Justicieros (…)”. La adhesión de Marx y Engels a la Liga de los Justicieros se da en la primavera de 1847. Marx impulsará el trabajo organizativo en Bruselas y Engels en París. En el verano de 1847, se celebró en Londres el primer Congreso de la Liga, donde se cambió su estructura organizativa y el nombre, llamándose a partir de ahí Liga de los Comunistas.”
Gonzalo Toro sostiene que será “Feuerbach y no Marx, como se piensa habitualmente, quien volverá a poner sobre sus pies ese mundo que el romanticismo alemán hacía marchar sobre la cabeza (…) En sus Tesis preliminares sobre la reforma de la Filosofía (1843), parte en su análisis de que el hombre es la realidad primera y el pensamiento la realidad segunda: “La verdadera relación entre el pensamiento y el ser es la siguiente: el ser es sujeto, el pensamiento es predicado. El pensamiento nace del ser, pero el ser no nace del pensamiento. (…). Dios es lo íntimo que se revela, la manifestación de la esencia del hombre; la religión constituye una revelación solemne de los tesoros escondidos del hombre, la pública confesión de sus deseos de amor (…). El hombre atribuye a Dios sus cualidades y refleja en él sus deseos. Aquello que el hombre necesita y desea, pero que no puede lograr inmediatamente, es lo que proyecta en Dios (…) El comienzo de la filosofía no es Dios, no es lo absoluto, el comienzo de la filosofía es lo finito, lo determinado, lo real.” Sin embargo, es aquí donde se abre una brecha entre el pensamiento humanista e ilustrado que continuará en Feuerbach, por un lado, y el materialismo renacentista que tendrá su conclusión en Marx, por otro. ¿Por qué? Porque lo que analiza Feuerbach es un hombre sin dimensión histórica, que no pertenece a ningún momento histórico determinado. Para él, “la esencia” humana es una e inmutable. Feuerbach, dice Marx en su Tesis VII, que el hombre “es también un producto social y que el individuo abstracto que él analiza pertenece, en realidad, a una determinada forma de sociedad”. (…) Para Marx, el hombre representa una suma, un conjunto de relaciones sociales determinadas. En la VI Tesis sobre Feuerbach escribe que “…la esencia humana no es algo abstracto inherente a cada individuo. Es, en su realidad, el conjunto de las relaciones sociales.”
(…) “Desde 1845, para Marx “ser” significa acción (praxis) (…). La praxis para Marx es la actividad humana no separada del medio social, sino fundiéndose en él y, a su vez, creándolo en un continuo proceso dialéctico”, prosigue el chileno para certificar que “En el sentido filosófico dado por Bruno y posteriormente por Marx, la praxis como actividad práctica, objetiva y subjetiva a la vez, es la unidad del sujeto y el objeto, de la materia y el espíritu, del ser y el pensar. La praxis no sólo es práctica, tampoco es sólo teoría. La praxis es la mediación entre ambas. La sola actividad práctica, sin subjetividad no es praxis, al igual que la sola teoría sin objetividad no es praxis.”
La alienación
Tomando a Marx de Manuscritos económicos y filosóficos de 1844, Gonzalo Toro ilustra que “La alienación aparece entonces “en el hecho de que mi medio de vida es de otro; que mi deseo es la posesión inaccesible de otro, como en el hecho de que cada cosa es otra que ella misma, que mi actividad es otra cosa (y sigue Marx)…En el modo de producción capitalista la forma fetichista adquirida por los productos del trabajo humano oculta, como categoría económica, el sustrato social real constituido por las relaciones entre los individuos, reducidos al papel de propietarios privados y al de mercaderes.””
De acuerdo a Toro, “El análisis de Marx puede resumirse de la siguiente manera: Toda mercancía tiene un valor de uso y un valor de cambio. El valor de uso no es otra cosa que la utilidad de la mercancía en cuestión. El valor de cambio corresponde a la “cantidad de trabajo socialmente necesario para la producción de esa mercancía”. En efecto, mediante la división del trabajo, los hombres se especializan en la producción de un solo producto o de una sola clase de mercancía, y por lo tanto, se ven obligados al intercambio. Toda la fuerza del análisis de Marx, tiene como objeto demostrar que este ‘valor de cambio’ se manifiesta históricamente en explotación y dominación. (…) Es fundamental precisar algo: todo sistema de producción de mercancías es un sistema de producción no socialista. En este sentido, cualquiera que en la hora actual pretenda conciliar socialismo y mercado, puede ser cualquier cosa menos marxista”.
El mercado, las crisis capitalistas, EE.UU.
Parándose sobre El Capital, Gonzalo Toro escribe que “Para conservar un capital hay que aumentarlo. Es por esto que el sistema capitalista es una totalidad que se amplía por sí misma, se expande por su propio movimiento y se mantiene en crecimiento. (…) La división del trabajo es la condición de la existencia del mercado. La economía mercantil simple es la condición del mercado capitalista. Desde que las mercancías son producidas en masa por masas de hombres, todo sistema de producción es un sistema capitalista mercantil. El capitalismo no puede existir sin el mercado y sin esa mercancía particular que tiene la capacidad por sí misma de producir un valor agregado, la fuerza de trabajo humana. (…) En el tomo III de El Capital, Marx afirma que “El mercado tiene, por tanto, que extenderse constantemente, de modo que sus conexiones y las condiciones que lo regulan van adquiriendo cada vez más la forma de una ley natural, independiente de la voluntad de los productores, cada vez más incontrolable. La contradicción interna tiende a compensarse mediante la expansión en el campo externo de la producción.””
El chileno advierte que “el capitalismo sólo puede desarrollarse a través de crisis periódicas, pues “Si la expansión del mercado se hubiera desarrollado en proporción a la expansión de la producción, no habría saturación del mercado ni sobreproducción. Tan pronto como uno concede que es necesario que el mercado se expanda con la producción, se admite la posibilidad de la sobreproducción” (Marx, El Capital, tomo II); y (segundo), marca teóricamente el límite histórico del capitalismo, pues a la larga la continua expansión de éste, conducirá necesariamente a la imposibilidad de un desarrollo posterior de las fuerzas productivas. Ahora bien, este “límite histórico” sólo prueba que el capitalismo no es eterno históricamente. Aquí lo determinante es la subjetividad revolucionaria, la decisión política de derrumbarlo”.
A propósito de la relación entre la expansión capitalista y las guerras, Gonzalo Toro registra que, luego de la guerra mundial de 1914, “otra potencia imperialista emergente a inicios del siglo XX fue Estados Unidos. El último tercio del siglo XIX se caracterizó por el avance acelerado del capitalismo norteamericano. En 1840, EE.UU. era la quinta potencia industrial del mundo, en 1870 ocupaba ya el segundo lugar, después de Inglaterra; en 1894, se adelantaba a ésta, proporcionando la mitad de cuanto producían todos los países capitalistas juntos. Ese rápido desarrollo se debió a la ausencia de relaciones feudales, enriquecimiento como resultado de las guerras europeas, rápido progreso técnico y la más brutal explotación de emigrantes asiáticos, latinoamericanos y europeos (entre 1890 y 1900 emigraron a EE.UU. más de 14 millones de personas). La entrada de EE.UU. en 1917 en la primera guerra potenció aún más su crecimiento al suministrar a los aliados provisiones y pertrechos militares. Durante la posguerra su economía continuó a pleno rendimiento alcanzando su cenit en 1924 (…). La fase expansiva llegó a su punto máximo en la segunda mitad de la década de los 60, donde comienza a verificarse un cambio de tendencia. (…) las crisis de 1974-1975 y de 1980-1982, fueron de superproducción y una de las más profundas que el capitalismo haya conocido desde su nacimiento. “
Sobre el problema de la llamada “distribución del ingreso” y su “ilusión reformista”, Toro fundamenta que “nunca, en toda su historia, el capitalismo ha resuelto sus problemas a través de una redistribución del ingreso a favor de los asalariados, sino que únicamente a través de la ampliación del mercado interno y externo”.
En lo que fue la URSS, nuestro autor dice que “Desde que Stalin sentenció que mercado y socialismo eran compatibles, la URSS entró en un proceso irreversible en el cual las leyes de funcionamiento del sistema capitalista se desbocaron. (…) El colapso de la URSS es el colapso del “socialismo de mercado” y sólo puede ser explicado a partir de las relaciones de producción mercantil y capitalista que dominaban en ese país. No es, en definitiva, el colapso de un modo de producción, sino que el de un modelo específico de desarrollo capitalista”.
Gramsci, Lukacs y Rosa Luxemburgo
En su ensayo de casi 350 páginas, Gonzalo Toro se interna de lleno a la praxis revolucionaria en el presente período.
Si en las Tesis sobre Feuerbach “Marx quiere reivindicar el lado “subjetivo” del materialismo, es decir, la actividad humana sensible, la práctica que quiere cambiar las cosas, cambiar la realidad, (por el contrario…), el marxismo tradicional nace en la incubadora del positivismo. La “resignación” constituye una clave en los escritos de Augusto Comte y deriva directamente de la aceptación de leyes sociales invariables. (…) La figura de Eduard Bernstein (influyente filósofo en el Partido Social Demócrata Alemán desde sus orígenes, en el último cuarto del siglo XIX) está estrechamente relacionada con la introducción del positivismo en el pensamiento marxista que conducirá en línea recta al nacimiento de la socialdemocracia europea. (…) Su pensamiento socioeconómico estará marcado por los del financista Kart Hochberg, por el tradeunionismo y por el romance entre los reformistas y los liberales, que no promovían la supresión del capitalismo, sino sólo la eliminación de sus excesos mediante un fuerte movimiento obrero. (…) En el pensamiento de Bernstein, el movimiento obrero no debía aspirar a instaurar el socialismo como resultado de una revolución, sino que debía convertirse en el heredero histórico del liberalismo y trabajar progresivamente para aumentar el perímetro del Estado liberal burgués, doctrina cuyo eco se escucha claramente en una parte significativa de la izquierda contemporánea”.
En otro momento, Toro se refiere al marxismo italiano, planteando que “No es casualidad que el concepto de praxis elaborado por Marx, después de ser ahogado por Bernstein y Kautsky, renaciera con el marxismo italiano, que intuyeron en Bruno y Vico, los antecesores de la filosofía de la praxis. Es Antonio Labriola (1843-1904) quien tiene el mérito de haber tomado el pensamiento original de Marx, inaugurando una corriente en el marxismo que incluye principalmente a Gramsci, y también a Lukacs y Rosa Luxemburgo y que expresan, después de Marx, la primera generación de esta corriente. Lenin mismo romperá a través de un proceso difícil y prolongado, con la influencia aplastante de Plejanov en el marxismo soviético para afirmar finalmente que: “la conciencia no sólo refleja el mundo objetivo, sino que lo crea””.
Pero Gonzalo toro no se detiene allí. “Un hecho no menor que dice relación a la comprensión del núcleo mismo de la filosofía de Marx por la tradición marxista posterior, es que el marxismo se construyó como doctrina oficial, antes que los escritos filosóficos fundamentales de Marx fueran conocidos y después de más de un siglo de las más variadas interpretaciones. Aparte de las Tesis sobre Feuerbach, escritas en 1845 y publicadas en 1888, la mayoría fueron publicadas entre la segunda y tercera década del siglo XX. Su tesis doctoral Diferencia entre la filosofía de Demócrito y Epicuro fue publicada entre 1926-35, La Crítica a la filosofía del Estado de Hegel (1927-29), La ideología alemana (1932), los Manuscritos económico-filosóficos (1932); los Elementos fundamentales para la Crítica de la economía política conocida como los Grundrisse en 1903 y el texto completo en 1932. La mayoría de estas obras fueron dadas a conocer cuando David Riazanov, director del Instituto Marx-Engels en Moscú, las redescubrió al examinar el legado literario de Marx conservado en Berlín. Al momento de su publicación, Lenin ya había muerto, Rosa Luxemburgo había sido asesinada y Antonio Gramsci se encontraba en la cárcel, por lo que la tradición clásica del marxismo no conoció las obras constitutivas del pensamiento filosófico de Marx”.
Toro manifiesta que “En los Cuadernos de la cárcel, Gramsci escribe que “La reducción de la filosofía de la praxis a una sociología ha representado la cristalización de la tendencia errónea ya criticada por Engels (…) que consiste en reducir una concepción del mundo a un formulario mecánico que da la impresión de tener toda la historia en el bolsillo”. Gramsci percibe en la década del 30 que la Revolución de Octubre de 1917 se ve amenazada: “El nuevo grupo social –escribe- que representa orgánicamente la nueva situación social no está a la altura de su función y se identifica al residuo conservador de un grupo social históricamente sobrepasado.””
Fanon, Guevara y la lucha
Luego de la segunda guerra mundial, Gonzalo Toro expresa que, pese al poder del libreto no revolucionario chino-soviético, y ante la evidencia de un proceso revolucionario mundial en las guerras populares contra el colonialismo en África, Vietnam, Cuba, se advierten “dos hombres que destacan como intérpretes de esta nueva fase de lucha: Frantz Fanon y Ernesto Guevara. (…) Fanon no defiende ni un nacionalismo negro ni un nacionalismo africano. Su lucha es por una “nueva humanidad”. Es de la revolución socialista de lo que se trata. Escuchémoslo: existe para el negro dos caminos igualmente cerrados, alienados, uno es ambicionar llegar a ser blanco, otro es exaltar su negritud: “Para nosotros el que adora a los negros está “enfermo” como el que los execra. Y al revés, el negro que quiere blanquear su raza es tan desgraciado como el que predica el odio al blanco (…) y en verdad de lo que se trata es de desamarrar y soltar al hombre”. (…) Hay algo nuevo en Fanon que sacude con brutalidad los dogmas del marxismo tradicional y que inspirará, partiendo de la experiencia de la revolución argelina, un nuevo sentido a la lucha: la violencia como praxis revolucionaria. La revolución deja de ser un problema de forma para transformarse en un problema de contenido. (…) El enemigo y el objetivo: “La explotación capitalista, los truts y los monopolios son los enemigos de los países subdesarrollados. Por otra parte, la elección de un régimen socialista, de un régimen dirigido a la totalidad del pueblo, basado en el principio de que el hombre es el bien más precioso, nos permitirá ir más rápidamente, más armónicamente, imposibilitando así esa caricatura de sociedad donde unos cuantos poseen todos los poderes económicos y políticos a expensas de la totalidad nacional”.
“Todo lo anterior lo escribía Fanon en 1961, en su obra Los condenados de la tierra. Dos años después, justamente en Argel, en julio de 1963, en una entrevista realizada por el periodista Jean Daniel para la revista L’Express, el Che Guevara decía: “El socialismo económico sin la moral comunista no me interesa. Luchamos contra la miseria, pero luchamos al mismo tiempo contra la alienación. Uno de los objetivos fundamentales del marxismo es eliminar el interés, el factor “interés individual” y el lucro de las motivaciones psicológicas. Marx se preocupa tanto de los factores económicos como de su repercusión en el espíritu. Llamaba a esto “hecho de conciencia”. Si el comunismo se desinteresa de los hechos de conciencia, podrá ser un método de distribución, pero no será jamás una moral revolucionaria”. (…) También en Argel, el 24 de febrero de 1965, en ocasión del segundo seminario afro-asiático, el Che es explícito en sus críticas contra la URSS: “Los soviéticos mercantilizan su apoyo a las revoluciones populares en provecho de una política extranjera egoísta, alejada de los grandes objetivos internacionales de la clase obrera”. Posteriormente, atacando los acuerdos económicos establecidos con la URSS, dice: “¿Cómo se puede hablar de beneficio mutuo cuando se vende al precio del mercado mundial las materias primas producidas por el sudor y el sufrimiento sin límite de los países pobres, y que se compra a precio del mercado mundial las máquinas fabricadas por las grandes fábricas automatizadas modernas? Si tal es el tipo de relaciones que se instaura entre los diferentes grupos de naciones, es necesario concluir que los socialistas son, en cierta medida, cómplices de la explotación imperialista.””
Gonzalo Toro releva que el Che “durante su estadía en Tanzania y Praga, entre 1965-66, escribe una serie de notas que serán exhumadas del silencio después de 40 años, las que fueron publicadas con el nombre de Notas críticas al manual de Economía Política de la URSS. En ellas dice: "Las últimas resoluciones económicas de la URSS, se asemejan a aquellas que adoptó Yugoslavia cuando eligió el camino que la habría llevado al retorno gradual hacia el capitalismo (…) Todo comienza con la concepción errónea que busca construir el socialismo con los elementos del capitalismo, sin cambiar efectivamente, el sentido. En consecuencia, se llega a un sistema híbrido que termina en un callejón sin salida””.
La primera publicación del chileno Gonzalo Toro Fernández no sólo es rigurosa y valiente. Arroja luces limpias y eficaces sobre el “ahora mismo”, contra la fatalidad, la confusión, la desesperación de todos/as aquellos/as que, sufriendo la noche capitalista en curso, luchan-buscando la armadura política para transformar una realidad insoportable.
El libro está a la venta a través de los correos electrónicos dramadesí[email protected], o [email protected]